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Odio el hecho de no ver nada, para mis ojos todo mí alrededor esta en negro. Camino poco a poco con miedo a caerme, estar a ciegas es la peor sensación que se puede experimentar, nunca sabes qué cosas se esconden en tanta oscuridad. No encuentro nada que me guíe a la salida, entre más camino más sombrío se vuelve el vacío.
Un paso en falso me hace caer fuertemente deslizándome, como si de un tobogán se tratara. El dolor punzante en mi trasero me advierte del brusco golpe ocasionado por semejante caída. Al menos no creo estar sangrando o haberme fracturado algo, de igual forma deslizo mis manos por todo mi cuerpo para cerciorarme.
Me levanto para proseguir mi camino cuando un fuerte sonido lastima mis tímpanos, mientras que un intenso dolor taladra constantemente mi cabeza. Tanto es mi aturdimiento que vuelvo a caer, y repetidas veces intento levantarme y alejarme lo más pronto posible, pero fracaso en todos los intentos.
Luego de un buen rato el misterioso sonido cesa y solo queda un ensordecedor zumbido en mis oídos, me siento sin fuerzas para seguir, mis pies arden como si en fuego estuviera posada. «Necesito salir de este lugar antes de enloquecer» pienso, mientras que en mi cabeza no hay ni una remota idea de huida.
Dispuesta a buscar solución a mi situación me dispongo a andar por la escalofriante estancia, por lo que calculo fueron media hora marchando sin rumbo, hasta que vislumbro una luz cegadora; siendo este mi último recuerdo de tan perturbador lugar.
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Despierto con la respiración acelerada y muy desorientada, no sé en donde me encuentro, pero eso ya no me asusta. Llevo un muy largo tiempo, perdí la cuenta de los años, viviendo en una ciudad diferente por día, demás queda recalcar que no por gusto propio, sino por obligación. Sorprendentemente cada que despierto me encuentro en lugares completamente diferentes, muchos pensarán que es lo mejor que me pudo pasar, pero se equivocan.
No es lindo pasar la mayor parte de tus días en soledad, claro, no puedo negar que he conocido una numerosa cantidad de personas, pero ninguna es una compañía permanente. Todos desaparecen al final del día.
Llevo tanto tiempo en este estilo de vida que sinceramente ya no sé que me hace falta, tal vez sea mi familia o al menos recuperar mis preciados recuerdos. Si me preguntan mi nombre les resp0nderé Leah, pero no estoy seguro que sea ese en realidad.
El más viejo de mis recuerdos fue hace 3 años y unos meses atrás que desperté en Melbourne, una encantadora ciudad, pero estaba perdida. No sabía a dónde ir, solo se repetía en mi mente una masculina voz ronca gritando “Leah”, el cual supuse era mi nombre.
Me arreglo para recorrer las calles de Gerberoy, una comuna en la región de Picardía en Francia, o eso dice google. Antes de salir hecho un rápido repaso a mi atuendo y mí cabello castaño.
Salgo del lugar donde me hospedo para pasear por las callejuelas empedradas, que me hacen sentir como si estuviera en la época medieval, y el increíble contacto con la naturaleza. Gran parte de la mañana se va entre visitas a numerosos lugares hasta que me da hambre y me dirijo a probar la cocina francesa, hago mi pedido y me deleito al saborearla.
Mi último destino es un hermoso jardín, del cual desconozco el nombre, lleno de todo tipo y color de flores. El paisaje que admiran mis ojos es indescriptible, decir que es precioso no le rinde tributo a la majestuosidad que desprende dicho sitio. Camino por todo el jardín apreciando la naturaleza, que hace presencia alrededor de casi toda la estancia, me gusta demasiado el suave roce del puro viento en mi rostro, me hace sentir libre.
Arranco una de las rosas blancas, y sin darme cuenta, me pincho con una de sus tantas espinas, alzo el dedo a la altura de mi cara observando la herida. Una gota de sangre cae, tiñendo de carmesí una pequeña parte de la que sostiene mi otra mano.
Ver la rosa en tal estado hace que una imagen sangrienta llegue a mi mente. Una habitación blanca con todo el piso cubierto del representante de tantas agonías y sufrimientos, mientras encima resalta el impoluto blanco característico de la delicadeza corrompiéndose por las pequeñas partículas de sangre.
El recuerdo es tan fuerte que puedo olfatear y saborear el metálico líquido espeso, lo cual provoca que me sienta extraña y se forme un nudo en mi garganta. Respiro y exhalo tratando de apaciguar el ataque de pánico, mientras hago a un lado el espeluznante recuerdo y me concentro en el ambiente que me rodea.
Sigo recorriendo el jardín, hasta que me detengo y mi vista choca con un hermoso pabellón, rodeado de flores moradas y ubicado cerca de una escalera. Me encamino al lugar antes mencionado, como una polilla va a la luz, no veo por donde piso. Mi vista está tan fija en mi destino que ni cuenta me doy cuando atropello a una persona.
—Lo siento —escucho que me habla, mientras me encuentro tendida en el suelo. Me ofrece su mano para ayudarme a levantarme y acepto el gesto sin más—, estaba algo distraído y no te noté.
—Tranqui… —trato de hablar pero se me traba la lengua y siento como se forma un nudo en mi garganta, y solo puedo pensar «¡Dios! ¿Y este hombre de dónde salió?». No podía dejar de verlo era un adonis, rubio, ojos verdes y con un gesto serio.