Capítulo 3:
La mañana dio comienzo con el usual cantar de las aves. Junto a ellas danzaban los incansables soldados, cuyas armas se entrecruzaban en bailes de fuerza y destreza. Y a su diestra yacían los iniciados, cuyas filas permanecían en silencio a la espera del honorable magistrado Bryter. Mas lejos de allí se encontraba este este último; a una gran distancia del imponente bastión que les resguardaba.
Bajo la sombra de los profundos bosques, el hombre aguardaba con calma el encuentro con su tan antigua amiga. Habiendo finalizado ya las pruebas, la mujer solo deseaba recibir el resultado final de sus manos. Y pasados los treinta minutos de espera, el techo de hojas se abrió, y la altísima reina descendió.
—Mi señora, ha tardado un poco en llegar —expresó el soldado tras una reverencia.
—Sabrás disculparme. Hubo un problema urgente en los muelles y me vi en la necesidad de acudir. Ahora, te pido por favor que me digas, ¿qué ocurrió el día de ayer?
El hombre apartó su mirada para refugiarse en la solitud del verde follaje. No supo qué palabras usar, por lo cual tardó unos momentos en formular sus frases.
—Su petición se ha cumplido, me temo.
Ante tales palabras, la reina suspiró dejando salir el aire de sus pulmones; la paz regresó a su cuerpo, como si aquello fuese lo único que desease oír.
—Mas debe saber que yo no he intervenido. Jinyu aprobó dos de las tres pruebas, y no solo eso, sino que entendió a la perfección el objetivo de ellas. Debo decírselo, su hijo tiene la mente de un guerrero nato.
Ante tales palabras, la mujer ni siquiera se inmutó. Su semblante permaneció en blanco, como si aquella información ya hubiese sido corroborada por su persona. Apartó entonces su mirada, y comenzó a deambular por la cercanía mientras buscaba la manera para responder a aquello.
—Dices eso como si fuese una sorpresa —resopló—. Tanto Soleth como yo nacimos para guerrear. Fuimos forjados para la batalla, por lo tanto, es de entenderse que el niño también lo sea.
—Yo sé que esto puede ir en contra de sus ideales, pero debe saberlo. Jinyu es un prodigio. No tiene la agilidad, la fuerza o la experiencia, pero sí el potencial para ser uno de los soldados más grandes de toda Naturlig. Además, es lo que el muchacho desea, él quiere…
—¡Basta! —alzó la voz sin siquiera mirarle—. Esta discusión, ya la he tenido conmigo mismo. Sin embargo, mi respuesta no cambia.
Entonces, Kóira giró para mirar a Bryter. Sus ojos trataban con todas sus fuerzas de simular la determinación, de imponerse ante la imagen de su amigo como si este no lo fuese. Pero incluso así, podía verse la tristeza en ellos; el dolor de tener que elegir, de dejarse llevar por sus sentimientos más lejanos.
—Aún lo recuerdo, ¿sabes? Cuando cierro mis ojos, veo los horrores que pasamos juntos. Recuerdo los gritos, los rostros, la sangre… recuerdo a mi marido.
Un momento de silencio procedió a tales palabras. La mujer tuvo que hacer una pausa, pues unas pequeñas lagrimas comenzaban a escurrirse por sus parpados, y ella no permitirían que se la vea de esa forma. Ni siquiera Bryter.
—¿Cómo puedes pedirme que deje a mi hijo marchar hacia ese abismo? ¿Cómo puedes pedirme que le muestre el infierno del que venimos?
De nueva cuenta, el magistrado se vio en una entrecruzada. Comprendió las palabras de su reina, pero también sabia de lo erróneo de sus acciones. ¿Cómo elegir un bando si ambos implicaban ayudar a un mismo mal? ¿Cómo no elegirlo, en caso de que ello fuese posible?
—Yo… he jurado seguir y apoyar a su familia hasta el fin del mundo. Sin embargo, el problema que plantea ante mí escapa a mis capacidades. No puedo ayudarle a ir en contra de los deseos de su hijo, pues eso implicaría perjudicarles a ambos. Sepa por tanto que, el camino que usted eligió seguir… no traerá nada bueno.
—En la mañana peleamos —aclaró la alta dama—. Yo le grité, y él me gritó de regreso. Corrió a su habitación sin decir nada y, cuando quise volver a verle, encontré el cuarto vacío y su ventana abierta. Llegada la noche volvió a casa, pero no me dirigió la palabra.
Bryter no pudo hacer más que compadecerse de ella. Sintió la pena por tan dura situación, y la impotencia de saber que nada de lo que él hiciese podría ayudarle. Lo único que quedaba en sus manos era intentar aplacar su dolor; se acercó a ella, y sin decir una sola palabra, ofreció sus brazos abiertos como consuelo. Mas tal acto solo fue rechazado.
—No —replicó decidida—. Agradezco tu consideración, pero no quiero conocer las caricias de alguien más; no quiero olvidar las de él.
—Entiendo —asintió con un gesto—. Siento no podes hacer más.
—Ya has hecho demasiado. Fue un error el ponerte en esta situación desde un inicio. Quien debe pedirte perdón, soy yo.
Fue con esas palabras que finalizó el encuentro entre ambos. No hubo conclusión a su asunto; no existió final feliz, ni urna de oro al final del arcoíris. Y es que, en realidad, el telón no cayó sobre ellos, pues la obra apenas estaba por comenzar.
Jinyu hubiese podido rendirse, darse media vuelta y aceptar que su destino no era otro que aspirar a su longeva llegada al trono; dejar de lado sus aspiraciones y conformarse con la vida que se le era regalada. Sin embargo, él no era ese tipo de persona.
Ubicada en medio de la sagrada ciudad de Sorlen, rodeada por extensas escuelas, iglesias y salas de reunión, yacía la biblioteca de los h’Azule. Allí descansaban los libros de la pasada y nueva Naturlig; de los guerreros y héroes antiguos, de las civilizaciones que nacieron y murieron, y de las enseñanzas que tales habían dejado. El verdadero bastión de conocimiento que los elfos humildemente compartían consigo mismo.
Dentro de sus paredes yacía una extraña figura; una mujer con orejas pequeñas, de piel azulada y con tatuajes que recubrían todo su cuerpo. Su vestimenta era tan solo un humilde vestido color verde musgo que llegaba hasta sus rodillas y dejaba ambas mangas expuestas. Conocida era aquella mujer por los apodos de “la bruja” y “la más anciana”, mas su verdadero nombre no era otro que «Gróa».
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Editado: 28.08.2023