Han pasado tres semanas desde la discusión que tuve con los hermanos Miller, y en este tiempo Ariel sigue viviendo aquí cuando dijo que solo estaría una semana, a su novia ya no la he visto por esta casa y él tampoco me dirige la palabra, siempre llega muy tarde y a veces hasta ni cena, solo se acuesta a dormir y al siguiente día es lo mismo. Los fines de semana se va todo el día y por más que quiero quedarme despierta para saber a qué hora llega no puedo, el sueño siempre me vence. En muchas ocasiones he querido hablar con él y preguntarle por qué está así conmigo, pero me ve y me evita, ¡que le den! No voy a rogarle, si él quiere que las cosas sean así está bien. Agarro una escoba y me pongo a barrer el patio, el día está un poco frio, pero el lugar está hecho un desastre.
—¡Vecina!
Volteo hacia la entrada, Zac me saluda con la mano y me acerco.
—Hola, ¿Qué te trae por aquí?
Levanta la podadora y sonríe.
—Vengo a entregar este monstruo —abro la puerta y entra, pero solo se queda en la entrada, deja el aparato en el suelo y sacude sus manos—. Muchas gracias.
Espero a que agradezca y se vaya, pero se encoje de hombros y juega con su pie.
—Te he estado viendo en los últimos días y… ¿te gustaría salir conmigo?
Ariel sale y se queda en los escalones de la entrada, creo que ha escuchado perfectamente lo que me ha propuesto Zac y me parece divertido hacerlo enojar solo un poquito.
—Claro, sería maravilloso.
—Perfecto, paso por ti a las nueve ¿está bien?
—Antes que todo deberías pedir permiso, Emma es menor de edad y vive en esta casa bajo reglas —dice Ariel.
Camina hasta nosotros y pongo los ojos en blanco.
—Perdón vecino, tienes razón. ¿Está Anastasia?
—No, pero estoy yo y no le permito salir contigo mucho menos tan tarde.
—¿Por qué? —Zac lo encara y me pongo en medio de ellos viendo a Ariel.
—Tú no tienes por qué darme permiso. Voy a salir con Zac te guste o no.
—Emma —advierte, pero no me importa.
Me doy la vuelta y le sonrío a mi adorable cita de esta noche.
—A las nueve está bien.
Me hace a un lado y se dirige a Ariel que tiene la mandíbula bien apretada y otra vez se le salta la vena de la sien.
—Ariel, no quiero tener problemas contigo.
—Hagan lo que quieran —murmura y se va.
Ariel no ha salido en todo el día, ha estado acostado en el sofá con el estéreo a todo volumen. Ya me tiene harta con su música satánica, hasta hace que las ventanas retumben. Mientras transcurría la tarde me cuestionaba sobre si salir con Zac era buena idea, pero ya no hay marcha atrás. Me pongo un pantalón de mezclilla, una blusa blanca y en mis labios aplico un labial color rojo que acabo de comprar y me encanta, aunque de por si mis labios son gruesos con ese tono los hace ver más y me fascina. Agarro mi chaqueta y salgo de la habitación, cuando él me ve se levanta y apaga la música.
—¿En serio vas a ir? —pregunta.
—Dijiste que hiciera lo que quisiera, y lo que quiero es salir con Zac.
Se acerca en grandes zancadas a mí y me agarra del cuello.
—No vayas, por favor —suplica con voz ronca.
—¿Por qué?
—Porque…
Suena el timbre y me suelta, es él, Zac ha llegado muy puntual y esa es buena señal, necesito de cualquier forma olvidarme de toda la confusión que me provoca Ariel Miller y abro la puerta, Zac se ve muy bien vestido casual y además trae con él un ramo de flores rosas.
—Luces muy bella esta noche, estas son para ti.
Me da las flores y me sonrojo un poco, nadie me había regalado flores excepto en la escuela cuando pasaban a los salones a obsequiar flores por el día internación de la mujer.
—Gracias —me doy la vuelta para ver a Ariel—, ya me voy.
—¿A qué hora vas a volver?
—No lo sé, adiós.
Zac me ofrece su mano y la tomo con mucho gusto. Salimos de casa y pongo toda mi confianza en que esta noche será buena. Se fija antes de cruzar y cuando pasamos la calle y se para frente a su puerta me detengo enseguida. Abre con sus llaves y lanza la puerta y me pide que entre. Lo miro con una ceja levantada y suelto una risita de nervios.
—Adelante.
—No entiendo, ¿no vamos a ir al cine o a bailar?
Suspira y vuelve a pedirme que pase, no estoy para nada segura de hacerlo y se da cuenta, por eso cierra la puerta y se sienta en los escalones de la entrada.
—Lamento no poder llevarte a algún lugar como lo tenía planeado, tengo una hija y se suponía que se quedaría este fin de semana con su madre, pero me cambió de planes y no pude hacer nada. Si quieres irte lo entenderé, quizá en otra ocasión podamos salir.
#17724 en Novela romántica
#3339 en Joven Adulto
primer amor, profesor alumna mentiras amor, relaciones prohibidas
Editado: 08.05.2022