Damián.
A las nueve de la mañana procedí a visitar a mi paciente más importante del momento, el niño Miguel Ángel, cuándo entré a la habitación donde él se encontraba, la doctora Grace y dos enfermeras estaban con ella, una de ellas era la señorita Rachel, mis ojos se posaron sobre ella, —por el demonio— ¿por qué no podía simplemente ignorarla? ¿Por qué de pronto está enfermera se ha dado un puesto de importancia en toda mi atención, si la tengo cerca debo mirarla, y si no estoy con ella, la pienso demasiado.
Suspiré y me dije en mis adentros:
“Solo concéntrate en tu trabajo.”
Los padres de Miguel Ángel me miraron como a un ídolo, ya estaba acostumbrado a ello, pues siempre que logras salvar la vida de un pequeño, su familia queda muy agradecida; claro, creer que vas a perder a tu pequeño es una experiencia aterradora, lo sé porque lo viví con Tara, cuando tuvo ese accidente donde murió mi esposa… es desesperante oír que tu hijo podría no sobrevivir.
Desde que comencé de nuevo a ejercer mi profesión, lo he hecho con ahínco, cada niño que pasa por mis manos debe vivir, y si no lo hace será porque yo no soy Dios y no puedo hacer nada con mis conocimientos.
Es por eso que tengo a los mejores en mi equipo, soy exigente con todos ellos, no les permito errores, de todos depende el éxito en cada procedimiento, y si perdemos una vida, no será por mediocridad de mi equipo, éstos enfermeros y médicos que están a mi cargo son los mejores de su clase, yo mismo los escogí junto con la doctora Grace, incluyendo a la señorita Rachel, ella fue una de las mejores de su clase en New York, vino a Boston recomendada por el doctor Josef Burton, decano de la universidad de Columbia en New York.
Miguel Ángel estaba despierto, la doctora Grace me entregó el informe clínico, leí el registro, los resultados habían sido favorables, el paciente no presentó contratiempos durante la noche, lo cual era una fuerte señal de que él trasplante había sido un éxito.
Me acerqué a él, su padre se quitó para darme espacio, observé al paciente, aún se notaba cansado, pero eso era solo cuestión de algunas semanas para que se sintiera mejor y podría ser un niño normal, podrá jugar con el balón, correr, saltar, hacer cosas de niños.
Observé los monitores, sus latidos eran continuos y tenían el ritmo esperado.
Luego miré a los padres.
—El trasplante fue exitoso, su hijo mejorará pronto y podrá ir a casa. —Ellos sonrieron, tenían mucha alegría.
—Gracias doctor —dijo el padre—. No sabemos cómo agradecerle por salvar a nuestro hijo.
Yo tenía serio el rostro, jamás le sonreía a mis pacientes o a su familia, ese no era mi deber, solo debía poner mis conocimientos en un quirófano o en un tratamiento para conservar la vida de mis pacientes o mejorarla.
—No tienen que agradecerme, en este hospital todos cumplimos con nuestro deber.
—De todas maneras gracias a usted doctor, a la doctora Grace y la enfermera Rachel y el enfermero Camilo, todos han sido tan buenos con nosotros, en los momentos más difíciles.
De pronto el hombre comenzó a llorar, su esposa continuó, la doctora Grace tenía cara de lástima, yo aún seguía ahí como un témpano de hielo en un desierto helado, había cumplido con mi deber, nada más, no o estaba para sentimentalismos, cada quien carga con su dolor o siente su alegría, yo tenía el mío, mi amargura, la cuál no procuraba disimular, y mi alegría, era mi hija, todo lo demás solo me ayudaba a sobrellevar el día a día.
Miré hacia donde estaba la señorita Rachel, mis ojos se posaron fijamente sobre ella; tenía una sonrisa tierna, vi alegría y satisfacción en su expresión; ella era todo lo contrario a mi, serena, dulce, carismática.
Rápidamente pensé que ya era hora de marcharme, pero quise hablar con ella, no lo reconocí en aquel momento, pero quería estar a su lado, tener con ella una conversación íntima, sin alterarnos por todo lo que había ocurrido, era ridículo, pues se suponía que esa mujer no me interesaba en lo absoluto, pero busqué la excusa perfecta para hablarle.
En el pasillo me acerqué a ella disimuladamente y le hablé en voz baja, aunque no en susurro, no pretendía levantar sospechas de los demás, solo me dirigí a ella como doctor a enfermera.
—Quiero que hablemos después que termine la jornada. —ella con disimulo observó la carpeta que tenía en su mano y respondió:
—¿Hablar? ¿De qué? —comenzó a caminar y yo la seguí.
—Necesito que hablemos muchas cosas, siento que debemos hacerlo.
—Yo no siento que debamos hacerlo, simplemente debemos quedarnos callados y mantener la distancia.
—Yo sí siento que debemos hacerlo.
Me miró a los ojos, parecía que estaba anonadada, de repente sentí que me estaba poniendo en evidencia, tragué saliva, luego ella agregó:
No quiero que volvamos a hablar de lo que sucedió, haga de cuenta que solo fue un sueño, y cómo ya le dije, nadie lo sabrá.
Continúo caminando y me dejó atrás, yo me quedé perplejo pensando, me dije a mí mismo que ella tenía razón, solo debíamos no hablar más de ese asunto, pero tenía muchas ganas de hacerlo, no sé por qué tan de repente, la enfermera Rachel se ha vuelto tan importante para mí.
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Editado: 31.07.2024