Donde las bestias se ocultan (la isla #1)

El adiós

Luego de un buen rato caminando logro llegar al ascensor y luego finalmente a casa de Rodrigo. Allí estaba Nicole acostada de espaldas en la hamaca, con los brazos cruzados. Rodrigo estaba a su lado con la mirada puesta en el suelo. ¿Qué habrá ocurrido?

–¿Aprovecharon de darse un baño en el lago, par de idiotas? –comienza a decir Nicole, enojada–. Me tenían muy preocupada, ¿dónde estuvieron todo este rato? Y… Rodrigo –dice, fijándose en su entrepierna–, ¿qué rayos tienes allí? ¿Por qué tu entrepierna esta mojada? ¿Qué hicieron? –dirige una mirada fulminante directo a mis ojos–. Decidí esperarte, hermanito, para que hablemos los tres, como adultos.

Rodrigo y yo nos miramos al mismo tiempo, avergonzados, sin saber quien le contaría lo ocurrido con el cocosaurio. Hasta que finalmente comencé hablando yo, y Rodrigo me seguía. Estaba muy nervioso, ya que cuando Nicole se enfada es un horror, cuesta demasiado tranquilizarla.

Al terminar de hablar observamos a Nicole. Había dejado de tener los brazos cruzados, pero seguía teniendo el ceño fruncido. De pronto se pone de pie y ambos nos sobresaltamos. Se dirige a nosotros, nos tira las orejas y nos abraza. Siento un enorme alivio.

–A la próxima que me hagan sentir de este modo los dejaré estériles, ¿me escucharon?

–De acuerdo, Nicole– dijimos sin querer al mismo tiempo.

 

Conversábamos animadamente. Nicole me contó que apenas sintió el ascensor llegar arriba y la voz de Rodrigo saludándola, dijo “No quiero verte, quédate en esa esquina hasta que llegue Logan” sin abrir los ojos. Por eso no había notado la humedad que tenía Rodrigo en la entrepierna.

Más tarde el hambre comenzó a hacer notar su presencia. Nicole y yo miramos a Rodrigo, esperando que nos ofreciera algo para comer. No daba signos de tener la intención de ofrecernos algo, por lo que digo:

–¿Es que aquí no comes? Está bien que estés haciendo dieta, niño bonito, pero nosotros necesitamos comer. Especialmente luego de haber pasado por tantos peligros –observo sus ojos marrones que se cruzan con los míos, desafiante–. O, ¿es que no me agradecerás por haberte salvado el trasero? Perfectamente podría ordenarle al cocosaurio que te coma mientras duermes, ¿sabes?

Rodrigo se pone colorado. No sé si fue de rabia o vergüenza, pero el punto es que se dirige a la cocina y pasado un rato vuelve con un plato de espaguetis con albóndigas para cada uno, además de una botella de jugo de naranja y vasos individuales. Los deja en su pequeña mesita desplegable y nos invita a comer.

–¿Seguro que son albóndigas, idiota? No quieras tomarme el pelo, porque te saldrá caro, ¿me oíste bien?

–Logan, cálmate. Pude ver desde la hamaca como preparaba la comida, no tienen nada que no se pueda comer, ¿de acuerdo?

–Está bien, Nicole. Está bien…

–Ya que has calmado a la bestia, hermosa, déjame dar un brindis.

–¿Brindis? ¿por salvarte el trasero, dices? ¿o por haberte orinado en los pantalones?

–Logan, basta. Estas comenzando a estresarme, y no creo que quieras que vuelva a ponerme como antes. Recuerda que los esterilizaré a ambos si vuelven a provocarme.

–¿Ves, Logan? Mejor cálmate. En fin, quiero hacer un brindis por haber conocido a esta chica tan maravillosa, y por este chico que ha conseguido arreglar mi voz. ¡Salud!

–¡Salud! –brindamos Nicole y yo a la vez, haciendo chocar nuestros vasos contra el de Rodrigo.

 

Luego de terminar de comer nos fuimos a nuestras camas de pasto seco. Pero surge otro problema: Rodrigo quiere dormir con Nicole, y yo no estaba dispuesto a permitírselo. Al menos al principio no se lo hubiese permitido, pero ahora creo que confío en él, y si le hace algo a Nicole me enteraré sea como sea, y le partiré la cara. Pensaba en eso, cuando Rodrigo dice:

–Por ser mis invitados de honor, dejaré que duerman en las camas de paja, yo dormiré en la hamaca. No se preocupen, no pasarán frio, ya que aquí las noches son cálidas. Además, estamos en verano, sería raro si hiciera frio durante la noche. Que pasen una buena noche, mañana tendrán que volver a su hogar.

Lo había olvidado casi por completo. Mañana tendría que volver a Valparaíso. Antes de llegar al balneario mi madre me había dicho que solo pasaríamos una noche en la casa familiar, y que al día siguiente, luego de almorzar, volveríamos a casa.

Miro por última vez a través de la ventana, la noche se ve hermosa, con brillantes estrellas repartidas por el cielo, y la naturaleza brilla también. Estoy demasiado agotado, así que mis ojos comienzan a cerrarse lentamente, hasta caer en un profundo sueño.



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En el texto hay: criaturas, aventura, sorpresas

Editado: 19.01.2019

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