Donde las estrellas brillan más | Fanboy 1

Capítulo dos

LARS

—¡No puede perdonarle una infidelidad! —exclamo, desasentándome del sofá—. ¡Merece mejor que eso!

—Por Dios, hermano —Nate resopla—. Ahora sé que de verdad confías en mí porque no tendrías un ataque fanboy frente a cualquiera. Es sólo una serie —mi madre le dedica una mirada amenazante, lo que le obliga a retractarse—, es decir, telenovela.

—¿Pueden callarse? —chilla Mae, quien sigue abrazando su cojín—. Es el penúltimo capítulo y no pienso perderme los diálogos de Diego porque ustedes no se callan la boca.

—Lo siento —el castaño suspira y se encoge de hombros—. No es mi culpa que tu hermano quiera tanto a una Fernanda en su vida, hasta apostaría que daría todo por meterse en la pantalla y cabalgar con ella lo más lejos posible.

—Concuerdo con Mae, cállate la boca si no quieres que te echemos de la casa Martínez y te rompa la nariz de paso.

—¿Acaso no querías que te acompañara al colegio para que mi padre, tu jefe, no te despidiera?

Está en lo correcto, lamentablemente. Gracias a él me dieron el empleo. Pensé que lo tenía asegurado hasta que el Señor Forman me citó en mi día libre a las cinco de la tarde. Me es imposible estar tranquilo, más cuando las clases han ido de mal en peor. Captar la atención de los mocosos es más difícil que aprobar Lógica con el profesor Baker. Sólo existe una opción para mi salvación, y esa es que su queridísimo hijo ruegue por mí. Funcionó una vez, no perdemos nada si lo intentamos en una segunda ocasión.

—Vete a la mierda, Nate —susurro, cruzando los brazos y dejándome caer en el acojinado asiento.

—Esa boquita, Lars.

—Perdón, ma —me aclaro la garganta, devolviendo mi vista a la pantalla—. Vete muy lejos, Nate.

Mentiría vilmente si dijera que "Un amor imposible" es la historia más creíble y original que jamás se había inventado. En efecto, es más predecible que una película de romance juvenil con final trágico. Pero es adictiva, a tal grado de que ya llevaba tres meses en apresurarme a llegar a casa para mirarme el nuevo episodio.

Diego me saca de mis casillas, y no sólo es porque le ha puesto los cuernos a Fernanda y lo justificó con estar ebrio, si no que resulta que sólo está con ella por mero interés. La chica no lo ve o quizás lo haga en el último episodio.

En fin, telenovelas.

También reemplacé al pop rock de Avril Lavigne por el latino de Daniela Estrabao, sorprendiendo a todos como si se tratara del fin del mundo. A mamá le agrada que fiera de ayuda para conectarme con mis raíces latinas paternas, aunque sea lo único que me quede de él al igual que el apellido.

—Tengo algo que decirte —los rizos alocados de Diego se mueven rítmicamente gracias a la ligera ventisca—, no puedo seguir fingiendo ser alguien que no soy. Mereces el cielo, el mar, la tierra y más. Un simple chico como yo no te lo podrá dar, Fer.

—¿Qué quieres decir? —la chica retrocede, frunciendo el entrecejo—. La boda es mañana y no pienso caminar al altar hacia alguien que desconozco.

— Mi nombre no es Diego Lavín y tampoco soy hijo de Amelia —murmura, agachando la cabeza—. Soy Rodrigo Salgado y ella me pagó para crear toda esta farsa.

—Di-Diego yo...

—Debes huir de Ocotlán antes del amanecer —prosigue, levantando poco a poco su mirada para conectarse con los iris de color chocolate de su coestrella—. De no ser así, puede que sea el último.

—Hagámoslo juntos —lo toma de la mano, desesperadamente y al borde del llanto—, porque sé que la única cosa en mi vida que no ha sido una farsa es tu amor. Te amo Rodrigo, siempre serás lo peor y lo mejor que he tenido.

El castaño le besa la mano antes de unir sus labios para un beso apasionado. Acto seguido, accede a escapar con ella y vivir su vida de ensueño. Todo va perfecto, aunque es obvio que es muy temprano para el desenlace de cuento de hadas. En cuanto salen de la propiedad, se topan con la mismísima Amelia sosteniendo un arma de fuego.

—¿Acaso pensaste que me ibas a tomar del pelo? —pregunta en tono burlón, cargando la pistola—. Siento mucho interrumpir este pequeño amorío, mas todo lo bueno llega a su fin.

Y le dispara al muchacho.

Cae al suelo y Fernanda se pone de rodillas, gritando y llorando. Unos hombres aparecen detrás suyo y la toman por sorpresa para llevársela.

—¡No! —exclama, pataleando—. ¡No pueden dejarlo aquí! ¡No...

Hasta que uno de ellos le coloca un trapo en la nariz y queda inconsciente. La suben a una camioneta negra y Amelia suelta la típica risa malvada. Parten, dejando al moribundo de Rodrigo tendido en el piso.

Entonces aparecen los créditos.

—Intenso —suspira Mae, como de costumbre, irguiéndose—. Pero no se muere, sería bastante predecible.

—Como si la novela no lo fuera ya —dice mi mejor amigo entre dientes—. Eso sí, la actuación de la futura Señora Martínez es impecable —ruedo los ojos ante su comentario, ya no sé identificar cuándo sus comentarios van en serio—. Ya fuera de broma, me resulta familiar.

—Quizás es porque Lars no se calla cuando se trata de ella —comenta mamá, no ayudándome en absoluto.




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