Donde nacen los lirios

Capítulo 26: Revolución.

Despertó en medio de la madrugada. Un fuerte dolor le taladraba la cabeza. A su lado dormitaba la chica de ojos azules, desnuda y aún maquillada.

Miró a su alrededor y no reconoció mucho del lugar, solo sabía que era la casa de Tania, así se llamaba, antes de llevarlo ahí ella le había mencionado que sus padres estaban fuera. Poco a poco, como en cámara lenta, venían imágenes a su mente de los sucesos de la noche. Botella tras botella de alcohol, sus amigos riendo y bromeando, él tonteando con aquella chica...Hasta que llegó a la discusión con Juliette. Su relación había terminado de una forma tan repentina que le costaba creerlo. Lo más inaudito había sido el origen de su pelea: Megan. Jamás pensó que le daría tantos problemas o más bien ese tipo de problemas. Se sentó en la cama, apoyando los codos en las rodillas y cubrió su cara con las dos manos. Se puso de pie y comenzó a buscar su ropa. Encontró su pantalón y dentro su celular. Desbloqueó la pantalla y eran las 5:30 am. Menos mal lo tenía en modo silencioso ya que en la ventana de notificaciones había varias llamadas perdidas. Ni se fijó de quién. Se puso los pantalones de prisa. El éxtasis se había evaporado y no quería seguir allí. Se sentía pésimo.

—¿Ya te vas?—La chica, al sentir la ausencia de su cuerpo, entreabrió los ojos—¿No me pedirás mi número?—Dijo con voz sensual y adormilada.

—Estuvo bien pero...

—¿Tienes novia?—Inquirió con una sonrisilla.

—No—De ser así no se habría acostado con ella, ni siquiera habría dado pie a aquello—Tenía.

—Entonces, ¿De qué te preocupas? ¿Cuál es el problema?

—La quiero.

—Auu, ¿todavía existen los hombres como vos? Dime dónde encontrar uno así, que siempre regrese con su dueña.

Keythan ignoró su comentario y se puso su camisa.

—¿Tus amigos son como tu?

Él solo se rió para sus adentros pensando que después de todo no era muy diferente de ellos por más que se esforzara. Nadar contracorriente era agotador, tenía sus razones para defender su postura, razones muy arraigadas, mezcla de dolor y de rabia, pero al final era más agotador dominarse todo el tiempo. No quería pensar en ello así que se enfocó en no tocar ningún recuerdo.

—Quisiera volverte a ver—Se apoyó sobre su costado, observándolo—Me encantó. Tengo envidia de tu amada, ¿Quizá podríamos vernos otro día?

—No lo sé—Su respuesta fue vaga y evasiva, no daba mucho margen para que se esperanzara. ¿Para qué darle más rodeos? Si fuera como Erick quizá estaría dispuesto a seguir con aquel juego y estar con ella de nuevo, ardiendo en deseo, pero no lo era.

—Entiendo. Lo disfruté muchísimo.

Tanto ella como él sabían lo que había sido esa noche. Sexo casual. Simple y llano. Nada de amor ni sentimientos de por medio, solo lujuria y pasión trepidante ¿pero por qué diablos no se sentía bien consigo mismo? Una vez pasada la euforia inicial percibía cierto vacío, como si le faltara algo.

No tenía intenciones de conocerla, por muy bien que lo hubiera pasado, y lo último que se le cruzaba por la mente era un plan de conquista. Dadas las circunstancias no hacía falta fingir tampoco. Disfrutó de su compañía, y por qué no, también de su cuerpo, pero nada más.

Sus amigos decían que era lo mejor del mundo ir a ligar a los bares de moda. Estar con una chica nueva, sin ningún compromiso, les resultaba irresistible, era como si la cantidad de mujeres que pudieran conseguir fuera proporcional al tamaño de su hombría. En definitiva no estaba de acuerdo con su mentalidad. Había ido en contra de sus convicciones, quizá por el enfado que le atenazaba, el frenesí del momento, la mezcla de alcohol y libido.

Salió de ahí y condujo su auto por la ciudad silenciosa. Los faros del auto iluminando su trayecto. El cielo aún teñido de un tono azul, intenso, mortecino, con algunas nubes, como algodones cubriéndolo. Menos mal que no llovía. Llegó a su casa justo cuando el sol lanzaba sus primeros rayos a través de las montañas, echando una luz blanquecina y pálida a todo lo que se cruzaba con su paso. El auto de Noah ya estaba estacionado en el garaje y dejó el suyo frente a la entrada. La casa lucía apacible, verla siempre le brindaba una sensación inexplicable, le traía paz y tranquilidad, se quedó unos minutos sentado en el auto, el dolor de cabeza no cedía.

Vivía en una zona residencial elegante, casi todas las casas eran del mismo estilo, dos plantas, con porche, techo de dos aguas y jardín delantero. Salió del auto. Introdujo la llave en la cerradura, haciendo el menor ruido posible y la puerta cedió. Cerró y entró pisando con el mayor sigilo, no quería que nadie lo viera llegar en ese estado. Solo pensaba en ir directo a su habitación y tirarse a dormir. La cabeza estaba matándole y en general se sentía fatal, como apaleado.



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En el texto hay: adolescente, romance, drama

Editado: 19.03.2019

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