Pasos apresurados dejaban su huella en el suelo del bosque, y la maleza se agitaba bruscamente cada que alguno de los dos jóvenes se abría paso hacia delante.
Poco a poco, la velocidad de los mismos iba reduciendo su ritmo debido a la exigencia física de recorrer un camino que se hacía cada vez más irregular y empinado.
—Bruno—pronunció Lía entre jadeos, al mismo tiempo que detenía el avance de su amigo, quien la sostenía por la muñeca—Ya estuvimos aquí, estoy segura—
El mencionado observó a su alrededor, intentando identificar algo que se le hiciese familiar y confirmara que los últimos minutos se encontraban caminando en círculos.
—Yo… no lo sé, todo es muy confuso—respondió el chico—Tan sólo hay que perderlos a ellos—
—Hay que encontrarlos, a Teo, Irene y los demás—
Bruno agachó la mirada. Entendía los deseos de su amiga, pero para ese entonces, más que encontrar a los susodichos, tan solo esperaba que aún se encontraran con vida.
—Vamos, hay que salir de aquí—el pelirrojo la tomó de nuevo del brazo y la invitó a seguir hacia adelante. Ambos se encontraban al límite de su capacidad física, pero no había otra opción.
Lía obedeció y continuó siguiendo los pasos de Bruno. Sabía que su prioridad momentánea era escapar, pero sus pensamientos y los deseos de su corazón se centraban en la esperanza de que el resto del grupo siguiera con vida. Tan sólo considerar la posibilidad de la muerte de Teo le estrujaba el corazón.
—Los árboles—habló Bruno—Podemos subir y escondernos hasta que se alejen—sugirió, considerando que sus pasos no serían lo suficientemente rápidos para escapar en caso de que los divisaran.
—¿Lo crees? No sé si sean lo suficientemente altos…—respondió preocupada Lía.
Estaba tan concentrada viendo hacia arriba que no notó en qué momento el pelirrojo se había detenido abruptamente. La fuerza del choque contra su espalda casi la hace caer al suelo.
—¿Bruno? ¿Qué ocurre?—
El chico que antes no se veía dispuesto a perder un sólo segundo, ahora se encontraba de pie e inmóvil, moviendo la cabeza en distintas direcciones mientras sus ojos se posaban en las copas de los árboles.
—Otra vez.. ese sonido—respondió mientras comenzaba a dar pasos lentamente hacia delante—El cuerno—terminó de decir.
—¿Lo escuchas?—susurró Lía al entender a lo que se refería. Se trataba de aquel llamado que, por alguna razón, Bruno era capaz de escuchar; aquel llamado dirigido a los llanenses—Ellos saben que puedes escucharlo…—
—Nos están buscando—le interrumpió el pelirrojo, con una pequeña sonrisa de alivio en su rostro que se borró luego de unos segundos—Lía… escóndete, sube al árbol y escóndete—
—¿Qué? ¿Sólo yo?—le cuestionó casi indignada.
—Están cerca, lo sabes, ¡puedo ir más rápido solo! ¡Los encontraré y regresaremos a buscarte!—
—No, vamos… no debemos separarnos—
Bruno podía ver la negativa en la mirada de Lía, por lo que la tomó por los hombros y con tono suplicante insistió—Por favor…—
Lía tragó saliva al notar la mirada de Bruno—Y… ¿si te atrapan?—
—Es mejor a que nos atrapen a ambos—le respondió.
Para Lía era extraño verlo hablar de esa forma, serio y decidido, pocas situaciones lo habían requerido en sus años de amistad, por lo que supo que sus intenciones eran firmes.
Con los ojos llenos de tristeza, amarró al pequeño lobo a su espalda y dio un abrazo fugaz a su amigo.
—Está bien, no te retrasaré, pero llega a salvo, por favor…—dijo apretando los ojos.
—Estaré bien, lo prometo—
Bruno juntó ambas manos a manera de escalón para ayudar a Lía, quien subió rápidamente a la copa del árbol sirviéndose de las pequeñas ramas para avanzar, no sin antes dar un último vistazo a su amigo. El chico continuó con su camino apresurado siguiendo la dirección de dónde provenía el sonido del cuerno.
Tres veces había sido soplado, por lo que siguió el rastro del eco a lo largo del bosque. Sin embargo, orientarse en medio de los árboles era como tratar de elegir el camino correcto en un laberinto. Luego de unos minutos paró en seco, no sólo para descansar, sino también para esperar que sus súplicas fueran escuchadas y aquellos que le llamaban con el Shofar decidieran tocarlo de nuevo.
Esperando el sonido del cuerno, su atención fue interrumpida por otro sonido: el crujir de las hojas en el suelo. Volteó hacia todos lados con una expresión de preocupación e incertidumbre en busca de la causa del ruido, pero nada. Se dio un leve golpe en la cabeza, recriminándose por la paranoia que le invadía en ese momento; necesitaba concentrarse.
Como una respuesta a su petición, el sonido del cuerno llegó otra vez a sus oídos. La adrenalina recorrió otra vez su cuerpo y le dio la energía suficiente para continuar su camino. El llamado volvió a escucharse tres veces, y conforme aceleraba sus pasos, se hacía cada vez más cercano.
El número de árboles comenzó a reducirse, y en un pequeño prado a la distancia divisó múltiples figuras. Un par humanas, y otras que en cualquier otro día hubiese pensado que se trataban de corceles. Sonrió y respiró aliviado. Con las energías casi agotadas, caminó tambaleante hacia ellos.
Colocó ambas manos alrededor de su boca, a punto de llamar la atención de su grupo, pero sus intenciones se vieron interrumpidas por un par de brazos que, desde atrás, cubrieron su rostro y tomaron su torso con firmeza. Un quejido reprimido salió de su boca al sentir como algo dentro de su abdomen se movía de lugar a causa de la fuerza del agarre. Aterrado, intentó girar su cabeza para descubrir quién le había detenido aunque, por desgracia, muy en el fondo ya lo sabía.
—¿Son ellos a quienes tanto buscabas?—le susurró una desconocida y ronca voz.
…
Escondida entre la frondosa copa del árbol que había escalado con dificultad, se encontraba la joven Lía, intentando recuperar su aliento y la calma. Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, pero no así sus sollozos. Cubrió su boca para no dejar escapar ningún sonido, pues la situación no le daba el lujo de hacer algo que delatara su posición. Tomó al pequeño Suertudo, su única compañía, y lo abrazó pegándolo a su pecho.
Editado: 20.03.2023