MATTHIEU
Matthieu resopló cuando vio a Kirill y a su hermano saltar del campanario de Notre Dame. Él no podía hacer eso si no quería matarse, así que, resignado, no tuvo más opción que correr escaleras abajo.
Quizá tropezó con uno de los sacerdotes y le arrebató del cuello un crucifijo de plata, quizá el hombre le pidió ayuda para levantarse, quizá porque todo está algo borroso.
Con crucifijo en mano, corrió hasta el parque en donde su hermano batallaba con golpear a Solange usando su magia.
Una bola de energía le rozó el cuello. Tragó saliva y casi le grita a su hermano que tuviera cuidado hacía donde y a quién apuntaba.
Al llegar, vio a su hermano un poco más concentrado, de pie, codo a codo con Kirill Novak, quien sostenía en mano una daga de plata y en la espalda su ballesta gigante.
¿Por qué usaba armas tan grandes y no algo pequeño y fácil de manipular?
—¡Everett! —llamó.
Su hermano lo miró con el entrecejo fruncido, poco después se quedó quieto al sentir una presencia más con ellos. La tal Solange Harker seguí ahí, burlándose.
Kirill arremetió contra ella, pero desapareció, quedándose los tres a solas y a oscuras.
Desconocía si los otros dos sentían también una mirada penetrante sobre él. Entonces la vio, Solange Harker se abalanzó hacia él. La mujer voló en el aire, sus transparentes ropas negras dejaban al descubierto su sensual cuerpo, pero, la desnudez de la mujer no fue lo que llamó su atención, sino su rostro.
Esos rasgos afilados, labios rojos y carnosos y mirada penetrante y cínica, ya la había visto antes en otra persona.
Palideció al reconocerla y ella a él.
Una ráfaga de aire cruzó frente a él, en un abrir y cerrar de ojos, Everett levantó un crucifijo y luego atacó a la mujer, pero ella huyo emitiendo un chillido que perforó sus oídos.
Después de un rato y algo mareado, se recuperó. Su hermano invadía su espacio personal en busca de alguna herida.
—Estoy bien —decía a su hermano quien no hacía caso a sus palabras—. ¡Ya basta, Everett! ¡Ya te dije que estoy bien!
El mayor asintió, pero no parecía muy convencido de sus palabras.
Matthieu, por el contrario, observaba el camino por el cual la mujer había escapado.
—¿Esa es Solange Harker? —preguntó al cabo de un momento.
Everett asintió.
—¿Están seguros?
—Sí, Matt.
—¿Acaso dudas de nosotros o qué niño? —preguntó Kirill fastidiado.
—¿Qué sucede Matt?
—Es que ella es la madrastra de Anneliese.
Everett casi se cae de nalgas al escuchar la confesión de su hermano.
—¿Cómo dices? —preguntó el cazador.
Matthieu resopló.
—No puedo equivocarme y estoy completamente seguro de que se trataba de Olga de Beaumont, la madrastra de Anneliese —suspiró—. La conocí el sábado pasado, no fue un encuentro muy placentero, a decir verdad. Pero eso explicaría muchas cosas. —Lo último lo dijo solo para sí, esperando que nadie más lo escuchara.
—Explicate —exigió Kirill cruzándose de brazos.
El viento sopló removiendo los cabellos de los tres hombres, la nariz de Matthieu se sonrojó por el frío nocturno y el aroma a césped mojado se hizo presente poco después.
Las campanas de la catedral sonaron. Muy oportuno, a decir verdad. Matthieu se levantó y trató de regresar a casa, pero aún con la duda en su mente, se preguntó si era prudente confesar todo lo que vivió en la casa de Anneliese, aunque ahora comprendía que la ilusión de fuego no había sido producto de su mente, sino de los oscuros poderes de Olga Lavelle, o como su hermano la conocía: Solange Harker.
De pronto, una revelación lo golpeó como una paloma en el parabrisas de un auto.
Si Olga era Solange, entonces, su amada Anneliese se encontraba en peligro. Si la mujer era una vampiresa, solo era cuestión de tiempo para que asesinara a la joven inocente que vivía bajo el mismo techo que un monstruo sediento de sangre.
Tras meditarlo, accedió a decir todo lo que sabía de la mujer.
Les habló desde su primer encuentro y la vestimenta que llevaba para ocultar su rostro de la luz solar, hasta su forma de hablar y sus filosos rasgos físicos. También mencionó la manera en la que ella se refería a Anneliese y, aunque se sintiera avergonzado, les contó sobre la horrible experiencia que vivió bajo esa ilusión mortífera de fuego. Lo único que dejó de lado fue el pasado de su amada, ellos no tenían ni porque enterarse de algo que ni la misma chica le había confiado todavía. Lo veía como una humillación y compartirla con personas ajenas a ella sería una falta de respeto a la memoria de su madre.
—Entonces ya sabemos en donde está —dijo Kirill en cuanto Matthieu terminó su relato.
Everett asintió, pero Matthieu no se sintió seguro de lo que ellos procederían a hacer. Temía por Anneliese y su padre, ambos no tenían idea de la clase de criatura que tenían metida en la casa.
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Editado: 03.08.2022