Capítulo 57.
Ariel.
Al recibir la llamada de mama. Deje la oficina para ir corriendo hacia la oficina de papa. Quien estaba saliendo para buscarme. Ambos salimos disparados hacia el hospital.
Rogaba que Reina y mi sobrina estuvieran bien.
Siento mucha adrenalina y miedo en mi interior. No quiero imaginar cómo está mi hermano.
Llego al hospital, estaciono como quiero. Bajo del auto siendo seguido por papa. Quien me regaña por estacionar mal el auto. Lo ignoro ya que tenemos cosas más importantes de lo que preocuparnos.
Entramos al hospital. Vamos a la recepción.
— Hola, mi cuñada acaba de ingresar. Dijeron que tuvo un accidente y ella esta embarazada ¿Sabe como esta? — pregunto con impaciencia.
Ella me mira y pestañea varias veces seguidas.
— Si, sigan me. El doctor ya está hablando con el esposo.
— ¿Sabe algo del estado en el que se encuentra? — pregunta mi papa.
Seguimos a la enfermera por el pasillo del hospital.
— Sobre la señora Almada, no tengo un informe todavía — nos explica. — Pero la bebe está en cuidado intensivos.
Suspiro aliviado. Mi sobrina está bien, ella está viva.
Comparto una mirada con papa, ambos estamos aliviados.
La enfermera nos guía, visualizo a mi hermano hablando con un hombre bata blanca. Calculo que es el doctor.
— Allí están — nos indica.
— Gracias — agradece papa.
Yo camino hasta mi hermano. Estaba cerca de él, cuando lo veo llorar y abrazar al doctor.
¡No!, que no sea lo que pienso. Pero muy a mi pesar, lo que yo suponía paso.
Escucho las palabras del doctor. Siento el dolor de mi hermano como algo propio.
Brandon.
Sentía los parpados hinchados y pesados. Me pase todo el día llorando.
No puedo creer que Reina no esté más conmigo. No es justo, ella debería estar acá. Debería estar disfrutando de su hija.
¿Cómo voy a vivir sin ella?
Siento ese dolor punzante en mi cuerpo. Ese dolor de mierda atravesarme como una espada filosa. Si antes creía tener el corazón roto, ahora lo tengo hecho añicos. Siento que se llevaron un pedazo de mi alma.
Miro a través del vidrio de la sala de maternidad. Allí en una incubadora, con varios cables conectados a su cuerpito. Pero ella duerme plácidamente. Ajena a todo el mal que la rodea, a todo el dolor y la angustia.
Miro el cartel en donde dice su nombre Rose Reina Villagrán. Una hermosa bebe de dos kilos seiscientos. Con muy poco cabello, el cual tira a castaño claro como el mío. Una bebe fuerte. Que está luchando por salir adelante.
No me dejes hijita, tu papa te necesita. No me dejes por favor.
No quiero perderla, es lo último que me queda de Reina.
Siento unos brazos delgados rodearme. Por un segundo pienso que es Reina, luego me acuerdo de que ella no puede ser. Entonces las lágrimas salen de vuelta.
—Tranquilo Brandon — me pide mi madrina.
Me doy vuelta para abrazarla, tengo que agacharme un poco. Pero quedo entre sus brazos mientras sollozo. Ella me da palabras de alivio.
Pero nada puede sanarme. Nada puede hacer que este dolor cese.
Reina muerta. Mi hija luchando por su vida, no puedo ser fuerte. No sé cómo hacer para seguir.
—No entiendo como paso esto. Esta mañana me desperté a su lado. La vi, le deje el desayuno. No paso ni ocho horas desde que la toque. No puedo creer que ya no esté — sollozo.
Siento tanto dolor ahora mismo. No puedo describir esto que siento.
—Mi hija, tía. Mi hija se me puede…
—No digas eso Brandon. Ella está luchando, ella va a estar bien — me interrumpe. — Rose es fuerte y es una bebe luchadora. Ella vino al mundo y se va a quedar en él.
Quiero creerle.
Hago el intento de creerle.
***
Me miro al espejo del baño. Me veo horrible, me afeite solo porque mama me lo pidió. Pero no soy capaz de procesar nada de esto todavía.
Hace tres días quien creía que era el amor de mi vida, la mujer que me rompió el corazón. Se fue, ya no es mas parte de este mundo. Ya no está más aquí conmigo.
Hoy es su funeral. Hoy me tengo que despedir para siempre de la mujer que tanto ame. Y que tanto me lastimo.
Es ilógico pensar que este es su final. Ella dio a luz a una hermosa bebe, a la cual no va a poder disfrutar. Ni siquiera pudo conocerla, no pudo ver lo hermosa que es. No pudo sostener su pequeña manito.
Las lágrimas amenazan con salir de vuelta. Intento retenerla pero fracasó rotundamente. Me duele, maldita sea como duele.
— Hijo es hora — anuncia papa al otro lado de la puerta.
—Dame un minuto, ya salgo — digo.
Lavo mi cara una vez más. Capaz termine por quitarme la piel de tantas veces que la lave.
Suspiro una vez más y salgo del baño de la casa de mis padres. No volví a mi departamento desde que ocurrió todo. No puedo, no quiero. Hay muchos recuerdos encerrados allí, sigue estando su olor en las sabanas. Siguen estando sus ropas tiradas por el piso, sus pinturas en el baño. Su taza de café en el lava platos.
Todo lo que ella toco está ahí. Pero ella no.
Estoy tan perdido en mí mismo y mis pensamientos. Que no noto cuando subimos al auto. Papa conduce, mama está en el copiloto. Catherine está a mi lado, junto a Marcos. Ella me tiene de la mano, me la aprieta con fuerza.
Mi familia no me dejo solo un minuto. Siempre tengo alguien a mi lado. Al parecer quieren evitar que me derrumbe. ¿Cómo lo evitan? Si ya no queda nada que tirar.
— ¿Entonces Rose será dada de alta pasado mañana? — pregunta Catherine sacándome de mis pensamientos.
Me doy vuelta para mirarla. Me encuentro con sus ojos cafés, iguales a los de papa. Los cuales me miran con tristeza.
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Editado: 17.09.2021