Miré mi reflejo en la ventanilla de avión. Tenía el cabello hecho un desastre y unas ojeras que ni te cuento. A mi lado se sentaba una señora que leía en silencio una novela romántica, aunque como era de esperarse estaba dormida.
Tomé una de las revistas que había comprado, mala decisión, era de vestidos de novia. Las bodas habían pasado a ser un tabú para mí, y para cualquiera que encontrase a su prometido montándoselo en la cama con un tipo. Ese pequeño incidente más que destrozarme me abrió los ojos, me advirtió que el amor no está hecho para todos, al menos no para mí.
Como era de esperar hice lo que toda cobarde haría: Volver a casa con mis padres. Vivía en un pequeño pueblo en las a fueras de Ontario. Hacía unos diez años me había permitido soñar, cumplí mi sueño de estudiar Literatura a Nueva York, sin importarme nada de lo que dejaba detrás. No me arrepiento de ello, puesto que nunca me había sentido tan libre. Allí hice amigos, me enamoré de mi actual trabajo, que era ser editora, conocí la hermosa ciudad y encontré el amor. Todo eso antes del 《incidentedelqueestáprohibidohablarporqueesmihistoriayyolodigo》, ahora solo quedaba yo, una chica de 28 años que huía de un romance fallido, escapando, como lo hacía siempre. Aunque ya no me quedaba nada en Manhattan, ni amigos, esos se van a medida que pasa el tiempo y los que quedan solo los ves una vez cada mil años, ni trabajo, había decidido dejarlo y encontrar alguna cerca del pueblo, no me puedo dar el lujo de estar en paro, soy pobre.
Había vendido mi antiguo piso, gracias a eso pagué el costoso viaje, compré algo de ropa y regalos, en menos de un mes sería Navidad, hacía diez largos años que no pasaba una en familia. Tenía la esperanza de que el chocolate caliente y el calor de mis padres en estas fechas serían capaces de reparar un corazón roto, porque seamos realistas, ¿Qué no repara el chocolate?.
En menos tiempo de lo esperado estaba bajando las escaleras del avión y viendo como un chico apuesto y robusto sostenía un cartel con mi nombre en él, era mi hermanito menor. ¡Ostias, cómo pasa el tiempo!, lo dejé de ver cuándo tenía 9 años. Levanté la mano para captar su atención y me sorprendió con la calidez que me sonrió. Sin poder evitarlo corrí hacia él y lo abracé, escondiendo par de lágrimas escurridizas.
— Bienvenida a casa, Megan —dejó escapar con algo de asombro en su mirada.
— Dios, estás tan.... mayor, ¿Qué edad tienes Josh?.
— ¿Te vas diez años de casa y se te olvida la edad de tu hermano menor?, lo siento capitana calzoncillos, esto no es perdonable.
No podía creer que se acordara de nuestros juegos de niños, tuve que contenerme para no llorar ahí mismo.
— Soldado Calcetines, le suplico que me perdone, aunque no soy merecedora de su misericordia.
Ambos contuvimos una risa escandalosa, y salimos lo más rápido que pudimos del aeropuerto. Hacía un frío invernal, y las calles estaban cubiertas de nieve, algo común para esta época. El trayecto en coche fue más rápido de lo esperado, nos pusimos al día en las cosas más importantes, me sorprendió lo mucho que extrañaba a mi hermano y mejor amigo.
Me paré frente al porche, ya había un gran adorno navideño en la entrada, me resultaba tan extraño todo, como si nunca hubiese vivido aquí. Josh abrió la puerta y un exquisito olor a galletas me invadió , ese era el olor de casa, el olor de Navidad.
— ¡Llegamos! —su voz a pesar de ser ronca se notaba alegre.
Se quitó los zapatos y los dejó en la entrada, hice lo mismo mientras el corazón latía con rapidez, creo que no hay nervios comparados con los de ver a tu familia después de diez años. ¿Estarían enojados?, ese era mi mayor temor.
Mi padre seguido de mi madre cruzó la pequeña sala más rápido de lo que esperaba, me abrazaron y sentí que se me reiniciaba la vida, no existe lugar más tranquilo que los brazos de tus padres, fueron demasiados sentimientos encontrados, y esa vez me permití llorar, porque sabía que estaba a salvo, que nada malo me pasaría ahí.
— Hija te extrañamos mucho —mi padre sollozaba al par mío.
— Yo también a ustedes —dije entre lágrimas.
***
Al despertar me sentí animada. No extrañaba mi cama de Manhattan, ni mi casa, ni mi antigua vida. Estaba en la habitación de mi hermana mayor, en la mía estaba todo el equipaje que no me había dignado a desempacar, total, tenía toda una vida para hacerlo.
Me calcé las pantunflas de power ranyers que tenía a los pies de la cama y caminé hacia la ventana, estaba nevando, todo era blanco, cubierto de nieve. Me eché una ojeada en el espejo, sorprendentemente el pijama navideño que usaba a los 18 años me servía, aunque solo la parte de arriba, que era un jersey rojo con la cara de Santa Claus en el pecho y el letrero de la clásica risa del anciano: Ho Ho Ho.
Bajé las escaleras y fui directo hasta la cocina, mi madre acababa de hacer chocolate y se sentía en todos los rincones de la casa.
— ¡Buenos días!, por aquí huele bien.
— ¡Oh, cariño! —me acarició una de las mejillas con delicadeza y sonrió— aún no me creo que estés aquí después de tanto tiempo.
— No es para tanto —tomé una de las galletas del día anterior— solo fueron....
— Diez años —Josh robó mi galleta y terminó la frase por mí.
— Hombre, que si lo dices así suena muy mal, la verdad.
— No te preocupes cariño, sabemos que tuviste tus razones —mi madre sabía que prefería no hablar del tema e intentaba evitarlo a toda costa.
— ¿Y papá? —pregunté, mientras robaba otra galleta.
— Está en el trabajo, cielo —caminó hasta la mesa y nos llenó de chocolate las tazas— no llega hasta la noche.
— ¿Papá no está muy mayor para ese trabajo?.
— Algo, pero las cosas no...—miró a Josh con disimulo— no han sido fáciles.
Sabía que se estaban esforzando demasiado para poder pagar la beca de estudios de mi hermano. Lo que me recordó que tenía que buscar trabajo.