Emma.
Salgo de casa para ver la mansión de Ada Comanov. Sé un poco sobre su vida: su padre murió y ella heredó una gran fortuna. He visto muchas fotos de ella con una mirada fría, casi como si no tuviera compasión por nadie, una mujer hermosa pero distante.
Recuerdo el día en que me quiso dar su número de teléfono. Aunque ella no lo sepa, lo tengo, pero no lo uso con frecuencia. Prefiero estar con la madre naturaleza. Esa noche en su cocina, cuando estuvimos a punto de besarnos, sentí unas sensaciones extrañas en el estómago. Sus sonrisas, tan pervertidas y sinceras, provocaron esas sensaciones. La sonrisa delata lo que los pensamientos esconden.
Miro mis pies desnudos y los acaricio. Desde que comencé con la quimioterapia, he sentido mucho calor en los pies; por eso normalmente ando descalza. Ahora, con el frío, necesito tenerlos al aire libre. La quimioterapia se ha vuelto más pesada. Tengo neoplasia cancerosa, o cáncer cerebral; los doctores y mis hermanos dicen que sobreviviré, que soy tan cabezota que ni el cáncer me vencerá en una lucha.
Los síntomas que tengo son mareos, dolores de cabeza, vómitos, y a veces pierdo el equilibrio; aunque a veces eso se confunde con mi torpeza. Cada vez que entro al consultorio del doctor, veo una frase extraña en la pared. Él dice que es para motivar a los pacientes, pero usualmente los pacientes que trata no sobreviven mucho tiempo… ¿Me pasará eso a mí?
—¿En qué piensas? —pregunta Josh mientras se sienta a mi lado.
—En todo… supongo —digo mirando a las estrellas.
—Las estrellas son tan hermosas. Cada una tiene una gran historia; unas brillan más y otras menos. Supongo que así brillamos todos también. Unos brillamos más, otros menos, pero brillamos, y eso es lo que cuenta.
—¿Por qué me dices todo eso?
—No lo sé, pero te lo he dicho —dice mientras se levanta y extiende su mano hacia mí—. Vamos, debemos irnos.
Sonrío y me ayudo con sus manos para levantarme. En el proceso, me mareo, y Josh me agarra con fuerza para que no me caiga.
—Estoy bien, tranquilo —digo soltando una risita. Él hace una mueca y asiente.
Él sabe que miento, sabe que siempre he mentido sobre mi estado. Digo estar bien, pero es todo lo contrario; estoy cansada. Cansada de luchar, cansada de que todo vaya bien, cansada de pensar si despertaré mañana, cansada de las quimioterapias y de todo en general.
De casa salen mi madre y mi padre; detrás de ellos, mi hermano Jared mira su celular atentamente. Sé que ha estado hablando con una chica últimamente, pero nunca hemos sabido quién es. Josh lo molesta un poco, y también yo, pero en el fondo nos sentimos orgullosos de que interactúe con alguien más que no seamos nosotros.
—Bien, familia —habla mi padre, y todos lo miramos mientras él guarda las cosas en el baúl de la camioneta.
Mis padres son doctores en el hospital privado de la ciudad. Gracias a eso, podemos vivir aquí con todas las comodidades posibles.
—Hora de ir al hospital —dice mi madre sonriéndome.
Desde ahora confirmaré si saldré con vida o no de las puertas de cirugía. Nos subimos al auto, todos nerviosos. Sabemos las posibilidades de mortalidad, pero debemos hacerlo de una vez… necesito descansar.
En todo el camino, pienso en Ada. Recuerdo el día en que el padre de Ada vino al hospital por primera vez con ella; debían hacer un chequeo general, y en la sala de espera, Ada y yo interactuamos por primera vez. Recuerdo su felicidad al ver por primera vez a una niña con el cabello anaranjado; se sorprendió tanto que le pidió a su padre tener el mismo color de cabello. Su risa, su sonrisa, lo recuerdo todo como si hubiera sido ayer. También recuerdo el pedido que le hizo a su padre; fue exactamente el mismo que me hizo a mí.
—La quiero a ella, cómpramela.
—¿Cuánto debo darte para que estés conmigo?
Sus palabras se repiten en mi cabeza. Nunca debió comprarme para que estuviera con ella; siempre fui suya, Adeline Comanov.
Llegamos al hospital y algunos enfermeros nos están esperando. Me llevan para prepararme, voy con ellos como siempre… odio esto. Las quimioterapias y las constantes revisiones las detesto, ya que siempre dan los mismos resultados.
Negativo. Negativo. Negativo.
Así constantemente. Me coloco como siempre antes de cada revisión, mi bata, dejo mi ropa en una bolsa para luego dársela a mi madre. Una enfermera se acerca a mí.
—El quirófano ya está listo, Emma. Gloria nos está esperando afuera —dice con una sonrisa tranquilizadora. Yo asiento sonriendo y salimos de la habitación.
—¿Lista? —me pregunta Gloria. Yo sonrío y hago un gesto con mi pulgar hacia arriba, dando mi aprobación.
Antes de colocarme en la camilla, tomo mis pulseras y las dejo con Gloria. Ella es mi enfermera de confianza. Me cuidó todo el tiempo que estuve internada por los desmayos constantes y los primeros días después de la quimioterapia. Me gusta molestarla, ya que hace una cara graciosa cuando se enoja.
—¿Qué haría sin ti, Gloria querida? —Digo mientras la abrazo, y me subo a la camilla. Ella me mira con expresión de obviedad.
—Morirte, eso seguro —dice en broma. Yo suelto una risotada.
—Es cierto, por esta vez te doy la razón.
—Bien, mocosa, hora de ir a la cirugía —dice mientras guarda las pulseras en su bolsillo. Entran algunas enfermeras y mueven la camilla para llevarme. Antes de cruzar esas tenebrosas puertas, miro a mi familia. Todos están igual o hasta peor de nerviosos que yo. Miro a cada uno, pero noto un espacio vacío al lado de Josh.
—Me encantaría que estuviera… No acabo la frase; ella no puede enterarse de esto; no quiero que sienta lástima por mí. Cuando saben que estás enferma, siempre te tratan como una enferma.
—¿No le has contado? —pregunta mi madre, y yo bajo la mirada negando—. ¿Por qué no?
—No quiero que sienta lástima por mí. Quiero hacer las cosas bien, pero primero quiero mejorar… así estaré allí sin miedo, con ella. —Ella lo comprende y me da un beso en la cabeza, igual que el resto.