Ada
Amor… Aquella palabra me suena algo increíble y caótico. Todos sabemos lo que sucede cuando amamos incondicionalmente a una persona: te puede lastimar o hacerte sentir la persona más importante del mundo… de su mundo.
¿Habrá alguien así para mí?
Con tan pocas esperanzas, digo que sí. Es una pelirroja que conozco desde hace poco. Traté de comprarla, desapareció, y acabo de ver a su… ¿cómo se llamaba? ¿Juan? ¿Jorge?... Josh. Ese es su nombre. Supongo que a Emma la espanté cuando intenté darle algo a cambio para que estuviera conmigo, pero no sé cómo expresar lo que siento de otra forma. Siempre fui así.
Pensar que estábamos bien hace tiempo, pensar que creí que podía tenerla conmigo como si nada más importara… pero nunca pensé si ella lo deseaba tanto como yo.
Cuando regreso a la mansión, veo la casa de Emma vacía. Suspiro y entro a la mía. Las luces están prendidas, todo está en su lugar, pero algo me desconcierta. Me saco el abrigo con rapidez y corro hacia el living.
—Para tener una gran mansión, tu seguridad es muy mala —dice una voz conocida. Emma se levanta del sofá con dificultad, llevando un vestido amarillo con estampado de girasoles y una campera gris, probablemente de alguno de sus hermanos. Está descalza, como si no le importara la formalidad. Su delineado impecable y su sonrisa me desarman.
Sin pensarlo, camino rápidamente hacia ella y la tomo con delicadeza por los hombros, acercándola hacia mí. Extrañé su perfume, su calor, su cercanía. Extrañé todo de ella.
—Te extrañé, Emma Romano.
—Te extrañé, Ada Comanov —dice, aceptando mi abrazo con una mezcla de alivio y euforia. Permanecemos así durante un largo rato, simplemente sintiendo la presencia de la otra.
—¿Deberíamos soltarnos? —pregunta con risitas nerviosas. Yo niego.
—Solo un poco más.
—Está bien, no hay problema.
Finalmente, la suelto, sintiendo un frío en los brazos. Ella me sonríe, con un leve sonrojo en las mejillas.
—Oye —le digo, y ella, aún nerviosa, me mira—. ¿A dónde habías ido estos meses? No sabes lo preocupada que estaba... y lo sola. —Me siento, buscando un poco de estabilidad. Ella se queda parada, pensando, su expresión cambiando a una más seria.
—Lo siento... Fui internada en el hospital privado cerca de aquí. El día que me fui, estaba por ser operada… por mi cáncer… Quería decírtelo, pero pensaba contártelo después de la operación, pero… jamás se hizo. —Su voz tiembla mientras intenta contener las lágrimas.
Mi mente se queda en blanco por un segundo.
Cáncer. Esa palabra resuena como un eco.
Recuerdos oscuros me invaden: la pérdida, la impotencia, el dolor. La imagen de mi padre muriendo en mis brazos, mientras trataba de sacar su última sonrisa antes de despedirse.
—Mírame… por favor, no te quedes callada —me pide Emma, devolviéndome a la realidad. Me levanto de inmediato y la abrazo con fuerza.
—No te separes de mí, no quiero perderte. Te agarré demasiado cariño para que te vayas tan rápido, Emma, yo… —Ella me interrumpe, poniendo su dedo sobre mis labios.
—No digas nada, no ahora. Solo quiero disfrutar esto, disfrutarlo contigo.
Nos quedamos en silencio, pero la tensión entre nosotras no desaparece. Todo parece calmarse hasta que Emma, de la nada, suelta una pregunta.
—¿Estás ebria?
—No tengo idea —respondo entre risas.
—Entonces, supongo que debo asegurarme… —dice con una sonrisa traviesa.
Nos miramos con una mezcla de nerviosismo y expectativa. Tomo su rostro, esperando que me detenga, pero en lugar de eso, cierra los ojos, dándome el permiso que buscaba. Me acerco lentamente, sintiendo nuestras respiraciones mezclarse, y finalmente le doy un beso suave. No es apasionado como en las películas, pero es suficiente para que mi corazón quiera explotar. Sus labios saben a fresa, y son tan suaves que podría perderme en ellos.
Emma coloca sus manos en mis brazos y se pone de puntillas para llegar más a mí. La sostengo por la cintura para mantenerla cerca. Cuando nos separamos, sus mejillas están teñidas de rojo, y sé que la mía debe tener la expresión de una chica completamente enamorada.
—Te quiero —digo con una mezcla de miedo y esperanza.
Ella levanta la vista, su sonrisa llena de felicidad.
—Yo también te quiero mucho, Adeline. Desde el día que fuiste al hospital y le rogaste al Sr. Comanov que fuera tu regalo —dice riendo suavemente.
De repente, recuerdo ese momento. Conocí a Emma cuando fui al hospital para un chequeo y la vi jugando. Nos hicimos amigas al instante, y antes de irnos, le rogué a mi papá que la llevara con nosotros… Qué vergüenza.
—Te he hecho la misma propuesta dos veces, qué vergüenza —murmuro, agachando la cabeza y escondiendo mi cara en su cuello. Ella ríe nerviosa y me abraza como puede.
—Ada… ¿Qué estás…? —Su voz se corta cuando empiezo a dejar pequeños besos en su cuello. Siento su respiración acelerarse, pero no me suelta. La acerco más a mí, y escucho un pequeño suspiro de su parte antes de separarme con una sonrisa triunfante.
Sus ojos brillan con emoción, y por un instante siento que nuestros corazones laten al mismo ritmo, como si fueran uno solo. Esa sensación me llena de una felicidad inmensa.
—No bebas más alcohol… por favor.
—Lo pensaré. Pero ahora, pelirroja, debes volver a casa. Está empezando a hacer más frío —le digo, dándole un beso en la mejilla. Ella se queda en su lugar con una sonrisa pícara.
—¿Puedo dormir aquí esta noche?
—¿Qué?
—Mis padres me dejaron. Es un premio por el mes que estuve a la fuerza en el hospital —dice, moviéndose nerviosa. Frunzo el ceño, confundida.
—¿Te obligaron a quedarte en el hospital?
—Sí, bueno, es una historia larga, pero no importa ahora. ¿Puedo o no? —Esquiva el tema rápidamente. Sonrío y camino hacia mi bolso, que dejé tirado en la entrada.
—¿Tienes hambre o prefieres ir a la cama?