Dosmundos

CAPÍTULO IV

LÉA

—¡Ya basta! —el grito de alguien, hace que active todas mi alarmas—¡Ya basta de leerme la mente!

Abro bruscamente los ojos, pero trato de no mover un solo músculo. Siento algo frío, rozar mi mano, miro de reojo, para saber que lo que lo estaba causando, y la sorpresa me hace fruncir el ceño por un momento.

Una espada de esgrima. Como demonios, había llegado eso ahí.  

-Qué demonios te pas...—no dejo que el rubio termine de hablar, por que inmediatamente me planto en medio de los dos, apuntándolo con mi espada, con la típica postura en guardia, del esgrima, mientras me muevo rodeándolo desafiante.

El otro sujeto, se queda estático por un momento, pero no tardo en percibir la sorna en sus ojos.

Qué mierda con este sujeto. 

¿Esperaba que me temiera? Ja,

Pues claro que no tenía miedo, el pelinegro sostenía una lanza muy intimidante, y... era muy alto, yo soy un maldito Minions a su lado—bueno siempre he sido un Minions ala lado de cualquiera— pero ahora me sentía mas como... una hormiguita—¿De qué, se alimenta este muchacho?

Yo quiero de lo que come este chico.

Mi corazón da un salto de felicidad, cuando veo a Axl; está a espaldas del pelinegro, con una hermosa...

¿Espada en la mano...?

Mejor ni me como la cabeza pensando de donde salieron nuestras armas. En este lugar nada parece ser normal, y menos nuestras vidas; primero, el rincón del sótano, el collar y el brazalete; segundo, el árbol; tercero, los monstruos; cuarto, estos sujetos—bueno los sujeto no tanto, al menos eran humanos, lo mas raro en ellos eran sus armas, y vestimenta— y para cerrar con broche de oro, nuestras espadas, pero como dije, no me comeré la cabeza pensando de donde salieron.

Le hago una seña a Axl con la cabeza, haciéndole entender, que quiero que se mueva y lo apunte con el arma.

No queremos dañarlos, solo... nos queremos ir; buscar algún tipo de información, para salir de aquí, y llegar a casa.

—Quienes son ustedes. —espeto, tratando de que mi voz suene segura, y firme—

El pelinegro me mira como si fuera una niñita ingenua, ilusa, por que no obtendré respuestas de él, y podría jurar que piensa lo mismo de su amigo. Dirijo la mirada al rubio, y se la penetro.

En el buen sentido...

Trato de ser intimidante, para sacarle algo de información. El chico me mira con un poco de miedo, por que sin darme cuenta, la punta de mi espada esta rozando su estómago.

—Somos del reino de Mares. —suelta el sujeto rápidamente— 

¿Ah?

¿Escuche bien?, ¿reino?, ¿un reino, en pleno siglo veintiuno?

Dirijo la mirada inmediatamente a Axl, quien tiene, la misma confusión en el rostro que yo.

Y no se me escapa, la mirada despectiva que lanza el pelinegro al rubio.

Me estoy haciendo ideas locas, muy locas..., todas, sobre las circunstancias en las que estamos; un sótano misterioso; joyas que no se desprenden de ti, y te dejan marcas; se abre un vórtice negro; aparecemos en un lugar desconocido y extraño; monstruos aterradores nos atacan; corremos por nuestras vidas; dos extraños con vestimentas y armas arcaicas; y ahora un reino.

¿Qué, mierda estaba sucediendo? 

—Dónde estamos exactamente. —le ordeno a que me responda, cuando me giro hacia el rubio nuevamente—

No responde. Subo la punta de mi estada directamente hacia su corazón, para presionarlo a hablar.

—E-estamos alas afueras del reino de Mares. —responde asustado—

—Ya sé, que estamos en su dichoso reino. —hablo exasperada— Pero no es eso lo que quiero saber.

El muchacho me mira extrañado.

—¿Entonces?

—Que dónde estamos. Dónde carajos, queda Mares. Qué región de Europa es esta. —me irrito— Eso, es lo que quiero saber. ¿Me lo puedes decir?

Noto que el pelinegro y el rubio me miran sorprendidos, no sé si será por mi forma de hablar, o mi desconcierto con la ubicación. 

—¿Y bien...? —le pregunto—

—No sé de que estás hablando. —habla firme, aunque mi espada siga apuntando su corazón— No conozco, de algún lugar que se llame Europa. Este es el país del fuego, y estas en territorio del reino de Mares.

—Otra vez esa mierda del reino de Mares. —hablo frustrada— Y ahora hay un maldito país del fuego.

—Cuida tus palabras, niña. —habla el pelinegro en tono de amenaza— Cualquier insinuación en contra del reino, puede jugar en tu  contra.

Lo miro con desdeño.

—Primeramente, no soy una niña. ¿Cuántos años nos diferencian?, uno..., dos... o quizás tengamos la misma edad. No por eso eres superior a mí, y menos te da el derecho de llamarme niña. 

Tensa su mandíbula transformando su cara en enfado puro, y venenoso; hace ademán de hablar pero no se lo permito. 

—Segundo. No pertenezco aquí, no soy de tu país, mucho menos de este reino. Anda y diles, diles que hablé mal de su reino. Te lo repito, no es mi país, no es mi reino, y por último ni siquiera soy una pobladora de los alrededores. No me pueden tocar, por que no fue traición, no puedo traicionar con algo que ni siquiera conozco.

Se hace un silencio fúnebre por un minuto, nadie dice nada, nadie se mueve, todos nos quedamos en las mismas posiciones; ellos como estatuas y nosotros apuntando.

Suspiro cansada por todo lo que esta pasando, ya casi va a amaneciendo, y ni siquiera pude dormir amenamente, por los imbéciles de ahora.

—Bien. —digo— Ustedes no tienen ni mas mínima idea de lo que queremos saber. Solo... dejemos esto aquí.

Hablo mientras me posiciono normal y dejo de apuntarle el pecho al rubio, camino hacia Axl mientras le tiro miradas de desprecio al pelinegro.

—Vámonos Axl. —digo, y el chico deja de apuntarle, y camina hacia mi con precaución—




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