Ese coqueteo constante con la muerte, lo he definido como una retorcida virtud. Aquel inherente deseo por infringirme dolor y heridas mortales, se apodera cada vez más de mi. Tal es el grado de desorden emocional y mental, que no reconozco si llegué al clímax de mi loco y morboso pensamiento...
Puede que ya sea un yelmo inerte, y el único vestigio de mi ser, sea el eco remanente de mi vagabundo y desdichado espíritu... Quizás al final, no llegaré saberlo a ciencia cierta.