Dueña de mis letras

Ay

¿Qué hace falta para que dos personajes se acerquen más y dejen sus prejuicios de lado? Ya hicimos la primera fase, que uno de los dos le preste ayuda al otro, ahora, lo que toca, es conversar un poco, dejando ese pequeño dejo de hostilidad. Si lo que hoy escribí sucede, habré demostrado que no estoy tan loca.

Nora ya leyó el capítulo, ahora falta que vea con sus propios ojos cómo sucederá al pie de la letra, o de algún modo similar.

Ya llegó el viernes y me encuentro tecleando como loca, llena de estrés por lo que debo organizar en un mes. Es el último día de la semana laboral, y siempre quedan cosas que no hiciste durante los otros días, por eso odio los viernes, muchas veces tengo demasiadas cosas que atender, sobre todo con el evento. Ni siquiera me tomo la pausa del café, no tengo tiempo ahora mismo, y menos para almorzar.

Los viernes siempre salimos más temprano del trabajo, pero eso mi mamá no lo sabe.

¿Qué ordenamos hoy para comer?

No le respondo el mensaje para poder enfocarme. A Nora le encanta pedir comida fuera, es una de esas personas que gasta más en almuerzos y cenas que en la mercadería mensual.

—Señorita Gupta, alguien la busca —se acerca la secretaria en voz baja.

Es una mujer agradable, de unos cuarenta años y media rechoncha, pero sobre todo, muy simpática. La pobrecita siempre es maltratada verbalmente por el jefe.

Me levanto de mi silla y la sigo hacia la entrada del piso sin preocupación alguna, pero me entran escalofríos al pensar que podría ser nuevamente Jonah.

La secretaria se sienta en su puesto y me tranquilizo de inmediato al ver un hombre de espalda que no es mi ex.

—Hola, ¿me busca?

En cuanto se voltea sé que el conflicto será malo.

—Sí, Chandra Gupta —su voz es dura, y puedo sentir todo su enojo.

Quizá ayer entre tanta cosa que pasó me deshice de un libro el cual no me llamaba la atención. Mi trabajo es decidir qué libros pueden ver la luz o no, y este no se lo merecía, debía permanecer en oscuras tinieblas, y acá está el autor, enojado a tal punto que casi le salen humitos por la cabeza.

—¿Cómo es eso que mi libro pertenece a un basurero? ¿Me lo puede explicar en persona?

Kachara. No recuerdo haber usado una expresión como esa, nunca soy tan dura y pesada con los autores, siempre procuro tener tacto con ellos, porque debe ser difícil empeñarse tanto en algo y que te lo terminen rechazando. Como cuando iba en el último año de colegio. Me gustó un niño durante dos años, y siempre le hacía favores y ayudaba en todo lo que podía, desperdicié dos años para que el último día de clases me le declarara y me rechazara diciendo que no le gustaban las mujeres morenas. Llegué llorando a casa.

—No recuerdo haber usado ese tono, señor… —maldición, olvidé su nombre.

—Ni si quiera sabes el nombre de la gente que rechazas, vaya editorial de porquería, no vale la pena publicar aquí.

Bota algo del escritorio de Linda —la secretaria — lleno de furia y se va dando pasos pesados en dirección por donde llegó.

—Tampoco es como si pudieras publicarlo —balbuceo mientras recojo lo que quedó esparcido por el suelo.

En estos días del mes, donde todo es incierto y sufres por culpa de la sangre que sale de ti, agacharse es todo un riesgo, por eso al levantarme le pregunto a Linda si estoy manchada, y menos mal responde negativamente.

—Perdón por el inconveniente —le sonrío y me voy.

Cada cierto tiempo vienen personajes como él, que se frustran cuando una editorial tan reconocida como la nuestra no les da el visto bueno, pero deben entender que deben cumplir ciertos requisitos, no cualquier novela puede ser publicado por nosotros, debemos saber dónde poner el ojo, y aun así, siempre hay fracasos donde se creía que no lo habría, es parte del oficio.

—¡Gupta, venga a mi oficina ahora mismo!

Le doy una mirada de pánico a Nora que levanta la cabeza para ver en mi dirección. Esto podría significar dos cosas, y mi amiga me indica con la cabeza que vaya. Ella también está interesada en saber si mi teoría es cierta.

Doy un paso, luego otro. Llevo las mano detrás de mí, porque no quiero que el resto de mis compañeros vean lo nerviosa que estoy, pero las manos se me mueven solas.

La fragancia de la habitación me llega a la nariz y cierro la puerta detrás de mí.

—Perdón, fue solamente un cliente enojado porque rechacé su manuscrito, pero le prometo que no era prometedor, lo puede corroborar usted mismo —suelto sin siquiera respirar.

Tengo el mal hábito de justificarme con dos personas. Mi mamá, y mi jefe.

—Me da igual —agita una mano limpiando las telarañas de su mente —. Tengo que hablar de otra cosa con usted —cierra un libro que tiene en sus manos —. Respecto a ayer.

Su tono de voz se va calmando y tengo la impresión de que me va a pedir disculpas por lo del Uber, y con eso podría reírme en la cara de Nora, y a la vez inquietarme, porque de algún modo, significa que tengo el poder sobre él.

—Arregle sus asuntos personales fuera de la oficina…

—¡Literalmente estaba fuera! —contraataco.

Abre la boca impresionado por mi coraje de responderle.

—No me interesa para nada saber la situación con su novio, y a mis trabajadores tampoco, así que si tiene que pelear o reconciliarse con su pareja, hágalo en la privacidad de su hogar —respira para no enojarse.

Mi abuela tenía razón, todos los hombres son iguales, no son capaces de reconocer jamás sus errores. Son todos unos idiotas sin corazón. Cree que por haber sido amable una vez le puedo aguantar todos sus malos tratos.

—¿Usted jamás pide disculpas? —hablo mirando el suelo.

No tengo que verlo a la cara, puedo hacerme una imagen mental de la expresión que debe haber ahora en su rostro, pero no me interesa en lo más mínimo si se siente mal, porque él jamás considera los sentimientos de los demás a la hora de herir, es malvado con sus palabras, y dudo siquiera si puede tener sentimientos.




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