EL DUENDE.
Alberto todavía estaba sorprendido de que se hubiese dejado convencer por aquella ancianita para comprar aquella planta artificial con una horrible maceta. Él vivía solo, no le preocupaban mucho los elementos decorativos y menos los de ese tipo, pero ya estaba hecho y, la verdad, había sido muy barata. La colocó en medio de la mesa del salón y se olvidó de momento de ella. A última hora de la tarde, cuando se dirigía a la cocina para prepararse algo de cena, pasó por el salón y le dio la sensación de que la maceta no estaba en el lugar en el que él la había dejado.
"Serán imaginaciones mías" pensó, y la volvió a colocar en el centro de la mesa.
Volvió a olvidarse de ella y después de cenar decidió acostarse. Aunque llevaba un mes teletrabajando en casa y madrugaba menos, estaba cansado.
Se despertó en mitad de la noche sobresaltado porque escuchó el ruido de algo que se había roto. Cuando entró en el salón se encontró con la planta en el suelo y la maceta rota. Estaba algo inquieto, la planta no le importaba lo más mínimo, pero el suceso era de lo más extraño porque no había ninguna corriente de aire y la maldita planta estaba en medio de la mesa. Empezó a escrutar cada rincón del salón con la mirada y casi dio un grito cuando en el último que miró se encontró con una especie de ser humanoide, no medía más de medio metro y tenía un rostro muy extraño entre dos orejas puntiagudas.
--¿Quién es usted? preguntó Alberto con la voz entrecortada y sobrecogido por el miedo.
--¿Puedes verme? --Preguntó a su vez aquel ser.
--Pues claro que puedo verle --dijo Alberto que notó que su miedo se estaba empezando a convertir en enfado.
--Creo que me estoy haciendo demasiado viejo --dijo como hablando para si mismo el diminuto ser --Se supone que no deberías verme. Soy un duende.
--¿Un duende? --repitió Alberto con escepticismo --voy a llamar a la policía y se lo cuenta a ellos --dijo con tono amenazante.
--Como quieras, pero te van a tomar por loco.
Alberto había empezado a marcar el teléfono de la policía cuando escuchó las últimas palabras de aquel hombrecillo y se dio cuenta de que tenía razón.
--¿Puedes demostrar que eres un... Duende?
--se le ocurrió preguntar a Alberto que había desistido de llamar a nadie.
--¿Tú eres tonto o qué? ¿Crees que voy a llevar en el bolsillo un certificado que me acredite como duende?
--Bueno... no me insultes. Creo que es bastante lógico que dude de lo que me dices. --dijo Alberto dándose cuenta de que se estaba disculpando, algo que le parecía aún más surrealista.
--Si, me hago cargo. Yo siento mucho que me hayas visto, estoy perdiendo facultades, ya tengo 423 años y los duendes vivimos una media de 500 --dijo el pequeño hombre con voz compungida.
--Vaya, lo siento --dijo Alberto sintiendo algo de pena, hasta que cayó en que todavía iba a vivir más años que él. --Y...¿Que pasa? ¿Cuando sois más jóvenes, sois invisibles?.
--No exactamente --contestó el duende --somos interdimensionales y los humanos, normalmente, no podéis vernos.
--Ah --exclamó Alberto cómo si hubiese entendido algo. --Y..¿tienes intención de hacerme algún daño?
--Nooo --se apresuró a decir el duende para tranquilizar a Alberto --Llevamos muchísimos siglos viviendo con vosotros, normalmente cambiamos las cosas de sitio, lo que que os causa bastantes quebraderos de cabeza cuando queréis buscar algo, pero nada más... bueno, para no mentirte, tengo que reconocer que alguna vez rompemos algo, pero por accidente.
--¿Como has entrado en mi casa?
--Venía dentro de la maceta.
--Pero... si era mucho más pequeña que tú.
--Ya, pero como somos interdimensionales...
--Ah, claro, ya entiendo --mintió Alberto que no entendía nada --Entonces... la ancianita que me vendió la planta...
--Era un hada amiga mía.
--Pues también está un poco mayor.
--No, no está mayor, es que estaba disfrazada.
--Ahora entiendo como me pudo convencer para que comprase esa horrible planta, me hizo algún encantamiento.
--No, no te hizo ningún encantamiento. Por cierto, eres bastante malo regateando, te la habría dejado mucho más barata.
--¿Y tienes intención de quedarte aquí?
--Solo por un tiempo. Unos 50 o 60 años.
--Ya, pues para cuándo te quieras ir, yo ya me habré muerto.
--Es verdad, perdona, no me había dado cuenta de que los humanos vivís muy poco.
A Alberto no le hizo mucha gracia el último comentario, pero decidió obviarlo.
--Y ¿de que te alimentas?
--Yo como muy poquito.--dijo el duende consciente de que no le había preguntado eso.
--¿Te vas a comer mi comida?
--Ni siquiera lo notarás, de verdad, comemos muy poco.
--¿Tienes un nombre?
--Si, pero te resultaría impronunciable.
--¿Te puedo llamar David?
--Cuanto daño nos ha hecho esa maldita serie de dibujos animados, porque no soy un gnomo.
--Bueno, tampoco te enfades. Si lo prefieres te puedo llamar Willow.
--No, David está bien.
--Oye --dijo Alberto tras permanecer un rato pensativo --Escuché hace tiempo un cuento en el que un carpintero que era muy bueno se levantaba por la mañana y los duendes le habían hecho el trabajo --dijo Alberto con cierta picaresca.
--¿En que trabajas?
--Trabajo en un Banco, pero ahora teletrabajo en casa, básicamente haciendo acciones comerciales.
--¿Eso que es?
--Llamo a los clientes por teléfono para ofrecerles servicios y productos financieros.
--¿No pretenderas que llame por la noche a tus clientes?
--No, claro, era una broma --dijo Alberto un poco decepcionado. --Bueno, pues por mí no hay problema, si lo único que vas a hacer es cambiar las cosas de sitio, no me preocupa demasiado. Nunca encuentro nada de lo que busco. Lo único... lo de romper cosas.
--Ya, tendré cuidado.
--Gracias. Sobre todo ten cuidado con la tele, es nueva.
--Lo tendré en cuenta, de verdad.
--Mañana tenía pensado ir a la compra por la tarde ¿Quieres algo en especial?
--No, de verdad, te lo agradezco, pero ya te digo que como muy poco y me apaño con cualquier cosa.
--Vale, pues decidido entonces. Me voy a acostar. Buenas noches David
--Buenas noches, Alberto. Que descanses.
Alberto se despertó extrañado del sueño tan extraño que había tenido. Se levantó somnoliento y fue directamente al salón. Al ver la maceta rota dijo: Buenos días, David.