"El que sabe que está loco, no está muy loco"
«Chuang- Tzu».
Aprieta el volante con fuerza. La cabeza le palpita. Un estremecimiento recorre toda su columna vertebral y se sacude mientras las lágrimas brotan de sus ojos.
Desesperada y con las manos temblorosas por el miedo, abre la guantera del copiloto y comienza a rebuscar desesperadamente.
—Maldición, ¡¿Dónde diablos las deje?!
Siente el pequeño frasco entre sus dedos y lo toma. Lo abre, saca dos píldoras, las coloca en su lengua y traga grueso.
Cierra sus ojos, esperando a que el dolor pase. El dolor de cabeza va disminuyendo gradualmente. Lejos de sentirse aliviada, la sensación sólo sirve para desarmarse en llanto.
Arranca, apresurada. Necesita salir de allí.
Quiere huir.
«¡Eres una mujer vil y miserable!».
El dolor desaparece. Los recuerdos y sus pensamientos, no.
Llega al único lugar, que, contradictoriamente, odia más que nada, pero donde mejor se puede sentir.
«No eres una mujer, eres un monstruo»— sacude su cabeza en un desesperado intento de desaparecer esa voz en su cabeza.
Se baja del auto sin siquiera apagarlo. Camina tambaleante.
El cuidador de la mansión la mira y se acerca preocupado.
—¿Señorita, está usted bien? — no responde y pasa por su lado.
Entra con prisa a la casa. Sube las escaleras, sujetándose con fuerza del barandal. Llega hasta la puerta al final del pasillo.
Serena se encuentra en la pequeña oficina casera. Al escuchar la puerta, chasquea la lengua.
—Andrómeda, has llegado tarde. Sabes que no me — ahoga toda riña al ver el estado en el que se encuentra; con el rostro empapado de sudor y lágrimas, ojos perdidos y respiración agitada—. Santo cielo— se acerca a ella. Acuna su rostro —. Mírame. Andrómeda, mírame...
—¡NO ME TOQUES!— grita, desesperada y fuera de sí. Suavizó su semblante al reconocerla — Serena, ayúdame, por favor— ruega con la voz rota—. Las medicinas...No funcionan...yo...no puedo...dejar de escucharlo...
«Te odio».
«No hay persona más despreciable y aberrante en este mundo que tú » — la voz llena de desprecio de Sonnike, se repetía en su cabeza
«No sabes cuanto me arrepiento de lo que hice »— entremezclándose con las palabras de Elliot.
Tapa sus oídos, frustrada.
—Cálmate, Andrómeda. Respira profundo— escuchaba como la voz de Serena se volvía más lejana, mas imperceptible—, sólo tienes que...
No puede escucharla más.
Está en el salón tocando una de sus piezas favoritas.
Sueño de amor.
En su momento, había ambientado los días más felices de su vida. Ahora, solo era una composición llena de tristezas y melancolías.
El dolor que siente en el núcleo de su pecho es insoportable. Cuando cree que ya no puede llorar más, las desgraciadas lágrimas le recuerdan que aún siente.
Que aún sufre.
La puerta se abre de golpe. No se inmuta, preparada para lo que viene, tiene una gran hostilidad resguardada y esparcida en todo su cuerpo, capaz de destruir todo a su paso.
Si hay algo más fuerte que el odio, es el despecho y ella está completamente destrozada.
Las teclas del piano desafinan en el momento en el que Sonnike la toma del brazo para girarla bruscamente.
Sus piernas tiemblan ante la mirada fulminante del hombre. Hace mucho que no lo ha visto desde su enfrentamiento. Sigue igual de guapo, portando su uniforme militar, con los ojos inyectados en sangre y su mandíbula apretada. Su pecho sube y baja agitado. Su agarre comienza a lastimarla.
—Suélteme— se sacude, en vano.
—¿Por qué lo hiciste?— espeta, furioso—.¡¿Por qué lo hiciste?!
—No sé de qué habla ¡Ya suélteme!
— responde, conteniendo las ganas de llorar.
—¿No lo sabe?— tiembla al escuchar su voz gélida—. ¿Quiere que se lo recuerde? ¡¿Por qué le hizo eso a una vida que no lo merecía?!
Su pecho tiembla y rompe en un llanto contenido. Se niega a mostrarle su dolor, pero es tan grande que no puede contenerlo y busca salir de su ser para poder aliviarse.
—¡¿Qué querias que hiciera?!- alzo el mentón, con las lágrimas goteando en su barbilla—. ¿Qué crees que hubiese hecho mi padre si se enteraba que estaba embarazada y el responsable me había dejado y despreciado? Mucho peor, ¿qué crees que hubiese hecho si se enteraba que habían mancillado, embarazado y abandonado a su hija?
—No lo perdiste por eso, lo perdiste porque no soportabas la idea de tener un hijo igual a mí— lo golpeó en el pecho, cegada de ira.
—¡¿Qué sabes tú?! ¡Es mu fácil venir aquí y reprocharme cuando no tienes idea de nada!— se detiene, agotada y rota en cada sentido. Solloza—. No quería que tuviese el mismo destino que tú. No quería que lo despreciaran por ser un bastardo. No quería que sufriera…
Después de su último encuentro, había quedado embarazada. El terror la invadió, era una aristócrata joven y había perdido su pureza que un hombre que ya no la quería y la despreciaba. Ni siquiera podía refugiarse en él y su padre jamás se lo perdonaría, por muy liberal que se proclamara.
¿Qué pudo haber hecho?
Estaba asustada, sola y herida.
El brebaje que su doncella le sugirió fue el escape más fácil para ella. Lo bebió antes de cumplir el mes y medio. Fue la experiencia más horrible. Tanto lo hubiese hecho como si no, viviría atormentada toda su vida.
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Editado: 26.03.2022