“Perdí mi camino cuando iba camino a ti, y en ti he encontrado el camino de vuelta a mí”.
«Atticus».
Habían pasado tan solo cuatro días. Sin embargo, Andrómeda siente que ha pasado una eternidad. Su corazón duele. Ya no puede soportarlo.
Elliot la había estado llamando por teléfono insensatamente. Ella lo apagó, no sin antes mandarle un mensaje diciéndole que se encontraba bien y que era mejor que ambos se dieran un espacio para calmarse y pensar las cosas con frialdad. Supuso que estaría preocupado por el paradero de su hijo por lo que avisarle que estaba bien era lo más sensato y evitaría cualquier alboroto.
«¿Cuándo pensabas decirme que tenías esquizofrenia y que representas un peligro para ti misma y los demás?»
—¿Te encuentras bien? —inquiere Mary, sacándola de sus pensamientos—. Deberíamos llamar a un doctor. Toda tu familia y allegados deben estar muy preocupados.
—Ya les he avisado a cada uno. Les dije que solo necesito un pequeño descanso lejos de todo. Sobre el doctor, no se preocupen, yo más que nadie estoy atenta a mi salud y a la de mi hijo. Todo está bien —declara, sonriente.
Las mujeres de la familia se encuentran en el jardín trasero, sentadas en una masa que han puesto sobre el césped. El clima es cálido y agradable, al igual que las conversaciones que Andrómeda sostiene con ellas. Su jovialidad y frescura les recuerda a la abuela de Elliot (aunque aquella anciana tenía un brillo extraño en su mirada que aún no había descifrado). Quiso preguntarle a Sarah sobre ella, pero al parecer la relación que tenía con su madre era igual o peor a la que mantenía con su hijo.
Scott se aproxima. Luce mortificado y disgustado con todo lo que ha estado ocurriendo. Se pone de cuclillas para quedar frente a Andrómeda.
—Elliot me llamó anoche. Me había aplicado la ley del hielo porque yo estaba al tanto de la visita de la tía Sarah a la mansión por lo que debe estar demasiado desesperado como para llamarme. Me preguntó si te había visto o sabía algo de ti.
—¿Qué le dijiste?
—Le dije que no sabía nada —responde Scott—. Está muy preocupado por ti.
—Lo mejor es que estemos alejados mientras arregla las cosas con Elisabeth. Le envié un mensaje. No debería preocuparse.
—Andrómeda, sé que no vas a querer escuchar una explicación de mi parte, pero entre Elliot y Charlotte ya no hay nada —asegura Scott. Ella evade su mirada, indiferente—. Andrómeda…
—Si él y la señorita Charlotte tienen algo, no es un asunto que sea de mi incumbencia. Lo sabes muy bien —asevera Andrómeda, inmutable.
Scott resopla, descontento. Se siente impotente por no poder contarle toda la verdad a Andrómeda, pero también le molesta la actitud que está tomando cuando Elliot ha dado todo de sí para mejorar.
—No podrás huir de él para siempre. No quiero hacerte sentir mal con lo que te diré, pero Elliot debe encontrarse mal por lo ocurrido con Elisabeth y tu desaparición solo empeora las cosas. Como su esposa y la mujer que quiere, deberías apoyarlo en un momento así. Más aún cuando tú lo provocaste.
—¡Scott! —le reprocha su tía Sarah, escandalizada.
Andrómeda lo encara, igual de molesta que él.
—¿Supones que no sé por lo que Elliot está pasando? ¿Crees que no quiero correr para estar a su lado y ayudarlo? ¡Claro que quiero! —exclama, angustiada—. Por supuesto que quiero…, pero no soy la persona correcto para hacerlo, créeme,
no lo soy —musita al borde del llanto. Scott no responde y el resto de las mujeres no tiene nada que decir al respecto. Andrómeda se puso de pie con dificultad—. Será mejor que vaya a descansar.
Sarah la ayuda a terminar de levantarse. Ella le hace un ademán para que la deje ir sola.
Andrómeda se siente más lastimada y culpable que nadie. Elliot necesita a alguien que de verdad le importe a su lado, no a la raíz de todos sus problemas. Quizá por eso había acudido a Charlotte. Después de todo, había sido ella quien se había metido en aquella relación, el destino la había impuesto a la vida de Elliot y él no tuvo más remedio que aceptarla.
Era mejor alejarse y no generar más conflictos.
—¿Qué sabes tú de lo que está bien para él o no? —escucha la voz de Scott detrás de ella. Se detiene —. ¿Cómo puedes asegurar los sentimientos de una persona? ¡¿Cómo sabes lo que Elliot verdaderamente siente por ti?!
—Scott, basta—le advierte su tía Sarah.
—No, tía. La que tiene que detenerse un momento y pensar en lo que hace, es Andrómeda. Basta de contemplaciones, he tenido toda la paciencia del mundo estos cuatro días, pero ya no puedo soportarlo —declara. Da grandes zancadas y encara a Andrómeda—. Me enoja que no sepas enfrentar tus propias acciones y que gracias a eso Elliot salga lastimado. Tal vez él no sea el mejor hombre del mundo, pero no se merece esto, tú tampoco te lo mereces Andrómeda, así que acaba con esto de una vez por todas —dice con firmeza. Se va, sin permitir que le replique.
Una punzada atraviesa el vientre de Andrómeda, haciéndola soltar un grito lastimero. Se dobla, adolorida.
—Oh Dios mío —su suegra posa la mano en su espalda para auxiliarla. Mira con reproche el lugar por donde se ha marchado su sobrino—. Ese muchacho imprudente… No puede medir sus palabras cuando estás en este estado.
—Descuide, él tiene razón. Y no ha sido nada, es solo que el bebé ha pateado muy fuerte—murmura Andrómeda. Sostiene su vientre y toma una leve bocanada de aire, sintiendo su corazón bombear violentamente.
—No la tiene. Tú también estás pasando por un mal momento. Además, estás embarazada. Todo te afecta el doble.
Andrómeda se endereza, se encoge de hombros y mira hacia la nada, reflexiva. Sin querer, ha rivalizado a la familia de su esposo. Agacha la mirada, avergonzada.
—Me siento muy apenada con ustedes. No era mi intención ponerlas entre la espada y la pared entre la relación que mantengo con Elliot —confesó, con voz vacilante—. Sé que, a pesar de todo, aman y aprecian a Elliot. Verlo de esta manera y ponerse de mi lado no es algo que me haga sentir cómoda y tampoco es justo y sencillo para ustedes.
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Editado: 26.03.2022