—La abuela es una vil mentirosa—comentó la joven que se encontraba en el asiento del copiloto.
—Si no lo hubiese hecho, no hubieses venido— dijo su madre.
Charlotte bufó y se cruzó de brazos, enfurruñada.
Amaba a su abuela, pero se había pasado de la raya.
¿Mentirle diciéndole que se encontraba mal?
¡Estuvo todo el viaje con el corazón en la garganta pensando que podría morir!
—¿Tú lo sabías, Dhalia? ¿Ayudaste a estas manipuladoras a traerme aquí con engaños? — le preguntó a su prima, enojada.
—Ya sabes lo que dicen; si no puedes con el enemigo…
—Y una mierda —farfulló Charlotte.
—¡Charlotte Lincoln Cárter, no te enseñé a hablar de esa manera!—reprochó su madre apartando por un momento la vista de la carretera para verla con severidad.
Charlotte se encogió en su asiento y gruñó. No podía ver a su madre, pero sabía que la estaba reprochando con la mirada.
Isabel y Charlotte eran como el agua y el aceite. A Charlotte no le gustaba recibir órdenes, cada vez que recibía alguna hacía todo lo contrario. A Isabel le encantaba darlas.
—No deberías ponerte de esa forma, este evento es el más importante de la familia— manifestó Dhalia.
—A mí no me parece relevante celebrar el aniversario de boda de dos muertos.
—¡Charlotte! ¡¿Pero qué cosas dices?!— se escandalizó Isabel.
—Pues antes le hacías berrinches a la abuela Elisabeth para que te contara la historia de amor de los abuelos—señaló Dhalia.
Dhalia era la hija menor de Karim, tenía treinta y dos y le llevaba unos cuantos años a Charlotte, aun así, en cuanto se vieron no pudieron separarse nunca, además de compartir el mismo disgusto por ser siempre señaladas como copias exactas de Andrómeda—una en físico y otra en personalidad— ambas tenía una conexión familiar muy especial.
—Cuando somos niños creemos en estupideces.
—«Cuando somos niños, somos dueños de la verdad». Eso siempre lo decía la abuela— replicó Dhalia.
Isabel sonrió. Charlotte resopló, fastidiada. Aunque en su interior aquellas palabras le revolvieron las entrañas.
Siempre había admirado la historia de sus antepasados, incluso había tenido el ferviente deseo de vivir un amor parecido al suyo. Pero con los años comprendió que ese tipo de amor era como una aguja en un pajar; afortunados eran aquellos que gozaban de él. No todas las personas amaban de esa forma tan sincera, y más aún, eran correspondidas.
Su corazón se arrugó solamente de pensar en los amores unilaterales. No tenía buenos recuerdos.
—La tía-abuela era una romántica, nunca tuvo que pasar por un corazón roto, o simplemente no ser correspondida. El amor no es para todos… Esa es la realidad— expuso con nostalgia para luego girar su rostro hacia la ventana.
Isabel observó a Dhalia por el retrovisor, mortificada. Sospechaba que en todos esos años que estuvo separada de su hija había pasado por momentos difíciles, le dolía el corazón al no estar con ellas en aquel tiempo para apoyarla y ayudarla con su condición,, pero Charlotte era muy orgullosa e independiente, no le gustaba mostrarse débil ante nadie o admitir que tenía algún problema.
Dhalia le dirigió una mirada tranquilizadora. Sabía que su prima había pasado por una decepción amorosa de la cual le había costado mucho salir, nunca se lo dijo a nadie porque así se lo pidió Charlotte, aun así, sufría en silencio con ella.
Sin embargo, ahora que sabía quién era realmente, ahora que sabía que probaría lo que realmente era el verdadero amor, tenía la certeza de que olvidaría ese corazón roto y que solo se volvería un recuerdo borroso.
—¿Te has hecho un nuevo tatuaje?— preguntó su madre al observar su brazo izquierdo que se encontraba inundado de tinta con hermosos dibujos.
Charlotte asintió, sonriente.
—¿Cómo te pudiste hacer un tatuaje sin tener la certeza de que quedaría bien?— su sonrisa se borró. Su madre se dio cuenta de su error al reparar en el gesto de Charlotte—. Lo siento cariño, yo—
—Descuida mamá, no pasa nada. Estoy ciega, pero sé admirar el arte apenas lo siento. Este tatuaje me lo hizo una amiga que conocí en Suiza mientras estudiaba en el conservatorio. Confío en su talento— sonrío—. ¿Dónde está papá?— preguntó tratando de cambiar el tema al notar la incomodidad en el auto.
—Ha ido a buscar un invitado especial— contestó su madre.
—¿Habrá desconocidos en la fiesta?— frunció el ceño.
Charlotte había quedado ciega por un trágico accidente. Su vida no volvió a ser la misma. Su carrera, las exigencias y prejuicios de la misma, la habían obligado a mantener el secreto de su falta de visión. Al menos así había sido en el pasado.
Habiéndose convertido en una directora famosa, podía anunciarlo sin temor a ser excluida o tachada. De hecho, ocurría lo contrario, era mucho más admirada y aclamada.
A pesar de eso, ella guardaba las esperanzas de recuperar la vista y seguir su vida como si todo hubiese sido un mal sueño. Sin embargo; detestaba que personas ajenas a ella la vieran, en el campo de la música era admirada, pero en la vida cotidiana seguían viéndola como una pobre ciega. Detestaba eso. Prefería fingir que gozaba del sentido de la vista para que no se fijaran en ella, pero la tarea resultaba agotadora.
—Sí,cariño, pero nos hemos asegurado de todo para que puedas desenvolverte con facilidad en el entorno, incluso hemos puesto una tarima para que toques el violín— expuso Isabel, entusiasmada.
Charlotte hizo una mueca que trataba de emular una sonrisa.
—No estoy vestida acorde para tocar el violín madre. Además, prefiero mantener un perfil bajo.
Ambas mujeres la observaron con incredulidad por lo que había dicho.
—¿Pero de qué hablas cariño? Eres Charlotte Lincoln Cárter, La mejor directora de orquesta de estos tiempos, la mujer más extrovertida y escandalosa, la que nunca pasa desapercibido, la que golpeó al presidente de este país y ha dirigido orquestas con pantalones de mezclilla. ¿Ahora te da vergüenza subir a tocar el violín?— inquirió Dhalia.
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Editado: 26.03.2022