Sofia
Después de que la asistente social se marchara, el ambiente en casa se volvió pesado. Decidimos pasar el resto del día con Dante, tratando de levantarle el ánimo. Sabíamos que la visita lo había afectado más de lo que intentaba mostrar. Su energía habitual estaba apagada, y aunque trataba de sonreír, no era el niño alegre de siempre. Jugamos, vimos películas y le dedicamos toda nuestra atención, pero algo dentro de él seguía inquieto. Cuando finalmente logramos que se durmiera, con su pequeño cuerpo rendido tras tantas emociones, me sentí un poco más aliviada.
Con el silencio de la casa como compañía, me dirigí al despacho de Bruno. Sabía que esta conversación no iba a ser fácil, pero llevaba demasiado tiempo postergándola. Me detuve frente a la puerta de madera oscura, respirando hondo antes de tocar.
—Adelante —su voz resonó desde el otro lado.
Empujé la puerta lentamente, y allí estaba él, sentado tras su escritorio, con los ojos fijos en la pantalla de su computadora. El resplandor azul iluminaba su rostro serio y concentrado. Levantó la mirada apenas lo suficiente para notar mi presencia.
—Dame un minuto —dijo, casi como una disculpa, antes de volver a hundirse en el trabajo que tenía entre manos.
Asentí en silencio, no queriendo interrumpirlo más de lo necesario. Decidí recorrer la oficina para matar el tiempo. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros; cada tomo parecía cuidadosamente seleccionado. Me detuve frente a uno de los estantes, admirando la colección. Sin embargo, mis pensamientos pronto volvieron a la conversación que quería tener.
De repente, unas manos firmes se posaron en mi cintura, haciéndome girar hacia él de manera inesperada. El calor de su toque me tomó por sorpresa, y mi instinto fue colocar mis manos sobre su pecho, buscando estabilidad en ese contacto repentino. Quedamos frente a frente, nuestros cuerpos apenas separados, en una especie de limbo donde el tiempo pareció detenerse. Sentí su respiración entrecortada y el latido de mi propio corazón acelerarse ante la cercanía. Durante lo que pareció una eternidad, ninguno de los dos dijo nada.
Finalmente, carraspeé para romper el hechizo.
—¿Puedo preguntarte algo? —murmuré, sin atreverme a sostenerle la mirada por completo, la timidez marcando mis palabras.
Bruno asintió, su expresión más relajada, pero aún observándome con intensidad.
—¿Por qué te quieren quitar a Dante? —solté la pregunta que me había estado quemando desde el día en que firmé aquel contrato. Nunca había imaginado que llegaría a tener el valor de formularla, pero ya no podía seguir guardándola.
Su reacción fue inmediata. Sus músculos se tensaron bajo mis manos, y sus ojos, que momentos antes parecían cálidos, se oscurecieron con una mezcla de frustración y rabia contenida. Sin decir nada, apartó sus manos de mi cintura y se apoyó contra el borde del escritorio, cruzando los brazos en un intento de controlar sus emociones.
—Servicios Sociales apareció un día sin previo aviso —comenzó, su voz cargada de amargura—. Dijeron que había estado descuidando a mi hijo, que no estaba dándole la atención que necesitaba, y que por eso iban a evaluarme durante unos meses. —Soltó una risa amarga, casi incrédula, como si revivir la situación le resultara igual de surrealista.
—Pero… ¿por qué dirían algo así? —insistí, dando un paso hacia él, sintiendo la urgencia de defenderlo. Me resultaba imposible creer que alguien pudiera pensar que Bruno no era un buen padre—. Dante está perfectamente cuidado, y eso es gracias a ti.
Él me miró de reojo, como si mis palabras apenas lograran aliviar la herida que llevaba consigo.
—Alguien les hizo una llamada anónima —continuó, su tono más sombrío—. Les enviaron fotos de Dante, solo, sin supervisión. Y no solo eso... También enviaron imágenes mías, o al menos lo que parecía ser yo, en fiestas, mientras mi hijo supuestamente estaba solo en casa. —El enojo se apoderó de su rostro—. Pero esas fotos estaban alteradas, eran falsas. ¡Ni siquiera era yo! Y aunque intenté decírselo, a ellos no les importó. Se aferraron a esa mentira y ahora estoy metido en esta pesadilla. —Se pasó las manos por la cara, frotando con fuerza como si intentara borrar el cansancio y la frustración acumulada.
Me acerqué aún más, posicionándome entre sus piernas mientras él permanecía sentado en el borde del escritorio. Sin pensarlo dos veces, tomé sus manos, sacándolas de su cabello, y las coloqué suavemente sobre mi cintura. Quería que supiera que no estaba solo en esto, que lo apoyaba. Le sonreí con ternura, acariciando su rostro tenso con mis dedos, tratando de calmar la tormenta que veía reflejada en sus ojos.
Bruno suspiró profundamente, como si el simple contacto lograra despojarlo, aunque sea por un momento, de sus preocupaciones. Se inclinó hacia mí, buscando en mi caricia el consuelo que tanto necesitaba.
El silencio entre nosotros se alargó, pero no era incómodo. Sentía cómo Bruno se relajaba poco a poco con mis caricias, aunque el peso de la situación seguía presente en sus ojos. Me acerqué aún más, y nuestras respiraciones se encontraron. Acaricié su rostro una vez más, buscando una conexión más profunda, y después tomé una decisión: iba a ayudarlo a cargar con ese dolor, no permitiría que enfrentara esto solo.
—Bruno —murmuré suavemente, obligándolo a mirarme a los ojos—. Vamos a superar esto. No estás solo. Yo estoy aquí, y voy a estar a tu lado hasta que todo esto termine.
Editado: 02.12.2024