En una tarde de otoño, una pareja marcaba sus pasos en el camino de concreto con un
solo objetivo: comprar sus dulces favoritos en el supermercado más cercano.
No eran una pareja convencional, claro que no, eran una pareja de amigos con sentimientos mutuos pero con un camino incierto. Ninguna idea tenían del afecto romántico que sentían por el otro. Era una sensación silenciosa de forma exterior pero tan bulliciosa por dentro, que con el pequeño roce de sus brazos al caminar a la par sus corazones saltaban de alegría en su pecho.
Cuando finalmente llegan a la meta, no dudan en ingresar a toda velocidad dentro del supermercado, ya que la ventisca de la tarde arremolinaba sus cabellos y parte de su ropa.
Cuando abren la puerta, la campanilla no tarda en avisar su llegada. El encargado, con cara cansina, solo se limita a observarlos en silencio mientras se dirigen hacia un pasillo en específico que ya conocen de memoria debido a las innumerables tardes juntos que pasaron ya por ese sitio.
La chica, de cabellera rubia y piel caucásica, extiende su brazo apuntando sus preciados dulces, chillando de la emoción. El joven pelinegro sonríe por la ternura que carga su reacción y toma el paquete entre sus manos, saliendo así del lugar con los dulces pagados y comprados - listos para devorarlos - en el interior de una bolsa plástica blanca que le otorga un pequeño peso a su mano por cargarla.
Entonces, se dirigen a una de las numerosas calles para volver a la casa de la muchacha. Calles que se aislan del pequeño pueblo en que vivían, dirigiéndose así a un solitario campo con escaso número de casas que a la distancia se encontraban.
La intemperie ya se estaba pintando de un cálido naranja, señal de que el sol se estaba ocultando y prontamente solo quedarían las estrellas y la luna en medio de una noche oscura. Mas ahora solo quedaba disfrutar del anaranjado del cielo y las hojas secas llevadas por el viento, provenientes de los frondosos árboles que se imponían al lado de la muchacha.
Por otro lado, el chico lo que a su derecha tenía era un campo sin final lleno de flores despampanantes y bailarinas por la música que la ventisca les ofrecía con extraña delicadeza. Y ni hablar de la luz resplandeciente del pasajero sol que poco a poco se ocultaba bajo el horizonte.
La pelirrubia, encantada con las vistas y deseosa de algo más que solo caminar a la par del chico que le gusta, recarga su mejilla en el hombro de su chico y abraza su cintura, provocando que su acompañante trastabillara de forma leve y se encogiera tímidamente en su sitio.
Las mejillas del joven se encendieron por la bochornosa situación, pero no se atreve a romper la cercanía, continuando así su caminata a pesar de la acelerada respiración por el nerviosismo.
Es así como finalmente, con el atardecer a un lado y las hojas rozando sus mejillas, ambos permanecen abrazados con timidez pero calidez en sus erráticos corazones. Y aunque solo el sonido de la naturaleza los inunda, el silencio que entre ellos permanece no los incomoda ni inquieta en el atardecer de un dulce otoño.
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Editado: 31.07.2024