Él se apartó y lo vi alejarse. Caminó despreocupadamente sin dirigirme otra mirada; fui incapaz de reaccionar. Me quedé varada en medio del pasillo, con el corazón que me latía desabocado y con una sensación gélida que crepitaba por mi espalda, metiéndose hasta mi médula. Me había producido cierto temor, que me había decidido por ignorar. Había sentido sus palabras no solo como una amenaza que haría cualquier chico; él las había dicho de tal manera que de verdad me había hecho creer que estaba en serios problemas. Sin contar con el misterio de cómo sabía mi nombre, cuando ni siquiera se lo había mencionado.
Sacudí la cabeza y miré rápidamente mi horario. Tenía Química a la primera hora y odiaba esa materia.
Avancé con prisa hacia el tercer piso, obligué a mis piernas a moverse y, gracias a ello, arribé a mi aula en cuestión de minutos, y me percaté de que la puerta se encontraba cerrada.
Solté una maldición por lo bajo. Me acomodé el cabello y respiré profundamente. Luego toqué con mis nudillos la puerta, esperé un momento, y esta fue abierta por un hombre que no rebasaba los treinta.
—¿Y usted es…? —preguntó con la mirada en su reloj a la vez que fruncía el ceño.
Obvié su molestia y me quedé embobada unos segundos observándolo como una idiota. No sabía a dónde había venido a parar, que hasta mi profesor de Química era realmente guapo. A pesar de ser un hombre que me superaba por diez años; sus ojos azules eran tremendamente atrayentes, cautivaban, su piel blanca y el cabello oscuro hacían un buen contraste en su rostro varonil.
—Kairi Baker —respondí—. Siento llegar tarde, soy nueva —añadí a manera de disculpa.
—Esa no es excusa, pero solo por esta vez lo pasaré por alto —advirtió. Suspiré aliviada cuando se hizo a un lado y me dejó entrar al aula—. Busque un asiento libre.
Asentí y caminé hacia el final mientras todos me observaban con curiosidad. Elegí el último asiento, abrí mi mochila y saqué lo necesario para después comenzar a poner atención.
—Hola —murmuró una voz a mi lado, interrumpiendo mi tranquilidad.
Divisé a la chica de ojos negros y cabello castaño que me observaba sonriendo amigablemente. Usaba brackets, pero estos hacían su sonrisa más bella.
—Hola —saludé amable.
—Me llamo Criss —se presentó en un bajo susurro.
Sonreí.
No era precisamente el mejor momento para estar haciendo amigos cuando el profesor se hallaba dando la clase y explicando esas malditas fórmulas; sin embargo, ahí estaba yo, socializando cuando debía estar poniendo atención.
—Un gusto. Soy Kairi.
Hizo una mueca graciosa al escuchar mi nombre. No la culpaba, ya que realmente era extraño. Pero, en fin. Culpa de mi padre.
—Bonito nombre —se sinceró—; nunca lo había escuchado. Es lindo no tener un nombre común.
—Señoritas —nos llamó el profesor en manera de reprimenda.
Ambas nos concentramos y dejamos de hablar. Criss me miró de reojo y yo hice lo mismo. Sonreí al darme cuenta de que no todo sería tan malo.
Era la hora del almuerzo. Mis tres primeras clases habían ido bien y, para mi buena suerte, Criss estaba en la mayoría de ellas. Nos llevamos bien y es que ella tenía una facilidad para hacerme reír, además de que a mí me encantaba hacer amigos nuevos. Ambas nos dirigíamos al comedor para almorzar algo.
Entramos a aquella gran estancia repleta de alumnos que comían y se divertían disfrutando del tiempo libre que nos otorgaban. Todo era un tumulto de cuchicheos, risas y gritos; alumnos pasaban de aquí para allá, al tiempo que yo los veía emocionada y fascinada de estar en un sitio así. De pronto mi vista se clavó en aquel chico con el que había discutido al llegar. Él, al sentir que lo observaba, dirigió sus ojos hacia mí y me sonrió de lado. Movió sus labios, mas no entendí lo que dijo. Solo sabía que hablaba de mí, puesto que sus compañeros de mesa se volvieron a verme.
—Te recomiendo que te mantengas alejada de ellos —dijo Criss a mi lado al notar la dirección de mi mirada.
—¿Quiénes son? —pregunté con suma curiosidad.
—Es el grupito de Donovan Black. —Hundí las cejas. Con que así se llamaba el idiota—. Son de los más populares del colegio, y no por buena fama.
—Ah, ¿no?
—No. Ellos siempre están buscando problemas, en especial Donovan. Es como si él fuese el alfa y los demás, sus seguidores. Hacen siempre lo que él ordena —murmuró en voz baja, pero audible.
La verdad era que no me impresionaba en lo absoluto. Había tratado con chicos de peor fama en Chicago. Donovan solo sería uno más.
—Vaya, toda una fichita —musité—. Supongo que se acuesta con la mayoría de las chicas que hay aquí.
Sería algo típico. Todas ellas lo miraban embobadas, buscando una atención que sorprendentemente él no les daba. Solo de vez en cuando sonreía seductor, aunque nada más.
Pero vamos, ¿dónde quedaría el cliché si no fuese así?
—A decir verdad, los que se acuestan con todas las chicas del colegio son sus amigos. Él parece no encontrarse interesado en eso en lo más mínimo.
Eso sí resultaba extraño. Quizá no le gustaban las mujeres. Dejé de prestarle atención a Donovan y a su grupo, y caminamos hacia la barra para tomar nuestra comida. Gracias al cielo, no habíamos tardado con aquello, ya que la mayoría de los alumnos se encontraban sentados. Al terminar, fuimos hacia una mesa lo más alejada posible de los demás, aunque, con tantos alumnos, tener un poco de privacidad mientras comíamos era imposible.
—Y ¿de dónde vienes? —preguntó Criss con curiosidad, pasando a preguntas más personales después de haberme llenado con otras impersonales.
—Chicago —contesté—. Nos tuvimos que mudar, dado que mi hermana ahora trabajará en el hospital de la ciudad.
—Oh… ¿En serio? Mi padre es pediatra y trabaja allí.
—Qué coincidencia.
Ambas sonreímos y seguimos comiendo. Me agradaba mucho Criss. Era tan alegre, sencilla, y yo no paraba de reír con sus ocurrencias. Tenía una personalidad chispeante, se llevaba bien con todo el mundo. Era un alivio haberla encontrado en mi clase de Química. Haber tenido a alguien tan pronto el primer día sí que había sido suerte. Con ella, había podido entenderme perfectamente bien.