El ritmo del hip hop acompañaba al sonido de los golpes en las peras y sacos de boxeo, que hacían crujir el cuero como si se lamentasen de recibir la descarga de adrenalina de sus atacantes.
La energía y potencia vibraba en el ambiente. Todos en ese lugar tenían ganas de golpear algo para drenar ese brío que los consumía, y otros tantos para liberar tensión.
Rachell estaba preparada con su uniforme de boxeo, entraba al lugar moviendo los hombros de manera circular y ladeando la cabeza para relajar los músculos y tendones. Causó una lluvia de silbidos, mientras saludaba a los chicos, sonriéndoles y agitando una de sus manos.
—¡Víctor, te buscan! —le avisó uno de los hombres a punto de grito al entrenador, quien estaba sobre el cuadrilátero enseñándole técnicas de defensa personal a un joven con el rostro cubierto de pecas y las cejas rojizas.
Al ver a Rachell, el boricua no pudo mantener el ritmo normal de los latidos de su corazón. Si bien se encontraban un poco alterados por la práctica que llevaba a cabo, divisarla después de varias semanas haría que lo expulsara por la boca y quedara expuesto sobre la lona.
La estupidez lo calaba por completo y el bronceado en ella, solo provocaba que su enamoramiento aumentara.
—Hola Víctor —saludó sonriendo con entusiasmo mientras se sujetaba a una de las cuerdas.
—¡Qué alegría verte Rachell! Pensé que habías olvidado el camino al gimnasio —le reprochó mientras se acercaba. Se puso de cuclillas delante de ella, aun así Rachell debía elevar la cabeza para poder mirarlo a la cara.
—Estaba de viaje, nunca olvidaría el camino. Necesito entrenar un poco porque comí demasiado y necesito quemar calorías, ¿te falta mucho? —preguntó desviando la mirada al chico que Víctor entrenaba.
—No, ya hemos terminado —respondió Víctor, volviendo medio cuerpo hacia atrás para mirar al joven que entrenaba haciéndole señas con los ojos—. Jake, listo, ya puedes bajar.
El chico, con el rostro salpicado por pecas, se quitó el casco protector y dejó al descubierto su ensortijada cabellera rojiza, producto de una exótica combinación en sus genes.
Jake comprendía perfectamente la fascinación que su entrenador sentía por la hermosa mujer de grandes ojos misteriosos, y aunque no llevara ni cinco minutos en el cuadrilátero, le otorgó el placer a Víctor.
—Te ayudo a subir —Se ofreció tendiéndole la mano.
Víctor la subió con fuerza y en segundos, Rachell estuvo en el ring de boxeo, donde su cuerpo inadvertidamente se estrelló contra el de él en el momento en que la abrazó y le dio un beso en la mejilla.
—Te he extrañado —dijo en un tono que pretendía seducir a la mujer que protagonizaba sus más ardientes sueños.
Rachell lo miró a los ojos y juraba que su semblante le mostraba a Víctor su desconcierto ante la actitud arrebatada de él.
—Yo también, necesitaba mi rutina de ejercicios —Generalizó su respuesta. No iba a permitir que Víctor una vez más se hiciera falsas ilusiones, porque no quería que él mismo terminara haciéndose daño al alimentar un sentimiento al cual definitivamente ella no iba a corresponder. Se dirigió al banco en la esquina del ring donde se sentó.
Víctor se puso de cuclillas frente a ella, movió la cabeza en una sutil señal para que le extendiera las manos. Rachell lo hizo y él se dio a la tarea de vendarle las manos, empezando por las muñecas para asegurarse de que no sufriera ninguna lesión durante el entrenamiento.
—Te has hecho un nuevo tatuaje, es muy bonito —dijo Rachell mientras observaba el escorpión negro que el chico se había tatuado en el cuello.
—Lo tenía pensado desde hace mucho. Lo hice por un amigo al que le decían Escorpión. Murió hace un par de años —le informó y temió que la repentina acotación de Rachell se debiera a que lo había pillado fantaseando con sus piernas.
—Sí. Lo recuerdo. El que tuvo el accidente de coche en el túnel Holland —dijo en voz muy baja, sintiéndose afligida al recodar el fatídico momento.
—Sí ese mismo. Me gusta tatuarme cualquier cosa que pueda relacionarme con las personas que han formado parte importante en mi vida —Detuvo su tarea de vendaje y miró a Rachell a la cara—. De ti quiero tatuarme tus ojos. Claro, si estás de acuerdo y quieres facilitarme una foto para que puedan hacerlo.
—Víctor, no sé. Creo que no soy tan importante —razonó mientras se removía inquieta en el banquillo.
Verdaderamente no se creía merecedora de un acto tan importante por parte de él. Ella no le había dado algo realmente poderoso para que tomara una decisión tan significativa, una decisión irrevocable que llevaría de por vida.
—Sí lo eres y lo sabes Rachell, pero no te preocupes, no pienso exigirte algo por el tatuaje, quiero hacerlo y ya está —Le regaló una sonrisa tranquilizadora.
Ella no podía influenciar en su decisión, aunque no pretendiera ser tan importante, definitivamente lo era.
—Si crees que es buena idea y que en un futuro no te va a incomodar, puedes hacerlo. Te pasaré una foto esta noche, pero después no te quejes.
—Gracias, no voy a arrepentirme; sin embargo, existe el láser —dijo sonriendo de esa manera que a Rachell le gustaba, porque era una risa entre sensual y tierna. Esa que resaltaba la bonita imperfección en su diente canino derecho.
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Editado: 20.04.2022