“Hay ciertas pistas en la escena de un crimen que por su naturaleza nadie puede recoger o examinar ¿Cómo se recoge el amor, la ira, el odio, el miedo…? Son cosas que hay que saber buscar”.
Dr. James T. Reese
Era uno de los lugares que más evitaba en el mundo, lo hacía por el dolor que le causaba, pocas veces lo había visitado y necesitó de días para reponerse, lo golpeaba, le destruía las defensas, le hacía polvo el muro que creaba y lo volvía completamente vulnerable, lo convertía en un niño tembloroso que poco podía respirar entre vestidos y las rendijas que no le limitaban la visión al purgatorio de su madre.
—Garnett, eres el fiscal encargado, los peritos esperan por ti, si no estás preparado para dar órdenes, no van a hacer nada, y lo sabes, si no cuentas con esto, si no haces el examen pericial, de nada va a servir reabrir el caso —hablaba Cooper de cuclillas frente a Samuel, quien se encontraba sentado en la grama, acobijándose bajo un gran árbol y a la distancia prudente del personal de seguridad, criminalistas, el antropólogo forense, fotógrafo y planimetrísta que habían dispuesto para trabajar en la exhumación del cadáver de Elizabeth Garnett—. Sabes que quiero ayudarte, hacer justicia es mi misión y más si es en favor de alguien a quien conozco.
—Cooper voy a hacerlo, dame tiempo, necesito valor… No es fácil, tal como dice en el informe que te entregué yo vi todo, es revivirlo… Quiero hacerlo, quiero encerrarlos, pero en estos momentos me siento inestable y si me quebranto a la primera se lo dicen al juez y me dejará por fuera, y eso no lo voy a permitir, no voy a dejar que mis miedos jodan por lo que he luchado durante tantos años.
—Entiendo, bien puedes cerrar los ojos, los lentes de sol te ayudarán —dijo tendiéndole una botella con agua, ofreciéndole opciones y buscando con esto que el golpe fuese menos brutal.
—Lo difícil no está en verlo, no será la primera vez, ya he estado en situaciones como esta, lo difícil es sentirlo, cerrar los ojos no me bastará, no va a evitar que sienta… Tú me comprendes.
—Samuel, te voy a hablar como amigo… No como compañero de trabajo. ¿Has hablado esto con alguien? ¿Has ido con alguien a que te ayude a superar esta situación?
—Nadie va a ayudarme Cooper… No me trates como un imbécil que necesita de un psicólogo de mierda, yo solo necesito escuchar la sentencia, solo eso. —Le quitó la tapa a la botella con agua y le dio un gran sorbo, para después ponerse de pie y se encaminó con decisión, observó la lápida con las infaltables flores, pero esa tarde había un ramo de rosas blancas que estaba seguro él no había mandado a poner, ante la sola idea de pensar quién lo había dejado, se acercó y las pateó lejos de su madre, no quería nada de ese hombre cerca de ella, sabía que las miradas estaban sobre él, por lo que trató de disimular su estado.
—Vamos, vamos a trabajar, no me pierdan el tiempo, Nick que no se te pase una sola fotografía, Sánchez me grabas todo, los demás manos a la obra. —Samuel desbordaba energía y ante la mirada de Cooper se quitó los lentes de sol, no quería esconderse, demostrando que podía tener el control.
El proceso de excavación dio inicio y aunque su corazón retumbaba y se le hacía más pequeño, se tragaba las lágrimas que le subían a la garganta, así como mantenía otras tantas al borde de sus ojos, tensando la mandíbula para no derramarlas y vestido con el traje de desalmado, como el fiscal profesional que era.
Cuando el ataúd fue sacado y destapado, sintió debilitarse, se cayó a pedazos, pero nadie, absolutamente nadie lo notó, tampoco notaron como se unió nuevamente y se puso en pie, reforzando su juramento, ahí estaba, como nunca quiso verla, siempre la recordaba hermosa, sonriente mientras le preparaba su comida favorita o con su cara iluminada por la lámpara cuando acampaban en la habitación, creaban tiendas con las sábanas y ella le leía las aventuras de Gulliver, las veces que lo enseñó a prepararse un emparedado y razón por la cual nunca más quiso acercarse a una cocina, sentía que era el lugar donde más la extrañaba.
Sumido en sus recuerdos, sus vagos recuerdos, esos que apenas le dejaron, el tiempo pasaba y solo escuchaba los flashes de las cámaras, el sonido de los instrumentos, las bolsas de papel abrirse, eran en estas que resguardaban los restos ya que las plásticas retenían humedad y podían perjudicar los huesos, el antropólogo forense nombraba cada hueso de su madre y el estado en que se encontraba, mientras el asistente lo anotaba en la libreta.
—Los tratan con cuidado no quiero ningún daño post mortem, por ninguna circunstancia quiero que me alteren las evidencias —pidió Samuel en su papel de fiscal, al personal que trabajaba bajo su mando.
—Señor me pasa uno de los tubos de rollos fotográficos… Creo que esto va a interesar y mucho —acotó uno de los médicos forense al encontrar un proyectil.
Cooper desvió la mirada a Garnett, quien se encontraba impasible, era un profesional en todo el sentido de la palabra, exigía con el ahínco que se necesitaba, sin importar que a quien le desmembraban la estructura ósea fuese a su madre.
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Editado: 19.12.2021