No sabía exactamente como salir de esta. Terry la había llevado a una zona alejada del aeropuerto y subido a una avioneta y mientras esperaba ansiosa, el daba algunas instrucciones al piloto. Cuando éste bajó para darle su lugar se puso inquieta. El interior era lujoso, solo algunas personas cabrían dentro, se veía en magníficas condiciones, pero saber que a él se le ocurriera volar una nave como esta, le daba náusea.
—¡¿Terry, sabes manejar esto?! —Habló por encima del ruido del motor, se le había ocurrido a última hora a jugar los avioncitos.
—Por supuesto. —Dijo poniéndose los cascos— Mi papá me enseñó desde niño. —Candy quiso concederle el beneficio de la duda tratándose de su misterioso "papá", aunque no dejaba de apretar la tela de su falda a los costados de sus piernas. —Relájate. —Candy suspiró y apretó los ojos cuando una vez iniciada la marcha, la avioneta se elevó. Para su sorpresa, Terry estaba totalmente concentrado y sabía muy bien lo que hacía, sin titubeos lideraba la nave hasta tenerla bien nivelada. — ¿Lo ves? Nunca debes tener miedo si estoy yo al mando.
—Permíteme dudarlo.
—De verdad crees que soy malo. —Candy tardó en responder
—No siempre. Es decir... Eres raro.
—Dejémoslo en extraño. —Sonrió. —Pero tú tampoco te quedas atrás, somos casi tal para cual.
—No me compares.
—Claro que no lo hago, tengo varios puntos a favor.
—¿Ah sí? Tu dinero, tu prestigio y fama, ¿vas a echármelos en cara?
—Yo no tengo pecas. —Candy abrió la boca sorprendida por tan irrelevante diferencia y mejora.
—Yo no tengo una melena con una población de duendes dentro de ella.
—En este viaje no podrías decir mucho a tu defensa con eso.
Y es que la humedad hacía sobre la dorada cabellera de Candy un alboroto doble, tenía que estar trenzada para evitarlo, justo como ahora. Y no se debía ser un sabio para darse cuenta de ello, era lógico que alguien rizado como ella tuviera ese problema. Apretó los labios haciendo un mohín, mirando por la ventana.
—No te traje para discutir en el aire, quería que vieras esto. —captó su atención haciéndola girar. —Acércate más… Más —Ella lo miró con ojos entrecerrados— ¿Me tienes miedo?
—Claro que no
—Acércate más para que veas mejor —Candy estiró el cuello, cuando casi se abalanza sobre el para ver a la ventana de su lado casi le lastima la pierna con una rodilla— ¡Oye!
—¡Ey! Es una estrella...—Desde arriba, claramente se dibujaba bordeada de fuertes paredes rocosas y alineadas.
—Ese es el castillo en el que nos hospedamos.
—¡Ah... The Star Castle! —Terry asintió.
—Hace mucho tiempo, alguien me subió a una avioneta y me mostró esto. Me dijo que yo era algo así como su lucero, y que, cuando encontrara alguien tan importante como lo soy para esa persona, también se lo mostrara.
—Una estrella... —murmuró Candy impresionada.
—Tan importante como una estrella. —Candy tragó saliva, miró a Terry quien la observaba y sintió la avioneta balancearse, aunque Terry sonriera. —Giraremos para que la veas mejor. —pero ya estaban haciendo la maniobra y a Candy se le doblaron los brazos que le sostenían, cayendo entre los de Terry.
—Lo... lo siento, me resbalé, ¡manejas terrible! —Dijo incorporándose y acomodándose la falda blanca de holanes, sonrojada mientras él lo disfrutaba.
Patricia O'Brian nunca se imaginó que estuviera trotando lado a lado del atlético Stear Cornwell. El atardecer pintaba hermoso en el horizonte y agradecía la brisa marina y el aire puro que entraba en sus pulmones, los paisajes que mostraban los alrededores del chalé Grandchester no podían pasar desapercibidos. Pensaba en concentrarse en sus audífonos escuchando al grupo Cake, pero el respirar de Stear le llamaba más la atención. El obviamente era más que un aficionado al atletismo, pero en ningún momento hizo alarde de ello, la siguió a su ritmo con paciencia y en silencio. Solo eso quería oír: el silencio y su respiración modulada a su lado, codo a codo sincronizados.
—¿Última carrera?
Preguntó el con los pants color ladrillo y la camiseta blanca, señalando el punto de partida a unos metros delante. Ella entendió asintiendo y juntos tomaron a toda velocidad el último tramo. Llegaron para tomar aliento, la sensación era liberadora, podía ver al muchacho aún con bastantes fuerzas, aunque ella se sintiera como una piltrafa jalando aire como desesperada, pero sonriente. Se sentaron en la banca donde habían dejado sus pertenencias y cada uno tomó agua de sus botellas.
—¿Qué escuchabas? —Patty se dio cuenta que no se había quitado los audífonos, solo apagado su celular. Ella le extendió uno de ellos encendiéndolo, sonrió de pronto imaginando que por eso el silencio, ella se había encerrado como siempre en sus cosas. —¿Qué pasa? —dijo el escuchando la canción.
—¿Desde cuándo corres?
—Desde niño. Cuando usas lentes y eres el más listo de clase tienes que aprender a correr para evitar el hostigamiento. —Dijo esto, sin atisbo de presunción, por el contrario, era una tímida confesión.
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Editado: 04.03.2022