Transcurrieron algunas semanas, después de todo lo sucedido en el río. Ricardo continuó mostrándose cambiante, algunas veces atento, amoroso y otras tantas, frío y distante. En aquellos desplantes, Dulce buscaba justificarlo a sí misma, diciéndose que su comportamiento era debido al estrés que llevaba en el trabajo y a lo mal que le estaba yendo. Ocasionalmente tenía la intención de sugerirle el que aceptaran el ofrecimiento de su padre, sin embargo se detenía de hacerlo, sabía el desacuerdo que Ricardo tenía con él, pero aún no alcanzaba a entender porque se mostraba tan evasivo, si Álvaro ya estaba dispuesto a ceder ante el matrimonio.
Vivía con Ricardo supuestamente como esposos, aunque no parecían tal cosa. La última vez que la había tocado más de lo habitual, fue esa ocasión en el río, cuando se molesto y le pidió que escogiera entre su padre y él. Continuaba durmiendo en habitación separada y a veces sentía que le rehuía, que trataba de pasar el menor tiempo posible cercano a ella. La besaba arrebatadamente y después se alejaba con el mismo arrebato, dejándola sin aliento, pero indispuesto a continuar amándola.
Cierto día, tuvo la intención de cuestionarlo al respecto, termino evitándolo por vergüenza de lo que él fuera a pensar. Ella creía que era la única enterada de su deprimente matrimonio, no fue así, los sirvientes ya cotilleaban al respecto, en especial Martina, que fue quien se dispuso a contarle al respecto a aquella inocente joven, que ya no parecía tan inocente luego de escucharla hablar a sus espaldas.
— Entonces el señor Ricardo no duerme con su esposa, eso no lo sabía, yo pensé que al ser tan joven y bonita no salían de la alcoba —carcajeo Maricarmen con ironía.
— Pues ya ves, yo al principio también pensaba lo mismo, pero con el paso de los días he notado que es por lo torpe de esa mujer. De verdad que el señor Ricardo, se merece una mujer inteligente y con agallas, no una escuincla insulsa como esa "señora" —sonrió Martina también. A Dulce se le cristalizaron los ojos escuchándolas, continuaba sin creerlo de Maricarmen, pero de Martina lo esperaba todo. Lo peor era, que para Ricardo esa mujer era intachable.
— Pues si, lo más probable es que no duren juntos. Aunque te confieso que me sorprendió cuando la vi, pensé que debía amarla demasiado para traerla a la hacienda, porque jamás había venido con alguna otra mujer, nunca, ni siquiera cuando vivía todavía aquí, con el finado de su tío Efrén —añadió Maricarmen.
— Si, yo también lo imaginé. Pero después de que él mismo...
— ¿Qué haces escuchando conversaciones ajenas? —de un sobresalto dio media vuelta y se encontró con los ojos grises de su marido. Quien cerró despacio la gran puerta de madera de la cocina, que había estado entreabierta permitiéndole escuchar hasta donde pudo antes de que él se apareciera.
— Yo... creí que no volverías aún de la planta —parpadeo nerviosa cambiando el tema. Ricardo entornó los ojos.
— ¿Hiciste lo que te pedí? —inquirió incisivo. Ella asentó y caminó hacia el comedor, allí, le mostró unos platos colocados y en medio, un contenedor de alimentos.
— Te preparé, comida italiana. Verás que te gustara, esta vez te aseguro que así será. Estuve estudiando lo mejor que pude esa receta —Ricardo contuvo una sonrisa y contempló el festín con ojos inquisidores, recorrió cada rincón de la mesa, pareciendo observar desde todos los ángulos lo que le había preparado.
De algo había servido el revisar la mayoría de los libros en la biblioteca. Afortunadamente pudo encontrar recetarios de cocina y los estudio a detalle, con tal de evitar un vergonzoso incidente como el de la primera vez que quiso prepararle algo exquisito y termino siendo un desastre.
Ricardo continuó inspeccionando hasta que finalmente tomó asiento donde solía acomodarse. Dulce le sonrió y comenzó a servirle el aperitivo, también le llenó un vaso con jugo de naranja. Al término, se colocó a un costado, esta vez despachando su propio plato.
— Todo esto es fascinante. Veo que te has esforzado mucho —dijo Ricardo, y le dio un bocado a la pasta italiana que tenía servida. Mordisqueo durante algunos segundos el alimento y le dio un sorbo al vaso con agua, entretanto, Dulce se mostró al pendiente de cada gesto que su esposo esbozara al engullir la comida.
— ¿Y bien? —quiso saber sin haber tocado aún su porción.
La comida era deliciosa, no había lugar a objeciones o quejas al respecto, todo estaba limpio y bien servido, además claro, de un sabor incomparable a cualquier cosa que hubiera probado antes. Sin duda lo cautivó, Dulce logró remover esa fibra interna que se negaba a ceder ante ella. Debía pararse y dejar los alimentos servidos, decirle que tenía mucho trabajo e ignorar a esa pregunta que le estaba formulando. Pero se sintió de pronto inmovilizado de proceder, así que...
— Has hecho un excelente trabajo, dulzura. Es delicioso —se atrevió a confesarle. La joven no contuvo la euforia que esas palabras le ocasionaron y pronto se irguió bruscamente de su silla, corriendo a rodear el cuello de su sorprendido marido, quien se quedó con las manos en el aire en un intentó por impedir que ella lo abrazara.
— Gracias mi amor, gracias Ricardo. No sabes que feliz me hacen tus palabras, me alegra tanto poder ser esa esposa maravillosa que tú te mereces. Te prometo que aunque tal vez no sea inteligente ni mucho menos audaz, haré lo que esté en mis manos para que estemos bien. Te juro que seguiré dando lo mejor de mí, Ricardo —replicó ansiosa. Ricardo se quedó mudo por unos momentos cuestionándose, ¿Qué le había hecho pensar que no era inteligente?, y más tarde le separó los brazos que le tenía aferrados a su cuello.
La miró a los ojos y con un talante rígido le estudió los labios, se sintió inmovilizada cuando la tomó de la cintura y la sentó sobre su regazo. Así que solo pudo continuar mirándolo y esta vez acariciarle el cabello con ternura. Pronto sus labios se encontraron y se obsequiaron el beso más prolongado que habían tenido.