Continuó avanzando el tiempo, Dulce mantenía una relación más amena con su esposo. Había vuelto a ser el mismo de antes, lo veía sonreír e incluso salían juntos a compartir tardes de cine o de café. En ocasiones simplemente se quedaban a disfrutar juntos una velada en casa, hora que se extendía hasta el amanecer, con ellos revoloteándose entre las sabanas.
Desde aquella noche que hicieron el amor por primera vez, Ricardo no volvió a dormir más en su habitación, ahora compartía la de su esposa. Todo era tan ameno y grato que incluso le había propuesto contratar a alguien que la ayudara en casa, según él, su estatus económico estaba cambiando. Así que emocionada, Dulce le propuso a Carmencita, su nana, que se fuera a vivir a la residencia que compartía con su esposo.
Entre todas aquellas promesas que le había hecho, estaba también esa en donde le aseguraba que para el próximo ciclo la inscribiría en un colegio donde pudiera terminar las materias que le faltaban para concluir la preparatoria. Ella estaba emocionada con todo aquello, en realidad no cabía de la felicidad. Su esposo era otro, más bien, volvía a ser el mismo del que se enamoró, pero mejor aún. La colmaba de dicha y no podía sentirse más perfecta. Su vida lo era, como nunca antes.
Dulce aseguraba que ese repentino cambio en Ricardo, se debía a ella, a su paciencia. A no descontrolarse pese a la convivencia que tuvieron en la hacienda. El amor lo superó todo, incluso el dolor, así lo juraba día con día. La joven se sentía sobre una nube, una superficie blanda y acogedora que la sostenía sobre su regazo, brindándole una calidez que jamás la abandonaría.
— Dulce, que fascinante que hayas aprendido repostería mi amor. Créeme que nunca imagine que lo hicieras —farfulló su madre mientras preparaban juntas un betún para el pastel de aniversario que presentarían por la noche. Está en específico era una celebración especial. El aniversario de bodas de sus padres.
— Gracias mamá, pues ya ves que sí. Después de todo, creo que encontré mi vocación en la cocina y no en la medicina como lo creí —sonrió Dulce guiñando un ojo al tiempo en que depositaba una tarta en el horno—. Bien, ahora solo resta esperar —miró el cristal del horno y giro la perilla ajustando los minutos.
— Dulce, tú sabes que soy tu madre y te quiero. Te he apoyado incondicionalmente en las decisiones que has tomado. Tampoco estoy en contra de Ricardo —musitó su madre quitándose los guantes de cocina. Dulce la observó contrariada con ese inesperado comentario—. Pero es que hay unos rumores, hija. Tu padre me ha contado algunas cosas que por la constructora le han informado. No sé qué tan verídicas sean, pero me preocupan.
— No entiendo, mamá. ¿Qué estás queriéndome decir con eso? —quiso saber intrigada Dulce. Su madre se pasó unos mechones de cabello detrás de las orejas con ambas manos, después tomó por el brazo a su hija, invitándola a sentarse sobre el comedor que tenían en la gran cocina.
— Tu sabes, que desde que volvieron. Ricardo tomó posición en la empresa, como socio y ocupó también el cargo de administrador que Benjamín llevaba. Tu esposo no es administrador, ni economista, sin embargo tu padre confió en él y lo empleo...
— Mamá, intenta ser más específica. Por qué no quiero escuchar lo que me estoy imaginando —expresó con una vocecita cargada de advertencia.
— Álvaro me ha estado contando, que su contador afirma que hay una desviación en los ingresos. Al parecer, se han hecho ventas de módulos de departamentos, que no han quedado establecidas en los ingresos de la empresa. Más bien, fluctuaciones... sospechosas —murmuró Janet con voz preocupada.
— No mamá, ustedes no pueden estar pensando que Ricardo esté siendo capaz de algo así. ¿Por qué habría de hacerlo?, es absurdo. Él no ganaría nada haciéndolo, es mi esposo. Sabe que con mi padre lo tiene todo, un empleo estable, una solvencia económica ideal. No, me niego a aceptar lo que dices —negó descompuesta, poniéndose en pie y tomando una postura en jarras.
— Hija, nadie ha dicho que sea un hecho. Pero tu padre mandó a hacer unas averiguaciones y... —Janet vaciló un poco y parpadeo mientras Dulce la miraba con el ceño fruncido.
— ¿Y qué mamá?
— Y lo han hallado en tres ocasiones seguidas... encontrándose con una mujer en una cafetería de La Condesa —Del impacto, Dulce se sujetó del respaldo de la silla con ambas manos, mientras su mirada se quedaba perdida—. Hija, yo no sé si él tenga algo que ver con esa tipa o que este tramando. Pero nos preocupa tu bienestar. Tu padre no te ha dicho nada, por miedo a como fueses a actuar, primero necesitaba tener pruebas, y ahora que las tiene. Planea hablar con Ricardo, lo hará esta noche. Ahí él, tendrá que decirle que es lo que hace viéndose con esa abogada —En eso, Dulce levantó la vista encontrándose con los ojos de su madre.
— ¿Una abogada? —inquirió desconcertada. Su madre asintió.
— Así es, Dulce. El investigador que contrató Álvaro, se encargó de seguir a esa mujer y se descubrió que es una abogada que trabaja para Ricardo desde hace tiempo. Tu padre aún no alcanza a hilar que relación pueda tener eso con las fluctuaciones de efectivo, así que mandó a hacer una averiguación más minuciosa que hoy le entregaran. En base a eso... se sabrá que pasará —confesó Janet con la cabeza gacha. A Dulce se le aguaron los ojos y pronto sintió una fuerte opresión en el pecho, el corazón suplicaba salirse de su sitio. Aunque en realidad no creía que Ricardo pudiera engañarla, mucho menos robarle a su padre.
— No, mamá. Ricardo no es así. Te juro que él no haría algo semejante. Él es distinto, estoy segura que las investigaciones del detective arrojaran resultados negativos. Habrá que cortar la cabeza de alguien más en la constructora, porque mi esposo es un hombre íntegro —resolvió Dulce enjugándose las lágrimas y asomando una sonrisa llena de tristeza. Continuaba negándose a creer que Ricardo pudiera ser igual que ese hombre que había matado a sus padres, sería lo último que haría. Mucho más, por todo aquello que sufrió.