Dulzura Destruida

CAPÍTULO 20

— Que terrible todo lo que me dices, Dulce. No puedo creer que algo así de espantoso te esté sucediendo. Es inaudito —opinó Sofía quien yacía junto a Dulce sobre la orilla de una cama, ambas sentadas.

— Lo siento, Sofí. Tú siempre me intentabas hacer ver que Ricardo era extraño y yo con mi maldito amor, estaba ciega —dijo sollozando Dulce—. No me daba cuenta de que él no me amaba, que solo me engañaba. Y yo que siempre justifique sus malos tratos, por estúpida, por imbécil. Siempre pensando que era por su triste pasado. Cuando él no hacía más que maquinar cosas horrendas mientras dormíamos… ¡juntos!, mientras me besaba y mientras... hacía…mos el am...

Lo último se le dificulto demasiado de decir por qué se le trabaron las palabras y el nudo que contenía su garganta se desató.

— No puedo continuar viviendo con un hombre que me ha engañado, Sofía. Que me utilizó para una venganza donde yo no tenía nada que ver, donde —continuó hablando, posterior hizo una pausa generando una mueca de aversión con la boca al recordar la cruel realidad que percibía al saber asesino a su padre—, solo fui una víctima. La más perjudicada de todas las inmiscuidas en este revuelo —concluyó con los ojos aguados. Con aquellos luceros empañados que se negaban a esclarecerse ante tanto dolor.

— Amiga, me preocupa todo eso que me has contado, me duele verte triste. Es cierto que Ricardo nunca me inspiro confianza, sobre todo por la forma en que empezó tu relación con él. Era... no sé —intentó expresar Sofía buscando las palabras que se amoldaran a lo que su lengua intentaba articular.

— Demasiado bueno para ser verdad... ¿No es cierto? —añadió Dulce dejando salir un sollozo.

— Eso no es así, Dulce. Tú eres hermosa, lindísima amiga. Cualquier hombre, tal vez igual o más guapo que Ricardo se fijaría en ti sin pensarlo demasiado —murmuró Sofía sobándole la espalda para brindarle confort ante su alma adolorida.

— No, Sofía. Yo realmente nunca debí poner mis ojos en Ricardo. Fui tan estúpida —negó con desespero—. Como iba a pensar que un hombre de mundo como lo es él, se fijaría en una chiquilla tonta de preparatoria, cuando podía conseguir una mujer... distinta —De nuevo las lágrimas brotaron de sus luceros y recordó la mención referente a esa tipa con la que Ricardo se encontraba y supuestamente era su abogada. Ahora ya no sabía ni que pensar al respecto.

— Ya te dije que no hables de ese modo, Dulce. No te lo permitiré, ¿Me escuchaste?, olvida a ese tonto que no vale la pena —la incitó Sofía al ponerse en pie y sujetarla por ambas manos invitándola a hacer lo mismo mirándola a los ojos con firmeza—. Eres joven, bonita, talentosa, así que saldrás adelante sin ese desdichado. Aunque... lo recomendable sería que buscáramos donde puedas quedarte. Recuerda que Ricardo sabe dónde vivo y seguro te vendrá a buscar a...

— Ricardo no me buscará Sofía, él no me ama. Yo no me vine a refugiar en tu casa con el fin de que Ricardo no me encuentre, porque sé que ya consiguió lo que necesitaba de... ese señor —mencionó refiriéndose a su padre, a quien desde este entonces no quería nombrar al saber que era un vil asesino—. Y de mí. Así que no me preocupa quedarme contigo, claro, siempre y cuando tu familia este de acuerdo.

— Por supuesto que lo están, Dulce. Mi mamá ahora mismo no sabe por qué llegaste con tanta premura y envuelta en llanto, pero ella estará feliz de tenerte aquí. Le explicaremos las cosas cuando te sientas mejor de hacerlo, así podrás quedarte más tranquila con nosotros, el tiempo que sea necesario —se ofreció con amabilidad su amiga. La aludida sonrió con demasiada tristeza, pero a la vez en paz de saber que contaba con el apoyo incondicional de Sofía—. Sin embargo, se me había olvidado decirte que el próximo mes me iré a Toronto, estudiaré en esa ciudad la universidad.

Al enterarse, Dulce se pasmó, ya que al irse Sofía de México todo cambiaría. La extrañaría demasiado y pese a saber que su madre pudiera brindarle su total apoyo, la amistad que tenía con esta chica no se compararía con nada. Así que pestañeo un poco aturdida e intentó ocultar su incomodidad al saber esa impactante noticia. En parte también la invadió un dejo de envidia, pero una envidia positiva, que involucraba enormes deseos de ser ella quien se fuera lejos, en especial de Ricardo, de ese hombre por el que en estos momentos su corazón se sentía arrugado, lacerante, con heridas difíciles de sanar.

— Bueno, me alegro por ti —musitó con esa melancolía en su mirada que no dejaba ni entrever si lo que emitía era realmente cierto.

Sofía resoplo, acomodándose de nuevo sobre la cama, esta vez con las piernas cruzadas en una posición cómoda.

— ¿Quieres irte conmigo?, sería genial que estudiarás tú también la universidad allá —convino Sofía. Dulce abrió los ojos de par en par, sorprendida.

— ¿Estás hablando en serio? —quiso saber interesada. Cambiar de aires era justo lo que necesitaba en esos momentos. Sofía asentó sonriente—. Pero... no tengo dinero y ha como están pasando las cosas con mi familia, no creo ni quiero obtener nada del señor Valencia.

— Lo supuse, pero tú no te preocupes. Le pediré a mi papá que te apoye, le diré que será como un préstamo, que pagarás cuando consigas empleo, yo que sé. Tú no te preocupes por la forma, que yo me las ingenio para que estemos juntas, y así comiences una nueva vida. Sin él.

El recuerdo de Ricardo, fungía como una marca imborrable, tal tatuaje cubriendo toda la espalda, como una huella que se conserva eternamente. Pero al menos la distancia, poner tierra de por medio podría apaciguar ese dolor un poco. Quizás estudiando, dedicándose a lo que siempre soñó y que nunca debió haber abandonado, lograría subsanar ese vacío que el engaño y las mentiras de Ricardo dejaron en ella.

Primero debería concluir la preparatoria, lo haría, acabaría lo más pronto posible la escuela. Así tuviera que tardar varios años más en empezar la universidad. Lo importante era partir, irse lejos, donde las memorias de Ricardo se las llevara el viento, en un sitio que no hubiera recorrido junto a él. En esas tardes que caminaban por algún parque y le profesaba amor, un amor que no era más que parte de su sucia artimaña. De su ponzoñosa malicia.



#49410 en Novela romántica

En el texto hay: celos, primer amor, venganza

Editado: 08.08.2022

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