Por fortuna todo resulto bien, llegaron a tiempo al hospital y evitaron que esa amenaza de aborto pusiera en riesgo la vida de Dulce y del bebé que llevaba en su vientre. Tuvo que pasar ese incidente para que ella se diera cuenta de que sola no podría continuar, por lo que doblego su orgullo y en menos de lo que espero sus padres llegaron a Toronto y se dispusieron a estar junto a ella.
El doctor que la atendió le informó que ese lamentable suceso, tuvo su aparición debido a su negligencia de no alimentarse adecuadamente. Y es que después de haber perdido el empleo, hizo lo posible porque lo poco que tenía ahorrado le rindiera frutos, tomándose la libertad de evitar algunas comidas y con ello mismo sacrificando la salud y el bienestar de su hijo.
Todas las personas que llegaron a visitarlas, incluidas su mejor amiga, la reprendieron por su actitud irresponsable. Lo único que pudo hacer fue llorar y lamentarse. Había sido tan tonta, una perfecta imbécil, típico de una madre primeriza que no me más allá de sus propios problemas. Mismos que la había llevado demasiado lejos.
Se había percatado de que su postura irreverente ante el bienestar de su propio hijo, la estaba haciendo tomar malas decisiones. Su tonto orgullo y ese rencor que guardaba aun en su corazón por Ricardo, la hicieron agarrar esa pose egoísta en la que se estaba convirtiendo. Ella misma se desconocía. Dulce Valencia no era esa mujer obstinada, no, la verdadera Dulce, era una chica noble y preocupada por los demás, que se deja ayudar y obtener cariño, no que lo evade. Ricardo no debía continuar influyendo en sus decisiones, no, saldría adelante tal y lo hubiese hecho, con el apoyo y el amor de los suyos.
— Dulce cómo es posible que no me hayas avisado el día en que perdiste tu empleo. Hubiese venido directamente a cuidarte, me hubiera salido del campus y hubiese vuelto a tu lado. Ay amiga, en serio, no sabes que mal me siento por haberte dejado tan sola en el estado en que te encuentras —expreso Sofía acomodada a un costado de la cama de hospital en donde se encontraba tumbada, mejorando, una vez que el peligro había cesado.
— Lo lamento, Sofí. Tú no tienes nada de que recriminarte, todo ha sido mi culpa por ser tan insolente y estúpida. Debí aceptar tu ayuda, o haber evitado todo esto quedándome en México y no huyendo como lo hice. Huir no era la opción. Realmente no tengo nada que hacer en esta ciudad, no debo tener miedo de enfrentar a Ricardo o de volver a verlo, hallaré el modo de que nunca se entere de la existencia de mi hijo —aseguro apretando con ligera fuerza entre una de sus manos la tela de la sabana que cubría la cama. Sofía siguió ese gesto de rencor y bajo la mirada desilusionada.
— Sé que Ricardo hizo mal al engañarte, al herirte. Y todo aquello que ya sabemos y no vale la pena recordar. Pero me temo que será muy difícil que continúes ocultando la verdad, tarde o temprano la sabrá —opinó su amiga. A Dulce se le cristalizaron los ojos y se llevó ambas manos al vientre abultado, atreviéndose a imaginar en la posibilidad de que lo que Sofía sugería en realidad ocurriera. Y como actuaría Ricardo al saberlo—. Su amigo ya lo sabe, aunque te jure que no le dirá nada, tal vez lo haga.
— No, Sofía. Daniel no le dirá nada, estoy segura, puedo confiar en él. Y con respecto a si lo llega a saber que dudo que suceda, lo negaré, no me cansaré de hacerlo —abrazo su vientre como si se aferrara a lo que llevaba dentro.
— Respeto tu decisión amiga. Solo te digo una cosa, no te conviertas en lo que crees odiar más, solo por rencor. ¿Me escuchaste? —susurro Sofía con una voz sutil y cariñosa—. No pretendas ser alguien que no eres Dulce. Porque estoy muy segura que esa mujer desalmada y egoísta, no habita en ti. Y de aferrarte a ella, te harás daño y dañaras a tu hijo.
— Agradezco tu ayuda Sofía. Creo que mi madre se quedara conmigo en Toronto, continuaré llegando a la escuela adonde acudo hasta que ya no pueda hacerlo —evadió el tema principal con la mayor sutilidad posible. Sofía comprendió que su amiga no estaba preparada para ceder aun—. Después entraré en alguna universidad, eso sí, por méritos propios. Haré mi mejor esfuerzo —asomo una sonrisa—. Pero sin descuidar a mi bebé. Así que ya no seré más tonta y aprovecharé la posición que mi familia tiene a mi favor. Como siempre lo debí haber hecho.
— Me alegro amiga.
El tiempo corrió su rumbo con normalidad, pasaron tres días más para que fuera dada de alta del hospital. Los hechos posteriores sucedieron tal cual los había planeado, su madre se quedó a apoyarla en la ciudad, mudándose a una residencia con mucho más espacio que el pequeño departamento que había estado rentando. Ya no chisto ni objetó al respecto, solo se dejó consentir, intentando que el cariño de su familia y las comodidades que le brindaban la hicieran olvidar. Situación que no ocurría por más que lo deseara.
Daniel se convirtió en un buen amigo, solía llegar todas las tardes a visitarlas, y en ocasiones compartían la cena juntos. Dulce se sentía respaldada y segura de que con la ayuda de sus seres queridos nada malo podría suceder de nuevo. Y así fue.
Cuando finalmente llegó el día de su alumbramiento, su padre, Álvaro, fue feliz a conocer al nuevo miembro de la familia, su nieto. Todos y cada uno de los presentes tenían algo que ver con el pequeño recién llegado al mundo. El infante había sido un niño, con vivarachos ojos color gris, iguales a los de Ricardo, combinados con un escaso cabello que sombreaba un tono oscuro sobre su cabecita.
Desde que Dulce vio por primera vez la piel pálida y aterciopelada de ese pequeño, así como el haber escuchado el sonido de su llanto. Se sintió de inmediato conectada a él, fue como si ya nada de lo que pasara posterior a eso tuviera la más mínima relevancia que saberlo en perfecto estado y siempre a su lado. No soportaba la sola idea de tener que apartarse de él por al menos un segundo.