Por ningún lado hallaban a Camilo, buscaron primero en el lugar del que ella le había hablado tanto. Pero nada, ningún indicio. También fueron a las comisarías a reportar la desaparición del niño o a recibir información acerca de algún buen samaritano que lo hubiera encontrado y llevado directo allí. Pero tampoco tuvieron éxito.
Dulce estaba más que desesperada, sus ojos cargados por lágrimas se habían derramado ya varias veces. Se negaba a ir a los hospitales, temía encontrarlo quien sabe en qué estado. La culpa corroía sus venas, se sentía por demás causante de lo que pudiera sucederle a su hijo, así esto no fuera de gravedad. Por lo que la opción de los hospitales no la usaría, a menos de que ya hubiera descartado todas las posibilidades que su lógica le permitía equiparar.
— Dani no es posible que Camilo haya desaparecido a tal grado de haberse casi esfumado. Es solo un niño, no pudo ir tan lejos a menos...—Los temblorosos labios no le permitieron continuar con su discurso, por lo que se llevó una mano a la boca cubriendo su dolor—. No he sabido ser una buena madre. Dios mío he tratado de hacer de todo para que él esté bien y mira, mi hijo esta perdido y yo con él si no aparece —se recriminó—. Siento que a veces lo malo que pudiera sucederle es a causa de mis mentiras. Nunca debí haberlo engañado con respecto a Ricardo. Me siento tan mal, yo no soy así Daniel y me he convertido en...
La joven madre rompió en llanto al recordar lo ocurrido, lo grave de sus falsedades ante su hijo. Pero más que nada también recordó la noticia de la presencia de Ricardo tan cercana a ellos. Daniel observó por unos segundos la melancolía de Dulce, pasados unos segundos más reaccionó un poco vacilante, pero dispuesto a abrazarla.
— Calma amor, tú no tienes por qué culparte de nada. Has sabido ser una excelente madre para Camilo, él está orgulloso de ti, lo sé —le acarició el cabello con ternura brindándole consuelo—. Es solo que... ni siquiera debería haberte dicho sobre Ricardo —de inmediato elevó la visión ella y negó con la cabeza.
— Esta bien, Dani. Lo mejor fue que me lo hayas dicho, de todos modos debía de enterarme —agregó dando un paso atrás y liberándose del abrazo. Daniel intento escudriñar sus gestos cuando la escuchaba hablar de Ricardo. Hacía tiempo que no se trataba ese tema, pero a ella no se le podía atribuir sentimiento alguno por él, mientras su hijo estuviera extraviado—. Dejemos de hablar sobre ese hombre, olvidemos el asunto, ahora lo importante es mi hijo. Iremos a los hospitales, y confió en que lo halle sano y salvo.
Daniel estuvo de acuerdo y dieron algunos pasos para entrar al hospital a donde ya estaban erguidos sobre el estacionamiento. No habían hecho acto de pasar debido al miedo e incertidumbre de Dulce ante alguna cruel noticia que pudiera dejarla sin aliento.
Le gustaba la forma en que Daniel lograba apaciguar un poco su dolor, a su lado se sentía protegida, respaldada. Pero pese a todo lo que pudiera atravesar, esa molestia en el pecho no se disipaba. Sentía que no le permitía respirar con normalidad. Su corazón le latía acelerado escuchando los informes que el personal del hospital les proporcionaba.
Resoplo un poco pacifica al recibir noticias negativas respecto a la localización de Camilo en ese recinto. Sin embargo sabía que su tormento no cesaría hasta no encontrar a su bebé sano y salvo, tal y lo suponía. Una suposición poco certera, pese a suplicarse así misma confiar en esta.
Como ese hospital, visitaron unos tres más. En ninguno daban información exacta, precisa o confiable del paradero del niño. La desesperación, desconsuelo y ansiedad carcomía sus entrañas. Daniel se dio cuenta cuando el aspecto deprimido que llevaba, fue cambiando hasta adoptar un tono mucho más sombrío, angustiado e incluso aterrorizado.
Sus ámbar y cristalinos ojos, hermosos por naturaleza, llenos de bríos, solo cuando la conoció, lucieron más opacos que de costumbre. Ya no hablaba, tan solo miraba el camino mientras se acababa las uñas de los dedos en sus manos. Observando a detalle el trayecto por donde transitaban de un hospital a otro.
Daniel añoraba cesar su dolor, hacer que Camilo apareciera. Por lo regular desde que comenzaron a frecuentarse, hace seis años cuando ella estuvo a punto de perder al bebé por negligencia, ella había jurado, ante sí y los demás que jamás volvería a descuidar a su hijo. Así fue, hasta este momento. Ya no hallaba que palabras pudiera decirle para hacerla sentir mejor, reconocía que lo que le dijera, sería en vano. Amaba a Camilo más que a su vida, era una certeza.
Daniel empuño las manos al volante y frunció el entrecejo un poco al sentirse impotente de no poder remediar inmediatamente los lamentos de la mujer que había prometido dentro de poco casarse con él. Aunque también le preocupaba el bienestar de Camilo, había aprendido a tomarle afecto al pequeño y lo consideraba casi un hijo, pese a que su rostro le recordaba demasiado a Ricardo, cuando esté tenía la misma edad.
— Dani así que tú y papá eran buenos amigos —inquirió el niño mientras deslizaba un cochecito de juguete sobre una pista de carreras. Daniel ocupaba otro a su lado en color rojo, siendo compañero de juegos del infante—. A mí me hubiese gustado tener un amigo también. O mejor un hermano, al cabo es casi lo mismo —sonrió el pequeño encogiendose de hombros. Daniel asintió.
— Si, algún día tal vez lo tengas. Y todo será así como...—recordó a Ricardo y la amistad que los había unido. Sintió melancolía al saber esa amistad destruida con los años, y la forma en que decidió él mismo que así fuera—. Mejor que cualquier otra —concluyó evadiendo aquello que sabía paso de ser una buena amistad a un pasado colorido que nunca volvería.
«Lo siento Ricardo, pero amo demasiado a Dulce como para separarme de su lado» fue lo que su mente le trajo en un pensamiento. De pronto se sintió aferrado a un amor que le estaba dando la oportunidad de florecer. Aunque de lo que no se sintió seguro, fue de volver a hablar o dirigirle la palabra a Ricardo a como pensaba lo hubiese hecho de no haberse cruzado Dulce por su camino en Toronto, modificando así su propio destino y la lealtad que en el pasado le tuvo.