Por momentos pensó que se trataba de una ilusión, de una falacia que su mente le traía al presente. Pero la profundidad de esos ojos ámbar abiertos de par en par le comprobó que no fue así. La enfermera tuvo razón en cuanto le indicó que una mujer llamada Dulce había sido conducida a la habitación donde se encontraba el infante accidentado.
En cuestión también de segundos recordó que hasta hace algunos minutos había decidido decirle la verdad al médico que atendía al niño. Necesitaba que alguien encontrara a los familiares del pequeño, de ser necesario él mismo lo haría. Nunca imagino, ni por su mente logró pasarle la más remota posibilidad de lo que escuchó.
— Doctor, quisiera hablar con usted unos momentos. ¿Es posible? —inquirió entrando de improviso a una habitación en donde el médico en cuestión atendía a otro paciente. El hombre con bata blanca le hizo una señal con el rostro de que continuara.
— Sí señor Zambrano, dígame... ¿De qué se trata? —fue la respuesta que recibió. Ricardo trago saliva preocupado ante lo que tenía que confesar, pese a lo que pudiera suceder, entre ello el enojo del médico, tenía la esperanza de poder seguir viendo al pequeño hasta que estuviera fuera de peligro.
— Doctor sé que usted ha sido un buen médico, ha salvado la vida de...—se quedó en silencio unos segundos mientras el doctor lo observaba con desconcierto—. Bueno, lo que necesito confesarle es que ese niño que he traído en estado de gravedad y que gracias a usted y a la atención de este hospital ya se encuentra mejor... En realidad no es mi hijo —su oyente frunció el entrecejo y le hizo un gesto con la mano de que lo acompañara. Ricardo obedeció y fue guiado hasta un consultorio privado. El médico cerró la puerta y fue a acomodarse sobre su asiento, mientras su preocupado receptor tomaba también asiento.
— ¿Usted dice que Camilo, no es su hijo? —cuestionó con interés el médico. Ricardo afirmó.
— Así es doctor, mire... verá, yo venía conduciendo y no me di cuenta cuando el pequeño niño se atravesó por el camino. Alcancé a volantear y fui directo hasta unos pastizales, sin embargo, al parecer tras de mi iba alguien más, que no pudo evadir lo inminente. Pero ese descarado tipo huyo —confesó aturdido, desviando la mirada hacia sus piernas—. Y en cierta forma me sentí mal, así que baje lo más aprisa que pude y me dirigí hacia el niño. Mi desconsuelo fue cuando ningún familiar se acercó a pedir informes sobre él... Lo siento doctor, pero yo quisiera que avisara a la policía y puedan de ese modo aparecer los padres. Seguro estarán muy preocupados por el pequeño. Debe ser lo más probable.
El médico se quedó sopesando los argumentos de Ricardo, mirándolo fijamente a los ojos para de repente sacudir la cabeza. Gesto que descoloco a Ricardo.
— Eso no puede ser, ese niño es su hijo señor Zambrano. No entiendo el sentido de sus palabras, pero espero sean justificables. Seguro está cansado, puede ir a su casa si así lo desea por unas horas. En cuanto equilibre sus emociones, regrese a ver a Camilo —objetó el doctor en desacuerdo. Ricardo negó rotundo. Intranquilo de no parecer certero con lo que decía.
— No doctor, ese niño ni siquiera se llama Camilo. A mí se me ocurrió decir que así se llamaba, porque de tener en verdad un hijo, así lo hubiera nombrado —insistió—. Solo por eso. Pero en realidad no se de quien se trata, no conozco a sus padres. Debe creerme, si no da usted informes a la policía, lo hare yo. Solo quería que usted supiera y me diera la oportunidad de que aunque aparezcan sus familiares, yo pueda seguir viéndolo hasta que se recupere... espero me comprenda por favor.
— Eso es imposible señor Zambrano. El niño, se llame Camilo o no, es su hijo —Ricardo achico los ojos creyendo que el médico era obstinado—. Se lo aseguro. Es más, en cuanto usted le dono sangre. Los estudios arrojaron el resultado genético entre los dos. No tendría por qué mentirle señor Zambrano, soy un profesional y no ganaría nada con hacerlo. Aunque desconozco porque alega no tener parentesco con el pequeño. En serio me ha sorprendido con lo que me está diciendo.
— No doctor, es imposible. Quien está sorprendido soy yo —admitió con el rostro pálido del asombro—. Tiene que ser una equivocación.
— En la ciencia no hay errores señor Zambrano, se lo aseguro.
Ricardo se llevó ambas manos a la cabeza, aturdido, incrédulo ante lo que había escuchado. No cabía la posibilidad de tener un hijo en esa ciudad. Era imposible, inaudito. Continuaría escéptico hasta no dar con la prueba de que lo que ese doctor le planteaba. Pero justo cuando iba alegar algo más en contra de esa suposición, entró sin avisar una enfermera.
— Doctor Benvenutta, disculpe que lo interrumpa pero... —anunció la enfermera ya en el interior del consultorio. Ricardo giró su mirada hacia ella y esta le sonrió para decirle—. Señor Zambrano a usted es que andaba buscando. Su esposa esta con Camilo. Llegó al hospital desesperada y como usted no me informó si vendría, tuve que hacerle algunas preguntas de rutina hasta que me confirmó el parentesco con su hijo. Estoy un poco preocupada, porque no sé si debía avisarle antes, pero es que se ve demasiado colmada de angustia y yo que soy madre también, la entendí.
Ricardo de inmediato se puso en pie, estupefacto.
— ¿Dijo cómo se llamaba? —escudriñó. La enfermera elevo una ceja, incierta.
— ¿Cómo dice señor? —cuestionó dudosa. Incrédula.
— ¿Qué si como se llamaba? —Desespero el hombre con el alma en vilo.
— Pues ella se registró como Dulce Valencia, y lo que me inquieto un poco, es que dijo que el niño se llamaba Camilo Valencia, no dije nada al respecto... Porque supongo que ustedes deben... —titubeo la enfermera. Ricardo salió del consultorio con tanta premura y desesperación que no alcanzó a escuchar más ni a despedirse del personal médico.
Ahora estaba ahí, frente a ella. No había sido una casualidad y tampoco parecía ser un sueño. Era la misma, la mujer más hermosa que recordaba, con ese angelical rostro trigueño y aquellos cabellos desordenados cayéndole a los costados de sus matizadas mejillas. Pero le había ocultado un secreto, un importante secreto que nunca debió esconder. Aún continuaba sin poder darle crédito a lo que vivía, a esa increíble casualidad que le imponía la vida, el destino.