Ecos de la insatisfacción

Un hermoso parque

Aquel era un hermoso parque, el más hermoso de todos. Por ello, lo visitaba con frecuencia.

Era grande, imponente, sobrecogedor. Con grandes árboles de todas las clases. Flores, arbustos, pinos adornaban y convertían aquel lugar en una jungla de verde y muchos colores.

Se entretenía perdiéndose por los caminos, por los senderos que conformaban el lugar, observando las familias pasar, jugar, paseando sus mascotas.

Había sentido la necesidad imperante de estar allí, en ese lugar, en ese gigante y hermoso parque, y uno puede omitir cualquier cosa menos la necesidad de algo. Aun así ¿Cuál era su necesidad? ¿Cómo se traducía, como se definía? ¿La identificaría con facilidad?

Nada de eso, no lo sabía ¿Entonces?

Bueno, hay radica la magia, la capacidad de improvisación.

Se dedicó entonces a caminar, a recorrer el parque, el basto y hermoso parque. No seguía una ruta, un objetivo específico, pero la necesidad se convirtió en una búsqueda y esto ya era un avance. Caminó los diferentes caminos, los diferentes senderos y, recorriéndolos, notó lo grande de aquel parque. Así, se fue perdiendo entre los grandes pinos, los grandes robles.

La vegetación se hacía cada vez más espesa, el flujo de gente se reducía hasta no quedar nadie más que él, él y el imponente parque.

¿Se habría salido de los confines del parque? ¿Habría cruzado la frontera que lo separaba de la maleza en sí?

Su entorno así se lo indicaba, pero ¿Cómo había llegado hasta allí?

De nuevo, las cuestiones existenciales.

Supuso que su intuición era la culpable, que guiaba sus pasos y su espíritu a recónditos lugares como aquellos. No sintió preocupación alguna a pesar de que aquellos parajes eran extraños y misteriosos. Le fascinó de sobremanera la hermosura que lo rodeaba, todo tenía un color verde tan vivo, tan especial, tan diferente, que parecía que aquellos bosques tuvieran vida propia. Vida e intenciones de invitarlo a él, un aparecido cualquiera, a que penetrara en su interior, en lo más profundo de sus misteriosos parajes, en los sitios más exclusivos.

No había duda, la naturaleza lo impregnaba a uno de una tranquilidad, de una paz tal que aquel lugar parecía sacado de otro mundo. Y aquello tenía algo de verdad inquietante, ya que el hombre, en su afán de calmar y satisfacer sus inagotables necesidades, había creado contextos, creado condiciones para cada etapa de su historia vital, para cada momento crucial, para cada uno de sus voraces apetitos de satisfacción.

A medida que seguía adentrándose en las profundidades de aquel bosque (El parque había quedado atrás hacia mucho), empezó a identificar un intenso aroma a eucalipto, percibió una tímida niebla verde sentada sobre el suelo que se espesaba poco a poco y el tímido, indiferente y mágico revoloteo de unas pequeñas mariposas blancas le daban la bienvenida a aquel lugar.

Y si, la búsqueda ahora era un encuentro y las certezas por fin estaban tomando forma.

El encuentro era un hecho irrefutable, inexorable, que lo había llevado hasta aquel lugar y le ofrecería una oportunidad que se traducía en salvación, su salvación y la de alguien más. ¿Quién era esa persona adicional? La necesaria, la esencial. La verdadera, la singular.

Se dejó llevar por el danzar de las diminutas mariposas que revoloteaban indiferentes a su alrededor y que, aun así, lo llevaban al sitio del encuentro.

Reconoció con facilidad dicho sitio ya que se salía de la fisonomía de todo aquel fantástico lugar. Se topó con un gran claro, donde las sombras de los grandes árboles no impedían que la luz del sol penetrara en sus confines. La espesa niebla dejaba a la vista por primera vez, después de su aparición, las diferentes hojas otoñales que adornaban el suelo.

Hojas rojas, naranjas, amarillas, de todas las tonalidades. Nunca había visto un lugar tan vivo, tan palpitante. Le daba la impresión de que todo ello era un sueño ¿O en realidad lo era?

Se sintió extraño, superando la delgada brecha que separa la realidad del mundo onírico. Aquello era algo nuevo para él, un lugar donde el tiempo y el espacio perdían toda identidad, donde la existencia adquiría una levedad tal, que el simple hecho de respirar generaba un sentimiento de nostalgia particular.

Se alegró al pensar que aquel lugar estaría fuera del alcance de los hombres, de sus manos, de sus intenciones, ya que todo lo que el hombre desea se encarga de destruirlo, acabarlo. 

Las diminutas mariposas se encargaron de llevarlo al medio de aquel claro, de aquel lugar mágico que acaso había soñado alguna vez en su vida. Sintió que el momento culmine llegaría, la tan apremiante búsqueda y en consecuencia el anhelado encuentro se desarrollaría, y espero…

Espero, y mientras tanto, las diminutas mariposas blancas seguían revoloteando. Espero, mientras los grandes árboles que conformaban aquel claro se sacudían con tímidas brizas. Espero, mientras la particular niebla verde se arremolinaba alrededor de aquel claro, alrededor de el mismo.

Y espero, con impaciencia a que algo ocurriera, pero no ocurría nada. La certeza y necesidad imperantes que lo habían llevado hasta aquel lugar desaparecieron. Ahora, una desazón e inconformidad lo invadían y le reprochaban el hecho de ser tan ingenuo, hasta el punto de dejarse llevar por aquellas emociones que tomaban forma de mariposas blancas revoloteando despreocupadamente a su alrededor.




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