Un fuerte dolor de cabeza me afligía en aquel momento, cosa que aumento mi desazón y desconcierto. Sentía que poco aire entraba en mi cuerpo, obligándome a respirar con agitación y desespero. La sensación de algo grande y pesado oprimiendo mi pecho se vio confirmada tiempo después cuando noté que algo evidentemente oprimía no solo mi pecho sino mi cuerpo entero.
Intenté mover mis brazos que, en un primer momento, no respondían. Sencillamente no las sentía y una creciente angustia se apoderó de mí. Me obligué a mí mismo a recobrar la serenidad. A pesar de que era evidentemente difícil tomar aire, hice un esfuerzo por controlar mi respiración, que en consecuencia se tradujo en una calma general.
Más tarde que nunca empecé a sentir un tímido hormigueo en mis extremidades, al cabo de un rato, estas despertaron gritando de dolor. En realidad, era muy penoso no tener certeza de en cual situación me encontraba, pero uno siempre tiende a imaginar lo peor y mi caso no fue la excepción.
Para mi sorpresa, y mi fortuna, el dolor fue apaciguando rápida y contundentemente. Mis extremidades empezaron a responder y me revolqué como si no me hubiera movido en años. Todas mis articulaciones y huesos salieron de su estupefacción y sentí un alivio reconfortante al recobrar el movimiento.
Con gran esfuerzo levanté mis brazos, que chocaron torpemente contra algo duro y frío a unos pocos centímetros sobre mi cuerpo. Con la palma de las manos palpé lo que estaba encima, al parecer, era un muro de concreto que por obra y gracia divina no me había aplastado como una sucia y vil cucaracha. Ya me estaba haciendo conjeturas acerca de mi situación.
¿Qué había pasado? ¿Cómo había llegado allí?
No lo sabía. De momento, había una laguna en mi mente, un tiempo muerto que no podía recordar. Y allí estaba, sintiendo todo el peso de la incertidumbre. Me descubrí inventando una cantidad de explicaciones irracionales que me llevarían inevitablemente a la desesperación y, en consecuencia, a la locura.
Ahora que lo pienso ya más calmo, ya más tranquilo, intuyo que la incertidumbre podría considerarse uno de los preámbulos de la locura. Lo más terrible de todo es que en este estado, sin la certeza de nada, todo se desliza con tanta facilidad que uno no se entera que ha perdido la razón.
Para mi fortuna, me reconfortó una tranquilidad anormal que provenía de un optimismo injustificado. En aquel momento que ese optimismo sin argumento es una forma de autoengaño y de cierto modo lo sabía, pero hay atrapado en medio de la oscuridad y de escombros era lo único que tenía y a lo cual me aferraba.
De esa forma encontré un poco de felicidad en esa temeridad, “Podría morir ahora y moriría feliz”, me dije para mí mismo.
Era evidente que mi cordura ya estaba cavilando, en la cornisa…
Así pues, alucinando con unos potenciales rescates, mi visión se fue adaptando poco a poco a la penetrante oscuridad. Descubrí lo que mi corazón tanto temía. Al parecer, estaba totalmente rodeado de escombros, tierra y polvo. Sin ningún rastro de luz que significara un rastro de esperanza.
Inevitablemente tenía que asumir lo que la realidad me presentaba, es decir, una alta probabilidad de morir, bien sea por una u otra razón. El hambre, la sed, debilidad, angustia, desespero, locura y en el mejor de los casos, morir aplastado. Y cuando menos lo esperaba, cuando las circunstancias se presentaban todas desfavorables, aparece un cambio drástico en mi situación.
Fue así como evidencia, a mi izquierda y resguardado por un cumulo de piedras y escombros, una botella de agua. Si, una botella de agua en medio de los escombros, una salvación en el desespero, la vida dentro de la muerte y, lo mejor de todo, a mi alcance.
En realidad, no sabía cómo interpretar dicho acontecimiento. Lo asumí simplemente como la suerte, casi una casualidad, casi un milagro. Me decidí por esta justificación por el simple hecho de que no quería cavilar en asuntos racionales, sabía que era peligroso por mi estado y mi situación, por ende, concluí que la sencillez, la simplicidad seria mi única respuesta, mi real salvación, la única explicación.
Una vez tomada la botella, mi angustia me llevó a obrar de forma impulsiva, grave error en una situación extrema. Hay comprendí lo fácil de perder la razón, de hecho, el equilibrio era algo completamente relativo. Y aunque mi cuerpo lo exigía y mi garganta tenía la textura de una gruesa lija, tomé un pequeño y corto sorbo de agua que me refresco el cuerpo, el alma y el espíritu de una forma maravillosa.
Una vez tomado ese pequeño y corto alivio, mi cuerpo se relajó a tal punto de quedar completamente dormido.
Sumergido en aquel mar de piedras, polvo y escombros, reconocí inevitablemente lo insignificante y efímero de mi existencia. Esto era, lo fácil de su perdida, ya que en realidad no nos pertenece.
Así, uno se entrega a una forma de indiferencia que era cómoda y confortante, pero de igual forma peligrosa por la incapacidad de acción. Y a pesar de que no éramos totalmente dueños de nuestra existencia, podíamos influir en esta y disponerla a nuestro favor.
Por la incapacidad de recordar y, en consecuencia, asumir mi realidad actual, la tomé como algo irreal, algo que no me correspondía y por ende debía salir de ella.
¿Era acaso una forma de esquivar lo inevitable? ¿De ocultar mi falta de coraje o mi cobardía ante la adversidad? Talvez, y esto me llevó a pensar que talvez dicha situación no era de mi merecimiento.