El sol se ocultó detrás de los edificios, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y morados. Mauro salió del club con Elena a su lado, la emoción de la noche aún vibrando en el aire. Las luces de neón brillaban en la distancia, pero a medida que se alejaban de la música y las risas, la realidad comenzó a asomarse nuevamente, recordándole que su búsqueda por su hermana seguía sin resolverse.
—¿Te gustaría que fuéramos a dar un paseo? —preguntó Mauro, intentando prolongar el tiempo que pasaban juntos. Su corazón latía más rápido al pensar en la posibilidad de que esta noche fuera más que un simple escape.
Elena sonrió, su mirada brillante bajo la luz de la luna.
—Me encantaría. Hay un parque cerca, podríamos ir allí.
Mientras caminaban, las conversaciones de la multitud a su alrededor se desvanecieron, y pronto se encontraron en la calma del parque. Las luces parpadeantes de los faroles creaban sombras que danzaban a su alrededor, un contraste perfecto con el peso de sus pensamientos.
—Es hermoso aquí —dijo Elena, deteniéndose para mirar las flores que comenzaban a florecer a pesar de la llegada del otoño. Las sombras y luces jugaban a su alrededor, pero había una tristeza en su voz que Mauro no pudo ignorar.
—Sí —respondió Mauro, aunque su mente estaba lejos de las flores. En su interior, el dolor por su hermana era un eco constante, una sombra que no podía sacudirse. —A veces, necesito un lugar así para despejarme. Pero no puedo evitar pensar en... lo que ha pasado.
Elena lo observó, su expresión cambiando de curiosidad a preocupación.
Mauro tomó una respiración profunda, sintiendo la presión en su pecho. Sabía que debía abrirse, pero las palabras se atascaban en su garganta como si estuvieran tan atrapadas como él mismo.
—Es mi hermana... —comenzó, sus palabras saliendo con dificultad. —Desaparecio. desde entonces he sentido que una parte de mí se ha ido con ella.
Elena frunció el ceño, su mirada llena de atención.
—Lo siento mucho. Debe ser devastador. ¿Qué pasó exactamente?
Mauro miró al suelo, recordando la última vez que había visto a su hermana. La imagen de su sonrisa lo golpeó con fuerza.
—Ella... era mi todo. Siempre ha sido mi apoyo, mi confidente. La noche que desapareció, estaba en un evento y luego... se desvaneció. Nadie sabe dónde está.
La voz de Mauro se rompió, y su corazón se sentía como si le estuvieran arrancando algo. La conexión que tenía con Elena crecía, pero el miedo a perderla también aumentaba.
Elena se acercó, tomando su mano en un gesto simple pero reconfortante. Era un gesto que Mauro necesitaba más de lo que podía admitir.
—¿Sabes algo más sobre lo que le sucedió?
—No... —la voz de Mauro tembló mientras luchaba por contener las emociones. —Solo sé que hay algo más oscuro detrás de su desaparición. Me preocupa que no fuera un accidente.
Elena frunció el ceño, su mirada se intensificó.
—¿Y qué planeas hacer al respecto?
La pregunta lo atravesó como una descarga eléctrica. ¿Qué planeaba hacer? La idea de sumergirse más en la oscuridad lo asustaba, pero no podía ignorar su instinto.
—Voy a buscar respuestas, Elena. No puedo dejar que esto se quede así.
El gesto le llenó de calidez, y por un momento, se sintió un poco más fuerte.
—Te lo agradezco. —Mauro sintió que el nudo en su pecho comenzaba a deshacerse, aunque solo un poco.
Sin embargo, mientras hablaban, la tensión entre ellos comenzó a intensificarse. Las miradas de Mauro se perdieron en los ojos de Elena, y un deseo incontrolable brotó en su interior. Fue un impulso que lo llevó a acercarse más a ella, a buscar ese contacto que anhelaba.
Elena respiró profundamente, y su mirada se volvió más intensa.
—Mauro... —susurró, su voz temblando ligeramente—. No puedo evitar sentir que esto nos está acercando de una manera extraña.
Sin pensarlo, Mauro inclinó la cabeza y, en un instante, sus labios se encontraron. Fue un beso suave al principio, como un roce, pero se encendió rápidamente en llamas. La conexión que habían compartido se materializó en ese instante, cada emoción, cada temor y cada deseo fundiéndose en uno solo. Era como si el mundo a su alrededor se desvaneciera, dejándolos solos en su pequeño refugio de luz y sombras.
Cuando se separaron, ambos respiraban con dificultad, sus frentes casi tocándose. Mauro podía ver la sorpresa en los ojos de Elena, pero también el destello de algo más: una chispa de entendimiento y complicidad.
—No... no debimos hacer eso —dijo Mauro, su voz apenas un susurro, aún aturdido por la intensidad del momento.
Elena sonrió, pero había un matiz de seriedad en su mirada.
—Tal vez debimos. Tal vez esto es lo que necesitamos.
La tensión en el aire era palpable, y Mauro sintió que el peso de sus problemas se aligeraba, aunque solo un poco. En ese instante, él se dio cuenta de que estaba empezando a sentir algo más profundo por Elena, algo que iba más allá de la amistad.
—Yo... —Mauro luchó por encontrar las palabras adecuadas. —No quiero que esto nos complique las cosas.