La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, proyectando sombras que danzaban en las paredes de la habitación de Mauro. Se despertó con un peso en el pecho, recordando la conversación con la detective Vargas y la sensación de desesperación que lo envolvía. La imagen de su hermana, atrapada en un oscuro misterio, le daba vueltas en la mente. Necesitaba un escape, un respiro que lo alejara de la pesada realidad que lo rodeaba.
Se duchó, el agua caliente ayudándole a despejar la mente, aunque la ansiedad persistía. Mientras se vestía, revisó su ropa en el espejo, asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Hoy tenía que ver a Elena, y su corazón se aceleró al pensarlo. Era la única que podía traer algo de luz a su vida oscurecida por la incertidumbre.
A la hora acordada, llegó a la cafetería local donde solían encontrarse. El aroma del café recién hecho lo envolvió al abrir la puerta, pero su mente estaba en otra parte. La vio al fondo, sentada en una mesa, con el cabello cayendo en suaves ondas sobre su rostro. La sonrisa que le dirigió al verlo iluminó la habitación, y de inmediato, el peso en su pecho pareció aliviarse.
—¿Cómo amaneciste? —preguntó Mauro, tomando un sorbo de su café. A su lado, Elena parecía más hermosa que nunca, con una blusa blanca que resaltaba su piel bronceada y un brillo en sus ojos que hacía que su corazón latiera más rápido.
—No muy bien, —respondió Mauro, su voz reflejando la carga emocional que sentía. La preocupación y la frustración estaban claramente marcadas en su rostro.
Elena frunció el ceño, y su expresión mostraba una mezcla de frustración y empatía.
—¿Te preocupa lo de tu hermana? —preguntó suavemente, inclinándose hacia él. Su cercanía lo hizo sentir un calor que iba más allá del café que sostenía.
—Sí, la detective no parece tener muchas respuestas. Me siento impotente. —Mauro tomó un sorbo, intentando calmar su nerviosismo.
Elena lo miró con compasión, como si pudiera ver la tormenta que él intentaba ocultar.
—Eso es frustrante. Pero no podemos rendirnos, —dijo ella con determinación. Su voz era un bálsamo para su alma herida.
Mauro asintió, sintiendo que la determinación de Elena le daba fuerzas. Mientras conversaban, la conexión entre ellos se sentía más intensa. Él se perdió en sus ojos, viendo más que solo una amiga; era alguien con quien podía compartir su carga.
—¿Quieres que te cuente un secreto? —le preguntó Mauro, inclinándose hacia ella, su voz un susurro. El momento se sentía cargado de electricidad.
Elena lo miró intrigada, y él se acercó un poco más, sintiendo que el aire se volvía denso con una energía palpable.
—No soy solo un contable aburrido —dijo, sonriendo—. A veces, hago algo más que contar números.
Elena arqueó una ceja, sonriendo de forma coqueta.
—¿Y qué más haces, misterioso contable?
Mauro se inclinó aún más, sus labios apenas a centímetros de los de ella.
—Planeo mis escapadas —murmuró, y luego, sin pensarlo, la besó suavemente. El roce de sus labios fue como un alivio a una herida antigua, un fuego que había estado latente y que ahora ardía intensamente.
El beso fue dulce y tibio, y el mundo a su alrededor desapareció. Elena respondió, dejando que su boca se moviera contra la de él, sintiendo que su corazón latía más rápido. Cuando se separaron, la risa de Elena llenó el aire, aunque un matiz de preocupación seguía en sus ojos.
—No sabía que eras un aventurero, —dijo, jugueteando con su cabello. La forma en que sus dedos acariciaban su mejilla le hizo desear que el tiempo se detuviera.
—Lo soy cuando estoy contigo. —Mauro sonrió, sintiendo que su conexión se profundizaba. Era un momento perfecto, pero la sombra de su realidad seguía acechando.
—Mauro, —dijo Elena, su voz cargada de preocupación—. ¿Has hablado con Lucas últimamente?
La pregunta lo sorprendió y la chispa de la pasión se desvaneció, reemplazada por una inquietud familiar.
—Sí, lo vi el otro día. ¿Por qué? —El tono de su voz reflejaba su confusión.
Elena bajó la mirada, como si estuviera sopesando sus palabras.
—Es solo que… he notado que a veces se comporta de manera extraña. Me preocupa que no esté siendo honesto contigo.
Mauro sintió que una sombra de desconfianza se deslizaba por su corazón, pero rápidamente la desechó.
—Elena, Lucas es mi amigo de toda la vida. Nunca haría nada para traicionarme.
—Lo sé, pero— —insistió ella, y Mauro sintió que su corazón se endurecía.
—No, Elena. No quiero que le des ese giro a esto. Lucas tiene conexiones con la policía y trabaja en criminología. Puede acceder a información que muchos no pueden. Pero eso no significa que esté ocultándome algo.
A medida que hablaba, Mauro sintió una creciente inquietud. ¿Por qué Elena estaba tan interesada en Lucas? Su voz, su tono, todo parecía indicar que había algo más detrás de
sus palabras. Sin querer, comenzó a cuestionar las intenciones de Elena, un sentimiento que nunca había experimentado antes.