La noche se había adueñado de la ciudad, Mauro, Elena y Lucas se encontraban en un pequeño café, su refugio en medio del caos. Las luces cálidas y la música suave contrastaban con la tormenta que se desataba en sus corazones. En el aire flotaba el aroma del café recién hecho y el suave tintineo de las tazas, pero todo parecía distante.
Después de su visita al despacho de su padre, el peso de la revelación aún le oprimía. Mauro había pasado días reflexionando sobre los documentos que había encontrado, pero esta noche, la verdad parecía más cerca que nunca. Con nerviosismo, sacó el diario desgastado de su chaqueta, el papel amarillento y las páginas arrugadas como un viejo mapa de tesoros ocultos.
—Necesito que lean esto —dijo, extendiéndoselo a Elena y Lucas, su voz temblorosa, casi ahogada por la ansiedad.
Elena lo miró, sus ojos llenos de curiosidad y preocupación, mientras Lucas se inclinaba hacia adelante, interesado. Mauro respiró hondo y comenzó a leer.
—Aquí —dijo Elena, deteniéndose en una entrada que hacía que su pulso se acelerara—. “El intercambio está programado para el 15 de marzo, y los chicos de la zona son los más fáciles de obtener. Se están preparando para el próximo gran golpe. Están en la lista de prioridades”.
El rostro de Mauro se contrajo, ya lo habia leido, pero volverlo a escuchar lo hacia mas doloroso
—Mira esto —continuó, pasando las páginas hasta llegar a un apartado que contenía fotografías—. Estas son las víctimas.
Elena miró las imágenes con horror, su respiración se detuvo al reconocer a algunos de los chicos en las fotografías. Entre ellos, el rostro de un niño desconocido, pero cuya mirada parecía buscar ayuda, un grito mudo que traspasaba el tiempo y el espacio. Era como un puñetazo en el estómago
Mauro respiró hondo y comenzó a leer.
—Pedro Gómez, 12 años. Secuestrado el 2 de marzo de 2021. Última vez visto en su escuela, en el barrio de La Estrella. Su madre lo busca cada día en los parques. “Siempre llevaba su gorra roja favorita”, decía la madre en una entrevista, con lágrimas en los ojos.
Elena sintió un nudo en el estómago. El sonido de la máquina de café de fondo se desvaneció, y el ruido del café se volvió un eco distante mientras las historias cobraban vida en su mente.
—Lucía Martínez, 10 años. Secuestrada el 15 de octubre de 2020. Desapareció mientras jugaba en la calle con sus amigos. “Era su única hija”, decía el informe. La pérdida de Lucía había dejado una marca imborrable en su familia. El padre, desolado, caminaba por el vecindario con un cartel en la mano, con la esperanza de que alguien la viera
—Es desgarrador —comentó Lucas, su voz tensa—. No puedo creer que esto esté sucediendo tan cerca de nosotros..
El rostro de Elena palideció. La imagen de un padre angustiado buscaba a su hija resonaba en su corazón, haciéndola sentir cada vez más compasiva hacia esas víctimas.
—Ricardo Ramírez, 14 años. Secuestrado el 8 de enero de 2019. Desapareció después de una práctica de fútbol. Sus amigos recordaban cómo siempre estaba riendo, y su número fue retirado en su honor. “Era un chico brillante, siempre tenía una sonrisa”, decían.
Mauro hizo una pausa, sintiendo que el peso de cada historia lo aplastaba. La vida de cada uno de esos niños había sido interrumpida por una crueldad inimaginable.
—Sofía López, 9 años. Secuestrada el 22 de agosto de 2018. Su madre había pegado carteles por toda la ciudad, buscando a su hija. “Siempre se quedó cerca de casa”, decía la madre. Era un testimonio desgarrador de la vulnerabilidad de los niños y la angustia de los padres.
—Andrés Pérez, 11 años. Desaparecido el 30 de abril de 2022. Última vez visto en un centro comercial. Su familia había celebrado su cumpleaños unos días antes, llenos de alegría. Ahora, su lugar en la mesa estaba vacío. La hermana de Andrés había dejado de ir a la escuela, incapaz de soportar el dolor de su ausencia.
Elena respiró hondo, sintiendo que cada nombre que Mauro mencionaba la golpeaba como un puñetazo en el corazón. Se miraron, la gravedad de lo que estaban descubriendo los envolvía en un silencio pesado.
—Camila Torres, 13 años. Secuestrada el 5 de febrero de 2023. Fue vista por última vez en la casa de un amigo, donde había ido a hacer tarea. Su padre, un ex policía, había dedicado su vida a encontrarla. Las páginas de su diario estaban llenas de recortes de noticias y fotos de Camila sonriendo, como un recordatorio de lo que una vez fue.
Mauro sintió que el dolor se intensificaba, la injusticia de esas desapariciones lo llenaba de furia. No podían permitir que esas historias se convirtieran en meros datos.
—Y aquí está el golpe más bajo —dijo Mauro, su voz apenas un susurro, casi temeroso de lo que estaba a punto de revelar—. Estos documentos indican que mi padre estaba involucrado en una red de tráfico de personas. Chicos desaparecidos… eran parte de un negocio que estaba manejando. Y lo peor es que había un acuerdo con la mafia para intercambiarlos por dinero.
Elena se llevó las manos a la boca, los ojos llenos de lágrimas que amenazaban con desbordarse.
—¿Cómo puede ser esto posible? —preguntó, su voz temblando, como si cada palabra estuviera impregnada de incredulidad y dolor—. Tu padre… no puede ser.