Ecos de venganza

Capítulo 10: La Tormenta que Se Avecina

El sonido del teléfono resonó en el aire tenso, y la voz de Elena, temblorosa pero decidida, llenó el espacio. Mauro, de pie junto a ella, podía sentir cómo la incertidumbre y el miedo se acumulaban en su pecho. Sabía que debían actuar rápido. La policía estaba en camino, pero en su interior, una voz susurrante le decía que el peligro aún acechaba.

—¡Por favor, necesitamos ayuda! —susurro Elena, su mirada fija en Mauro, quien, en medio de la confusión, comenzó a dudar de su seguridad.

Mientras ella hablaba, Mauro observó a su alrededor. Las sombras danzaban en las paredes de los edificios cercanos, y el aire estaba cargado de una electricidad inquietante. Era como si los enemigos que los habían atacado supieran exactamente dónde estaban, y eso lo inquietaba más de lo que quería admitir.

—¿Cuánto tiempo tardarán? —preguntó Mauro, tratando de mantener la calma, pero sintiendo que la desconfianza empezaba a arruinar su juicio.

—No lo sé, pero tienen que estar aquí pronto. —Elena colgó y miró a Mauro, notando su inquietud—. ¿Qué pasa?

—No puedo dejar de pensar en lo que ocurrió antes. Esa pelea, esos hombres... ¿cómo supieron que estábamos aquí? —La voz de Mauro era baja, casi un susurro, pero cargada de una duda palpable.

Elena frunció el ceño, sintiendo el cambio en la atmósfera entre ellos. —¿Estás diciendo que piensas que…?

—No lo sé. Solo quiero asegurarme de que estés a salvo. —Mauro se dio la vuelta, tratando de concentrarse en los sonidos de la noche, pero su mente no podía evitar volver a la confrontación.

En la calle oscura, el grupo de hombres se había acercado mucho mas, sus rostros marcados por sonrisas crueles y miradas de desprecio. Lucas, que había estado al lado de Mauro desde el principio, se mantuvo en silencio, observando con una mezcla de ira y preocupación.

Elena se acerco a ellos, estaba un poco incomoda con la interacción anterior pero trataba de mantener la calma

—La chica esta en peligro —dijo, su voz quebrándose mientras miraba hacia el grupo de hombres que se reían de la situación

Mauro sintió que la rabia comenzaba a burbujear en su interior mientras veía a la joven luchando. No podía permitir que se la llevaran.

—¿Qué hacemos? —preguntó Lucas, su mirada fija en el grupo, sus músculos tensos, listos para actuar.

Elena, temblorosa, apretó el teléfono contra su pecho

—Debemos distraerlos —respondió, buscando en su mente una manera de ayudar a la chica—. Tal vez si logramos separarlos...

Un grito desgarrador resonó en la oscuridad, interrumpiendo sus pensamientos. La joven, con su ropa rasgada y desaliñada, apareció de repente, corriendo hacia ellos, sus ojos reflejando puro terror.

—¡Ayúdame! —gritó, su voz llena de desesperación.

Mauro sintió un escalofrío recorrer su espalda. La chica parecía frágil, como si se desmoronara en cualquier momento.

—¡No te preocupes, estamos aquí! —gritó Elena, extendiendo los brazos hacia ella, pero antes de que pudieran hacer algo, los hombres que la acosaban se acercaron, riendo con desprecio.

—¿Policía? —preguntó, ya consciente de que podían estar en problemas.—¿Llamaste a la policía?. Que estupida

Mauro, sintiendo que la rabia comenzaba a burbujear en su interior, se adelantó, listo para enfrentarlos.

—¡La chica no es un objeto! —gritó, su voz resonando con la intensidad de su miedo y su coraje.

Lucas, al notar la creciente tensión, propuso con voz grave:

—Distracción. Si logramos desviar su atención, tal vez podamos ayudarla.

Elena asintió, comprendiendo rápidamente.

—Voy a lanzar mi teléfono —dijo, y con un movimiento rápido, lo arrojó hacia la otra dirección.

El sonido del dispositivo cayendo al suelo captó la atención de los hombres. Mauro tomó la oportunidad y se lanzó hacia la chica.

—¡Corre! —gritó, haciendo un gesto con la mano.

La joven, aprovechando la distracción, comenzó a correr. Sus piernas temblaban, pero la adrenalina la empujaba a seguir adelante.

Sin embargo, uno de los hombres, dándose cuenta de lo que estaba sucediendo, se lanzó tras ella. La chica miró hacia atrás y vio la furia en sus ojos. El miedo la invadió, pero no podía rendirse. En un instante de lucidez, recordó una pequeña trampa que había ideado durante su cautiverio: un atajo que había explorado en sus momentos de desespero.

Mientras corría, giró abruptamente en una esquina, pasando por un callejón oscuro que había memorizado. El aire era frío y el hedor de la basura la invadía, pero no podía pensar

en eso. Con cada paso, el sonido de los hombres detrás de ella se atenuaba, y en su corazón renació una chispa de esperanza.

Mauro, Lucas y Elena la siguieron, y en ese momento, las sirenas de la policía comenzaron a sonar a lo lejos. La joven se adentró en el callejón, su cuerpo luchando contra el agotamiento, pero el miedo la mantenía en movimiento.

—¡Apúrate! —gritó Mauro, sintiendo que el tiempo se agotaba.

Cuando los hombres comenzaron a entrar en el callejón, Mauro se giró hacia Lucas.




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