Por desgracia para Samantha Braconi llegó el temido lunes. Un día decisivo en su vida: Sería la primera vez que ponía el pie en una escuela pública.
Le habían contado muchas historias sobre estas. Que los chicos eran feos, que la comida era terrible y que eran unos incivilizados, casi unos salvajes. En su momento ella les había creído, sus amigos eran personas de mundo, con muchas experiencias, no podían equivocarse. Pero en ese preciso instante la princesa deseó que todo fuera falso, diferente. Quería creer que encontraría buenas personas, que la aceptarían y no la juzgarían por haber sido la chica que, luego de una borrachera, chocó su carísimo auto contra un poste y se agarró los senos ante una cámara y el mundo entero.
Sí, por supuesto, como si tuviera tanta suerte.
Llegó corriendo al colegio, se le había hecho malditamente tarde. El odioso sapo la había dejado a su suerte con un mapa señalando la dirección de la escuela. Genial. Ella no había usado un mapa en su vida.
Con la respiración agitada y el pelo revuelto se detuvo frente a la entrada principal. La hora había llegado. Ingresó por las puertas dobles con una seguridad que no sentía y se limitó a caminar con la cabeza en alto y la espalda recta. Los murmullos no se hicieron esperar. Todos cuchicheaban entre sí, y ella sabía de lo que estaban hablando. Vaya que lo sabía. "Ella es la princesa", "la borracha esa", "la que mostró los senos en televisión nacional".
Menuda mierda, realmente no veía la hora de llegar a su salón.
Era el 1-A, por lo menos Trevor había tenido la decencia de indicarle cual iba a ser su cárcel durante todo el año escolar. En ese instante sonó el timbre y ella ingresó presurosa a su aula, se sentó rápidamente en el primer asiento que vio y permaneció atenta a la explicación de la profesora de matemáticas a pesar de los murmullos incómodos. Era uno de sus cursos favoritos.
Tocó el timbre señalando el comienzo de la siguiente clase y ella se paró como un resorte, no tenía amigos y tampoco tiempo que perder. Estaba a punto de cruzar la puerta cuando la profesora la detuvo.
—Srta. Braconi, quédese un momento, debo hablar con usted.
Samantha se sorprendió mucho. No había hecho nada malo, estaba segura de ello. Esperó a que todos salieran y se quedó a solas con la profesora Vilma.
—Profesora, ¿puedo preguntar qué suce...
—Silencio. Lo único que voy a decirle es que no voy a permitir que pase nada fuera de lugar en esta aula. Si tiene algún asunto que atender o algún noviecito escondido por ahí, por favor, fuera de este salón y este colegio en específico. Puede retirarse "Srta." Braconi.
Por un instante quedó sin palabras, luego, una furia fría y dura empezó a subirle de pies a cabeza. La imagen de ella tirándole una bofetada a su profesora le pasó de forma fugaz por la mente. Pero luego pensó con la cabeza fría. Eso era lo que habría hecho su antigua yo, actuar sin pensar en las consecuencias. Debía evitar eso, mientras antes demostrara su cambio, más rápido podría volver a casa. Esperaría el momento oportuno y luego atacaría.
—Le aseguro que no sé de que habla profesora, ahora, si me disculpa.— Le dedicó una sonrisa carente de toda emoción y salió del aula con rapidez.
Estaba como una furia y llegaba tarde a su siguiente clase. Tocó la puerta del aula y el profesor le indicó que pasara al frente de la clase.
Ella se paró al lado y él se dirigió a los alumnos sentados:
—Supongo que todos saben quién es, ¿cierto? No creo que necesite de presentaciones.
Todo el mundo se empezó a reír y murmurar como si ella no se encontrara presente.
—¡Silencio!—ordenó el profesor—No son animales.
"Aunque no les falta mucho para serlo"
—Siéntate donde gustes—le indicó su nuevo maestro de Historia. Desde ya, le cayó de maravillas—Pero que sea rápido, por favor.
Samantha asintió con la cabeza y murmuró un "Gracias" muy bajo. El maestro solo agitó su mano restándole importancia con una sonrisa que mostraba sus blancos y perfectos dientes.
—Chicos—se dirigió a la clase— iré al baño. Compórtense. En serio, no quiero sorpresas. Dicho esto salió dejándolos solos.
Ella observó el panorama y se dio con la sorpresa de que Trevor se encontraba sentado al final de la clase. Sus ojos se encontraron y él los apartó como si realmente no la conociera. Bueno, ¿qué importaba? Dos podían jugar el mismo juego.
Ella fue a paso seguro directa hacia el final de las carpetas. No faltaron las sonrisas falsas y algún que otro murmullo, pero, a esas alturas, ya nada le importaba. Había un sitio libre al lado de aquel desagradable ser. Él le dio una mirada de advertencia y ella sonriente alzó los hombros y dijo:
—Soy Samantha Braconi, mucho gusto.
Silencio.
—¿Dónde quedaron tus modales? ¿Acaso no me dirás quién eres?
Más silencio.
—Ah, ya sé, eres mudo. Lo siento, cariño, no quis...
—Trevor—respondió él en voz muy baja.
Era su turno de divertirse.
—Oh, podías hablar. Disculpa, ¿qué dijiste?—miró sonriente como su compañero de casa se acaloraba. Estaba irritado.
—Trevor—respondió casi gruñéndole en la cara.
Aún no iba a dejarlo en paz. Aquel sapo le debía muchas.
— ¿Apellido?—insistió Samantha sonriendo divertida.
Él le lanzó una mirada como de "¿es en serio?". Por supuesto que iba en serio.
—Soy Trevor Hale, punto. No más preguntas—respondió secamente. A leguas se notaba su molestia.
Todo el salón estaba en silencio, a la expectativa. Aquella "pelea" parecía su película privada.
—Nada te costaba decir eso desde un principio—respondió la princesa.—Bueno, desde hoy seré tu nueva compañera, la de al lado—acto seguido puso su mochila en la silla del costado y se dispuso a sentarse cuando unas palabras la detuvieron.
—Está ocupado—era él de nuevo. Pero no le daría el gusto.
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Editado: 15.04.2022