El viernes había pasado como un huracán. Ella brilló y el sapo lloró. Bueno, no. Pero por lo menos, lo hizo en su imaginación.
La realidad fue que Trevor se convirtió en la comidilla de los chicos en la escuela. Se oían murmullos, risas, se veían ojos llenos de sorpresa y posterior diversión. Ella no fue princesa por un día, contrario a eso, se sintió como la reina del cuerpo estudiantil. ¿Que si sabían que era la autora de dicha escena? Al principio, no. Pero cuando ella había pasado al lado del sapo en el almuerzo, él había soltado un bufido e, incluso, le pareció ver salir humo por su nariz. Sí, humo. Como en aquella caricaturas que veía en su niñez. Ella la respondió con un giño y un beso volado.
El rosa te queda bien, sapito, le había dicho.
Esto no se quedará así, le había gruñido Trevor ante un público ansioso por ver la culminación de aquella guerra que recién empezaba.
De tan solo recordar eso se ponía a reír como niña chiquita. Ciertamente se llevaban como perro y gato, eran tan incompatibles como agua y aceite y, valgan verdades, jamás nadie la había tratado con tan poco tacto como el sapo. Pero, a pesar de todo, se estaba divirtiendo como nunca.
Era sábado; su tan ansiado fin de semana llegó como si tan solo hubiese chasqueado los dedos. Y ella se estaba adaptando mejor de lo que esperaba. Ahí no había nadie que la adulara, que la consintiera en extremo, no tenía amigos cerca ni a su familia al alcance. Pero se tenía a ella misma, y debía aprender a vivir con ello.
Se encontraba en el centro comercial. Sin nada que hacer, había seguido al sapo en secreto. Luego del desayuno, él había expresado su deseo de "caminar un rato, por ahí". Y ella no se había quedado atrás, saliendo tras él un par de minutos después, porque no era ninguna tonta, claro que no. Sabía que debía dejar pasar un tiempo prudente para no ser descubierta.
Ahora estaba ahí, con una gorra cubriendo a medias su pelo rubio, unos lentes de sol que fácilmente costaban una pequeña fortuna y sus mejores ropas para "pasar desapercibida" color negro, complementando todo con unos botines negros muy cómodos. Se sentía mala e invencible.
Pero nunca imaginó lo que sería seguir al sapo. Estaba metiéndose a todas las tiendas. Unas veces, caminaba con una rapidez inhumana; otras, se movía tan lento que sentía que se dormiría parada ante semejante aburrimiento. En ciertos puestos, intercambiaba unas palabras con alguno de los clientes; en otros, la charla se extendía por un tiempo que se antojaba infinito.
Sentía que moría. En ese momento, el sapo pasó peligrosamente cerca de una tienda de lencería. Siguió de largo, pero luego, retrocedió. Algo había captado su atención. Samantha no había notado la causa. Hasta que lo vio. El sapo, conversando animadamente con la dependienta del lugar, una pelinegra muy bonita. Ella le mostraba un sostén de encaje, era rosa y de intrincado diseño. Oh, por Dios.
¡Ese es mi sostén!
El endemoniado sapo intercambió unas sonrisas más con la pelinegra, que babeaba ante su presencia. Luego, tocó el material del sostén y soltó una pequeña y casi imperceptible risa. Seguro se burlaba, el desgraciado.
¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¡Aquel era el sostén con el que había protagonizado el escándalo del siglo! Una princesa agarrando sus pechos en televisión nacional. Patético. Incluso sus amigos, príncipes y princesas de otros países, se habían burlado de ella en su chat grupal.
Cuando volvió en sí, Trevor había salido de la tienda con un paquete en la mano. ¿Acaso había comprado lencería?
Pero qué enfermo y pervertido sapo.
Lo siguió sigilosamente, como había estado haciendo hace horas, hasta que salió del centro comercial. Caminó ante casas y casas, entró en callejones, salió de estos, tomó desvíos extraños y desolados, hasta que, finalmente, lo perdió.
Demonios.
Buscó y buscó con su mirada, caminó hasta que sintió sus pies doler. Pero nada. Era como si se hubiera desvanecido. ¿Ni siquiera podía contra un estúpido sapo que lo único que sabía hacer era babear por una bruja de tacones rojos? Porque para babear por alguien como Jessica Mills, debía ser tonto de remate.
Ella caminó sin rumbo hasta que llegó frente a una fuente. Era hermosa y no había nadie alrededor. Ese parecía como un paraje perdido, un gran campo verde con diversas plantas alrededor y una fuente al centro, coronando la hermosa vista. Aquel era un barrio de personas adineradas, de eso no había duda.
Dio unos pasos más cerca a la fuente y tocó el agua cristalina con los dedos. Era muy refrescante. Se estaba perdiendo en la sensación de dicha frialdad contra su piel cuando sintió cómo le tapaban la boca. Alguien la sostuvo por detrás. El pánico corrió por sus venas durante unos segundos. ¿Acaso era un secuestrador que quería una recompensa? ¿O un vendedor de órganos que no la reconocería y dejaría de luto a su familia solo por unos cientos de miles cuando en realidad valía millones?
La desesperación siguió haciendo estragos en su mente, hasta que recordó. ¡Era la maldita princesa de Inglaterra, por Dios! ¡Cinturón negro en karate! ¡Sabía de Muay Thai, Jiu Jitsu y algo de Kickboxing! Además, ¡no era ninguna cobarde!
¡Jódete, desconocido!¡Escogiste a la chica equivocada!
Ella giró su cuerpo en lateral, golpeó al hombre en sus partes bajas y dobló su brazo por la espalda, terminando con un fuerte empuje que lo hizo caer en la fuente. Él cayó de lleno en el agua y ella pudo observar como tragaba agua por unos segundos mientras, con una mano, se tapaba su parte íntima.
Lo había logrado, pero luego de la adrenalina, un extraño presentimiento empezó a nacer dentro de ella. Y todo hizo click. No era cualquier hombre. ¡Era el sapo!
Se acercó rápidamente mientras veía que él se sostenía en una mano y tosía de manera repetida.
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Editado: 15.04.2022