Los siete aventureros de «Thien Legion afdthern Puzzelspill» se encontraban encerrados en una habitación sin salida, un escenario que en el transcurso del día se había convertido en frecuente. Sin embargo, lo que estaba por suceder se apartaba por completo de todas las desventuras por las que habían atravesado.
Segundos después de que la puerta se cerró, de los muros emergieron afiladas estacas metálicas, y entonces comenzaron a avanzar hacia el centro con movimiento lento, un escenario digno de las peores pesadillas de un claustrofóbico.
Presas del pánico, Ira Rott, el profesor Kallagher, Quade y Deacon comenzaron a correr en diferentes direcciones, pero sin importar hacia donde fuese el paso que dieran, un nuevo peligro aparecía frente a ellos. Cuando no cedía el suelo ante sus pies y revelaba una espantosa caída hacia un abismo profundo, aparecían flamas del suelo o caía del techo una losa pesada. Quade fue víctima de uno de tales tropiezos cuando su ropa fue alcanzada por las llamas, lo que le obligó a quitarse su prenda y arrojarla al suelo para apagarla con los pies, y el profesor Kallagher vio cercana su muerte al dar un paso en falso y caer por uno de los agujeros en el suelo. Fue conveniente para él que alcanzó a sujetarse del borde, pero sus mermadas energías y el cansancio provocado por el extenuante recorrido le hicieron perder fuerza en su agarre; y hubiera caído en una muerte inminente de no haber sido por Deacon y Rott, quienes le tendieron su mano y le ayudaron a subir.
Edward, Tobias y Rachel, por su parte, permanecieron inmóviles en sus posiciones, consternados e impotentes por lo que sucedía a su alrededor. Por desgracia para ellos, no por permanecer quietos significaba que estarían a salvo de todo riesgo. Sucedió entonces que, del otro lado de la habitación, de la que parecía ser la salida segura de dicho recinto, proyectiles ardientes del tamaño de un melón eran arrojados en dirección de los muchachos. El joven Tyler, al percatarse del riesgo que ahora corrían, se dirigió hacia una enorme y pesada losa metálica de dos metros por cada lado que había caído al suelo cerca de donde se encontraban, y la levantó con gran esfuerzo.
—¡Rápido! ¡Vengan y refúgiense aquí! —instó el muchacho a sus amigos, y ellos, sin perder un instante, se colocaron al resguardo de la gran placa sostenida por la espalda de Tobias.
Uno de los proyectiles impactó con fuerza la plancha metálica y explotó al instante. Debido a la fuerza de la colisión y la explosión producida por el proyectil, las fuerzas del joven Tyler estuvieron a punto de ceder y derribarlo con todo y placa, pero el muchacho, impelido por el amor a sus amigos, cobró aliento y mantuvo su posición para evitar que ellos sufriesen daño alguno.
En breve llegaron los cuatro restantes, llenos de golpes y con sus prendas chamuscadas por el fuego en su intento por evadir un fatal destino, hasta el improvisado refugio en el que los jóvenes se resguardaban. Quade colaboró con el joven Tyler y le ayudó a sostener la enorme losa contra los embates que sufrían por los proyectiles. Pero, aunque lograron escudarse de tal peligro, no existía manera de protegerse de los muros que se acercaban a paso lento hacia ellos.
La muerte acechaba al grupo de exploradores. No había esperanza alguna en sus corazones, sólo la aterradora idea de aguardar y resistir hasta la inevitable llegada de su final. Pero entonces, en el momento más oscuro de sus vidas, un suceso inesperado por el que estarían por completo agradecidos se presentó.
Mientras ocurría todo lo que antes fue narrado, del otro lado del muro había un hombre mecánico que, alarmado por la precipitada decisión del menor de los Everwood en ingresar a una habitación que auguraba una muerte segura, se dirigió a donde se encontraba la caja en la que se depositaba la moneda que abría el acceso a la habitación, y entonces la abrió. Al hacerlo, la moneda cayó al suelo, pero él no prestó atención a ello, sino que se enfocó en realizar modificaciones a la maquinaria de la caja metálica con la finalidad de conseguir abrir la puerta. Le tomó un par de minutos volver a configurar el mecanismo y, cuando lo consiguió, la puerta se abrió.
El grupo dentro de la habitación, al percatarse del fortuito suceso, se llenó de asombro y sus almas se colmaron en regocijo al ver la puerta abrirse detrás de ellos.
—¡Joven Everwood! —gritó Hausner Reutter con sus manos a los lados de su boca.
—¿Qué es esa cosa? —interrogó Tobias desconcertado en el momento que vio a quien les llamaba.
—¡Señor Reutter! —exclamó aliviado el joven Everwood. Tobias sólo se limitó a observarle con ojos llenos de sorpresa y desconcierto.
—¡Rápido! ¡Salgan ahora! —exhortó el hombre mecánico.