Cinco de la tarde, hora que Edward cenaba antes de que llegaran por él. Preparaba algo ligero y sano mientras permanecía atento a su celular.
—Toc toc— se escuchó en la puerta
Volteó a ver como si su mundo estuviera perdido o acabado.
—Ábreme.
— ¿quién eres? ¿a qué vienes— preguntó
Sólo se escuchaban pasos que merodeaban de un lado para otro ansiosos por entrar.
—Despavorido— tapó sus oídos para huir. La calma de las olas se escuchaba con sus manos desprendiendo un poco al dolor que asechaba sobre las paredes de su casa.
El celular comenzó a vibrar sobre sus piernas. Soltó una de sus manos para tomarlo y había silencio. La luz en lo más mínimo pegaba en su rostro cuando veía el mensaje. Pareció extraño que se olía tranquilidad en medio del frío.
Al abrir el mensaje algo pasaba, no intentaban entrar, se había esfumado.
—Ed. ¿escuchas a alguien fuera de tu puerta?
—sí— le contestó pensando un poco. — ¿te está molestando?—
—me tiene atrapado Ed y ya no puedo más.
No sabía cómo actuar de principio porque también tenía miedo pero decidió entregarlo todo no importase si muriera en el intento y fue de esa manera que su camino hacia algún lugar del universo dio inicio.
Los tormentos o tormentas era lo mismo, alcanzaban sus días y mantenerse sentía que no era una opción.
—enfrentémosla, aunque nos tiemble la sangre de miedo y se escondan los huesos entre la incertidumbre. Te escucho y sé de qué me hablas, hoy también vino por mí ¿te parece si me esperas frente al restorán que está cerca de la farmacia? Está cerca del parque.
—podría ir incluso a la luna sin siquiera tener algo para llegar, quiero escapar de una sola vez nada más.
—lo sé, a veces solo queremos huir un poco de todo el peso que nos cansa.
—sí, es como me siento. Bueno ya no te quito más tiempo hoy, ¿nos podremos ver a las seis menos veinte?
—por supuesto. Me cuesta madrugar pero lo haré sin dudarlo.
—te agradezco Ed. Descansa
Soltó el teléfono con un miedo a que volviesen por él pero no se percibía ni el aliento del teñido color opaco del dolor.
Con los minutos yéndose sin medida terminó de comer y retirando los platos de la mesa fue a lavarlos. Terminó todo lo cotidiano que tenía para ese día y luego de prepararse para dormir quedó tendido en su cama.
Diez cuarenta y ocho y su habitación oscura asechaba con desprecio la luz de su ser.
Al encontrarse con su amigo, notó su mirada cansada —no había podido conciliar el sueño— pero sin dudarlo llegó al encuentro para contarle sobre aquellas espinas que estaban destrozando su corazón.
Cerca, así estaba de poder liberar sus alas para que fuera a la tan anhelada luna a conquistarle.
¿Cómo era capaz Ed de conseguir eso? —ni él lo sabe.