Edward Stephan

Capítulo 23. Los días brillan

Respiraba llena de tranquilidad y cerrando sus ojos escuchaba la música mientras se hacía menos durante el trayecto. Por la ventana se apreciaba los reflejos de los colores que se hacían presente.

Que paz, la que le daba aliento y llamaba al silencio. Era tiempo de comenzar a vivir la vida que Edward le había permitido. Inmerso en la alegría de saber que repleto de amor enseñaba.

Dejaba atrás las olas del mar que se rompían en su inmensidad, su espuma susurraba aquella orilla en la que a lo lejos le miraba diciendo adiós. Las horas trascurridas dejaban parte del día atrás y la ciudad estaba a la vista.

No tardó demasiado para llegar a casa. Desde la terminal de buses que no estaba lejos de donde vivía comenzó a caminar. La misma línea de la vez que visitó las nubes y su mar junto a Ed.

El pasillo era cálido y ya no dolía. Fascinante era recordar los rumbos que había transitado junto a él. Olían a gloria.

Todo el camino sabía a él y su aroma emocionaba a las plantas y la brisa que era frágil hoy se sostenía enviando señales de humo al mundo para que creyeran un poquito más.

El parque de la ciudad permanecía junto a su verde y su calma en el absurdo caos. Fue el primer punto en el que se enfrentó Amber durante su regreso a casa. Frente a ella pasaban aquellas imágenes de la primera vez que se vieron sin pensar que serían tan unidos con el pasar del tiempo.

Miró su vestido negro y no se miraba absolutamente nada a través de el, caminaba delimitada por los delirios de las espinas y la falta de aire o de fe. La escena se volvía una increíble historia que al contarla resultaba ciencia ficción o algo parecido.

Una brisa que decía allí nos vimos apareció de la nada y causó una sonrisa en ella. Había silencio y lo mejor era Ed hablándole o recordando junto a ella.

Todos los momentos que vivieron allí aparecieron hasta el último, después siguió su camino que se seguía llenando de recuerdos que se hacían presente. Pasear esos bellos momentos era maravilloso y llenaba cualquier vacío que se quisiera cruzar la calle. Aceras que se pintaban de antaño volviendo a las huellas del ayer y recordar junto a ella cuando pasaban.

Hubo una segunda parada, una un poco más ruidosa que la anterior. Soplaban las olas a la arena dejándola a la intemperie para que alguien la encontrara. Le invitó a pasar y sentarse junto a ella a ver como el golpeo del agua enfurecida le dejaba claro su lugar. Sentía tristeza pero frente a eso ella le pidió que no temiera. Le empezó a mostrar la vez en la que Ed estaba sentado a la orilla haciéndole compañía y ambos no podían correr al agua y estaban bien.

Nunca estuvo sola, siempre tenía a alguien que estuviera a su lado y el agua no. Era tan grande pero tan solo que estaba.

Amber volvió a ver cuando estaban en ese lugar, sentados sin prisa del mundo viendo el arrebol que les ofrecía el sol junto a las nubes. Así hasta que se fueron porque la noche llegaba y de no tan cerca les siguió, o siguió sus caminos más bien.

El gruñido de su estómago vino cuando se acercaba al lugar donde las pláticas se consumían en la eternidad. Entró frente aquella canción de Coldplay que se pegaba tan bien a su ser. El sonido de Fly on se esparcía en todo el lugar, muy suave, tan suave como los besos que se quedaban cuando llegaban sin previo aviso. Voces suaves que ya se encontraban perdidas y mentes que nadaban junto a las hojas de un bello libro hablando de la cercanía.

—me regala un café por favor— dijo con una sonrisa

—ahorita le sale señorita.

—muchas gracias. Estaré por allá— señalando el lugar fue a tomar asiento para poder disfrutar de un café como en los viejos tiempos.

La atención fue bastante placentera, no esperaron tanto tiempo para servirle lo que a gritos pedía.

El vapor y su aroma se hacían notar en la taza y al oler su esencia el ruido se iba por la puerta de atrás. Tres paradas que sabían a él y qué bonito era poder recorrer la línea del tiempo siendo feliz. Sin que nada se corrompa.

Tendida a la ventana de aquella majestuosa sala de estar se quedó, sin parpadear, sin algún movimiento solo sujeta a la segunda vez que se vieron. Vez en la que entraron por la misma puerta y se sentaron en el mismo lugar para disfrutarse uno del otro y del café por supuesto. Les miró entrar y hablar sin miedo a nada y cada vez los pedazos se unían como dos manos entrelazadas que se deseaban a morir.

—la cuenta por favor— dijo

—un café solamente ¿cierto?

—así es.

—un dólar con cincuenta centavos sería

Dándole un billete de diez vio su cara cuando las palabras iban a ser que no tenía vuelto para darle en ese momento.

—cobra el uno cincuenta y el resto es tu propina— dijo sonriéndole.

—muchas gracias señorita, no se imagina lo bien que me hace.

—de nada. Gracias por tu atención— terminó tomando la salida.

Se detuvo un poco en la entrada con una mente que se esfumaba de ese lugar. —esto es lo que sentías verdad Ed— dijo al atesorar la gratificante sensación de ayudar a alguien.

Siguió caminando y ya faltaba poco para llegar pero antes debía cruzarse por la intercepción donde tomaban caminos diferentes.

Y allí estaba, tan cierto como la primera vez. Miraba mientras llegaba.

—nos vemos luego Edward— dijo

—adiós— dijo un susurro

En pocos minutos estaba de vuelta, tocó el timbre y al abrir su madre, se asombraba al verla

—pero ¿qué haces aquí? ¿Ya no querías estar con tus abuelos? Paulo, ya volvió Amber

Fue a la puerta a saludarle que luego de tres semanas no le miraba.



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En el texto hay: romance, valentia, amor dolor

Editado: 12.09.2020

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