Efekt domino

Capítulo 1: Donde los sueños descansan

A pesar de ser poco conocido, Odimor fue catalogado como el mejor pueblo para vivir de todo el país debido a su tranquilidad, personas amigables, libre de cualquier altercado, e instituciones públicas de primera categoría, sin mencionar los paisajes psicodélicos y colores despampanantes. O así debía ser... Todo cambió ese año. La inocencia se corrompe y la naturaleza desaparece. El año que la nueva Junta Directiva Local asumió su mandato.

 

13 de Marzo, 2019

 

8:10 AM - Les Routes

 

Es la segunda semana de clases en el instituto secundario Les Routes. El amanecer da la bienvenida rebosante de calor sobre el vago entusiasmo de los alumnos. Buscan a sus amistades y forman grupos. La mañana de verano es soleada, sin disturbios, con escasas nubes. El otoño debería llegar dentro de unos días, mientras tanto, los árboles y las flores poseen viveza desmedida. Los estudiantes se reúnen cada uno en sus salones para dar comienzo a la jornada, el de quinto A está lleno. Todos se encuentran sentados en sus pupitres individuales, excepto por uno ubicado casi en el medio que se mantiene vacío. Los gritos de unos a otros, jugarretas y despiste cesan ante la aparición de la directora, vestida con su habitual traje sastre, hoy en color vainilla, se adentra con cautela y sencillez, conoce a la perfección a los alumnos, sus causas y efectos. Introduce junto a ella a una chica de cabello negro atado con dos coletas bajas, ropa opaca, grande y larga, sostiene sobre su hombro la mochila escolar azul. Presenta a la muchacha con voz firme y sonrisa incauta.

 

—Atención. Muy buenos días a todos —los alumnos la saludan a la par—, espero que tengan ganas de aprender mucho hoy —se oyen risas entre afirmaciones—.  Vengo a presentarles a una nueva estudiante, espero que la reciban con los brazos abiertos, su nombre es Valeria Uminéz. Ve a sentarte cariño —señala—, ese asiento es para ti. Progresen jóvenes, hasta luego.

 

La directora se retira saludando con la mano, desea un agradable día a todos. En medio del salón inédito a su vista, Valeria va a su lugar, luce de contextura delgada, tímida y asustada. Es de esperarse, el primer día de clases es una oportunidad, se pone a prueba la frase del millón, que la primera impresión importa. Casi siempre falla y terminamos errados con la apariencia de alguien, juzgamos y luego nos arrepentimos. La muchacha nueva se sienta en el pupitre asignado y saca sus útiles escolares sobre el pequeño mostrador, apenas entra una carilla de hoja y un bolígrafo. La observan con incursión sin dirigirle la palabra,  ella siente ser el centro de la diana. Sus nervios incrementan. Escucha sus propios resoplidos, una y otra vez, su respiración aumenta hasta volverse hipoacusia súbitamente. Dejen de mirarme, por favor. ¿Quieren hablar con ella? ¿Ya la empezaron a juzgar? Tranquila ¿Están pensando en algo y quieren decirlo pero les falta valor? El barullo dentro del salón vuelve a flote a falta de un profesor. Los sonidos del entorno continúan su ciclo, las arenas del tiempo vuelven a caer con suavidad. Ignoran a Valeria que siente alivio, prefiere ser ignorada, que no le dirijan la mirada. El cantar lírico de los pájaros embellece por demás la mañana, una sinfonía meliflua. Es lo único que entra y sale de sus oídos por instantes prodigiosos, el alboroto no entra en su sano juicio, sino las aves del paraíso. Extienden sus alas, abren sus picos. Conquistan la libertad. Hasta que escucha un muchacho del fondo hablar con infamia sin siquiera bajar la voz.

 

—Tiene cara de niña de preescolar pero se viste como anciana, otra tonta, ¿cuándo vendrá una chica sexy para ser nuestra compañera?

 

Su grupo de amigos ríen con él. Ella finge que no le importa, sería un agobio darles atención que no merecen a pesar de que las palabras duelen. Coloca la fecha en el extremo superior de la hoja, espera que la clase comience sin notar que el chico se acerca lentamente, está por estirar su cabello.

Otro sonido descarado llega a su destinatario. Escucha un estruendo del mismo lugar, y se voltea asustada. Una chica de cabello rubio ceniza largo por debajo de la cintura, análoga al sol, golpeó en la cabeza al chico con un cuaderno antes que pudiera tocarla.

 

—Ay, perdón Gastón. Se me resbaló —dijo sarcástica pasando entre los banquillos.

 

El grupo de chicos no hace más que observarla con disgusto y hablar a sus espaldas pero ninguno le hace frente. Radiante, la chica camina hasta un muchacho sentado al lado de Valeria y le habla con una alegría que es difícil de creer, es extrema y verdadera.

 

—Hola Ramiro, ¿qué tal? Te ves bien hoy. Disculpa, ¿no te molesta si me siento aquí? Tú puedes ir allí atrás donde estaba yo —señala y suplica—, ¿a que sí? Por favor.

 

Acepta sin molestia, con franqueza relativa cambia de lugar. Parecen personas amables a los ojos de Valeria. La muchacha se sienta y mira de lado a Valeria con la cabeza inclinada apoyada sobre su mano dejando caer su cabello de costado. Valeria no puede dejar de verla, la analiza, piensa que la ropa oscura que trae puesta es lo que ella quisiera utilizar, indumentaria juvenil al cuerpo. Sus ojos profundamente negros son apasionantes, más que cualquier otro que haya visto, siente curiosidad por su compañera, es mutuo.

 

—Hola... ¿no eres de hablar mucho? Bueno es normal teniendo en cuenta que eres nueva, —parlotea significativamente rápido, no deja de sonreír— y el primer día siempre es aterrador y agobiante, ¿no? También hay que tener en cuenta que estas sanguijuelas que llamamos compañeros no son muy sensibles que digamos, ¡al contrario! Son unos insensibles. Mucho gusto —estira su mano—, mi nombre es Lux.




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