Regreso a casa y mi hermana María ya está lista para acompañarme, emocionada me dice:
—¡Tú vas a manejar!
—No, claro que no. Me puedo marear y no quiero chocar o vomitar. No, no, tú hazlo por favor.
Una vez manejando me dice hábilmente...
—Sostén el volante por favor, tengo que buscar algo en mi bolso.
—No lo hagas me da miedo, vamos en carretera. —Pero fue tan rápido que ni me di cuenta cuando yo estaba al volante en un semáforo en rojo y ell en el asiento trasero.
¡No lo puedo creer! ¡Estoy manejando!
Mi hija viene en el asiento de atrás casi dormida, la veo por el espejo retrovisor y recuerdo cuando la llevaba a mi oficina recién nacida a trabajar.
Vienen a mi mente tantos bellos momentos que me hacen sentir tan feliz, dichosa, y le doy gracias a Dios, al Universo por lo vivido, por lo que me falta vivir y lo haré disfrutando con amor.
Salí de la consulta sin ganas *literal* de hacer nada, sin poder moverme, con náuseas, triste, me recuesto en la parte trasera del auto y cierro los ojos perdiendo el sentido de la vida, entro en un profundo sueño...
Allí está mi casita, mi "aldea" como yo le digo, donde NO existe un Gargamel. Mi cama limpia y tendida como me gusta, huele a flores, a canela con manzana, acuesto a mi hija y me dejo caer a un lado de ella, la abrazo y siento los latidos de su corazón en mi pecho.
Tocan a la puerta, me retiro despacito para no despertarla y voy abrir.
—¡Madre! ¿Que pasa?
—Nada hija, solo quiero quedarme contigo hoy ¿Puedo?
—Claro que sí mami, solo tengo una cama pero allí cabemos las tres como en los viejos tiempos cuando vivíamos con usted.
No se la hora pero tengo sueño. Mi aldea es pequeña, tengo un ventanal grande en la parte de enfrente, la puerta principal del lado derecho, sigue la sala pequeña pero acogedora con sillones de color crema con chocolate y una mesa de centro de cristal con plata en las orillas. La cocina es pequeña con un comedor de igual proporción, cerca del refrigerador siempre dejo mi palo de punta afilada del jardín, sigue un pasillo y la puerta del baño a la izquierda, con una ventana grande que debo mantener cerrada siempre porque mi vecino me espía. Al fondo nuestra recámara con dos ventanas, una de lado con una puerta y la otra al fondo, en ésta última puedo ver mis flores, mis tulipanes mexicanos, mis rosales y un hermoso alcatraz amarillo desde mi cama.
Se recuesta mi madre y yo por un lado, me cambio de lugar a los pies, siento que si me muevo caeré, pero es más mi temor a que verdaderamente suceda.
Mi sueño se marchó de vacaciones, escucho cantar los grillos, al viento sonar en mi ventana, veo a mi madre e hija y están tan cómodamente dormidas.
Escucho un ruido y tocan la puerta, me extraña pero voy a la sala, no tengo intenciones de abrir. Veo la figura de un hombre a través de mi ventana, se ve molesto... Muy enojado patea mi puerta y doy un sobre salto, alcanzo el teléfono de la mesa de la sala y marco a la policía...
—Hay un hombre afuera de mi casa y quiere derribar mi puerta, tengo a mi hija dormida con mi madre. ¡AYUDAAA! No, no lo conozco. Escucho a través del auricular la voz masculina.
—Tranquila señora, dígame su dirección.
—No. no la sé exactamente, creo la olvidé, estoy muy asustada y enferma, pero son condominios rojos con crema, al entrar hay una caseta y en el primer edificio estoy. Son muy conocidos, está un oficial moreno, gordito muy simpático, siempre cuenta chistes y le dicen bambi.
El hombre rompe la ventana y yo grito desesperada.
—"El hombre ya entro y tiene un palo de golf!.
—¡Por favor ayúdenme!...