Egeo _ El secreto de Poseidón

CAPITULO 01

 

 

Zeus sintió el rayo fundirse en su cuerpo. Sus ojos se abrieron en desmesura, sintió el golpe de aliento llenando de nuevo sus pulmones, estaba sudando, la fina sabana se pegaba a su cuerpo, se encontraba perdido.

¿Dónde estaba?

¿De nuevo estaba reviviendo su muerte?

Ese no era el Olimpo, ni esa era su cama. Se paró de allí notando su desnudes. No tenía heridas en su cuerpo. Vio una ventana y se aproximó de inmediato allí, se encontró con un balcón al frente, al asomarse se dio cuenta que estaba en la Isla de Creta, en la cúspide de la torre, de pronto empezó a recordar, cuando vio hacia la cama noto que estaba su amante Europa.

¿Fue un sueño?

No pudo haber sido un sueño…

 

—Era demasiado real, demasiado real –se repetía una y otra vez.

 

Aquello fue el futuro, de eso estaba seguro, todo lo que estaba construido sobre aquel mundo, todo por lo que había luchado, se iba a desboronar gracias a ese maldito dios, pero esos ojos no los iba a olvidar. Solo necesitaba encontrar a ese malnacido y para eso necesitaba ir al inframundo. Las Moiras[1] tenían las respuestas a todo y quieran o no, esas respuestas se las iba a dar.

De vuelta al lado de la cama su amante lo buscaba en la cama.

—¿Qué pasa cariño? –murmuro Europa entre sueños.

—Sigue durmiendo –Zeus solo se pudo apoyar sobre el muro del balcón, mirando todo el esplendor de esa noche.

—Ya te vas –le dijo mientras salía de la cama mostrando su desnudez –ven regresa –abrazándolo, pegando su cuerpo a el de él.

—Tengo algo importante que hacer.

—¿Cuándo regresaras? –murmuro Europa a su espalda, abrazándolo contra ella.

—Muy pronto.

Te estaré esperando.

—No lo hagas.

Zeus solo se quedó observándola por un segundo, todo a su alrededor era a su gusto, lo que deseaba lo tenía, aquella torre que había construido era la más alta que existía en la tierra y Zeus se había asegurado de que fuera así para que sus escapadas fueran más rápidas y lo podría perder, lo cual lo molesto de sobremanera.

Recogió su toga del suelo, se acercó nuevamente al balcón y adopto la forma de águila.  Descendió en el aire, necesitando llegar al inframundo y ver a sus hermanos lo antes posible.

—Este no será el mejor encuentro de hermanos —Se dijo sobrevolando las tierras de Grecia.

 

Al llegar al inframundo fue recibido por Caronte el transportador de almas, un ser bastante deforme y codicioso.

—¿A qué vienes Zeus? Este no es lugar para ti. Mi señor no estará complacido de verte.

—¿Acaso eso importa?

—No has respondido Zeus, aquí solo pasan las almas para ser condenadas. Tu ni eso tienes.

—Toma esto y cállate de una buena vez… –dándole unos dracmas –solo llévame con Hades y lo más rápido que puedas.

—Un pequeño paseo por el mundo del infierno para el gran dios Zeus lo hare de la mejor manera para ti –respondió irónicamente mientras recibía los dracmas. Zeus solo rodo los ojos mientras observaba como lo transportaba por el rio Aqueronte, un rio sin agua, un rio que lleva la podredumbre humana, cosas vanas y materiales, sus anhelos y sueños más grandes, todo lo que pudo haber sido por ellos y no fue. Miles de rostros humanos se reflejaban en ella, gritando y suplicando por salir.

 

—¿Por qué arrepentirse de algo que nunca fue? Ahora entendía el malestar humano.

 

 A lo lejos, Zeus veía montañas teñidas de rojo, los gritos desoladores de aquellos hombres que morían una y otra vez en el fuego del infierno iban en aumento. Esa no era la morada de Hades.

—¿Por qué me traes aquí Caronte?

—El destino así lo quiso mi señor.

Pronto lo dejo frente a la gran puerta del señor del inframundo. A un lado se hallaba las escaleras circulares, que lo llevaban a las Moiras ¿Ellas podrían tener la solución? Se preguntaba Zeus. Con una última mirada a Caronte, quien solo conservaba una sonrisa en su rostro. se dirigió hacia allí.

Zeus estaba determinado a obtener las respuestas que buscaba. Ellas tenían el deber de revelarle la verdad, de lo contrario les sacaría la verdad. cuando comenzó a descender escucho una voz a su espalda deteniéndolo de inmediato.

—Me mandaste a llamar padre –le hablo Hermes, mensaje de dioses.

—Así es Hermes.

—¿Qué desea mi señor? –Haciendo una reverencia.




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