CHARLOTTE
Ese mismo día nos encontrábamos en una discoteca recomendada por Verónica. Mientras yo veía, una copa tras otra siendo consumida. Verónica no se media a la hora de tomar, ni siquiera teniendo en cuenta que mañana habría que trabajar.
Yo aquel día solo llevaba un par de cervezas sobre la barra. Aunque no está de más mencionar que, si pasaba de las cinco botellas era probable que necesitara una grúa para ir a casa.
Cosa por la cual dejé de tomar después de acabar la tercera.
—O sea… no lo entiendo. Si no deseaba nada, ¿Por qué se acostó conmigo? —Hipó Verónica.
—Porque eres bonita. —Di mi opinión.
La música estaba alta. A nuestras espaldas parejas bailaban y cantaban a todo pulmón una de las canciones más simbólicas de la salsa, y en frente de nosotras estaban todas las botellas de alcohol que podríamos haber bebido.
—No lo quiero ser más… —Dirigí mi mirada hacia ella, observando la expresión de desconsuelo. —. Si ser bonita representa nunca ser amada. No deseo serlo más.
Tomé un trago rompiendo mi regla y dirigí mi mirada hacia el frente.
A Verónica pareció dolerle, sin embargo, sabía que su dolor no era provocado solamente por la anguila con patas, sino por todo lo que había vivido hasta ese entonces en sus relaciones personales. El haber escuchado más de tres historias fallidas me dio motivos suficientes para deprimirme a su lado.
—Char —Volvió al apodo. —¿Por qué los hombres no pueden ver todo lo que sacrificamos por ellos? —Hipó.
Volví a observarla.
—Quizás solo nos hemos topado con idiotas en nuestra vida. —Sonreí.
—¿Somos faroles de idiotas? —Bromeó ella. Yo sonreí.
Era agradable saber que Verónica era todo lo contrario a lo que yo creía. Digo, es de imaginar que aún sigue siendo loca, pero detrás de eso, el día que la acompañé pude darme cuenta que había una persona con un corazón frágil.
—¿A ti te gusta Fredrik, Charlotte? —Me atoré con el trago. Su impertinente pregunta sin aviso me había sorprendido.
—Ya te he dicho que no. —Volteé a verla, encontrándome con una sonrisa expectante.
—¿En serio? —Continuó sonriente.
—Sí, no miento. —Pronuncié con firmeza. —. Ese hombre es egoísta, impulsivo. Solo piensa en él y las cosas que puedan afectarle. Y no hay que mencionar que es todo un don juan —Señalé con el dedo antes de tomar otro trago. —. Es el peor primer jefe que pude encontrar. No miento al decirte que pude haber muerto por su culpa.
—Para mí es un buen hombre. —Rio Verónica.
—¿Dices eso después de lo que te hizo? —Cuestioné inconforme.
—Sé porque lo hizo. —Verónica dejó caer su cabeza hacia atrás. —. Es solo que aún no lo acepto, porque... yo quisiera ser la persona a la que él elija —Volvió a hipar. —. Es uno de los pocos idiotas buenos que hay. —Rio antes de volver a enderezar su cabeza.
—Deja de tomar. Estas empezado a encandilar —Recomendé. Verónica me sonrió y después se paró de su silla.
—Iré al baño. No te robes mis cosas. —Bromeó. Se dio la vuelta y se perdió entre la multitud.
Aunque fuera lunes, la discoteca estaba repleta de personas. Creo que eso hablaba de los colombianos.
¡Siempre era un buen día para ser felices!
Estiré mis brazos por la barra y cerré mis ojos con fuerza. Ya iba siendo hora de marcharse. Dirigí mi mirada a mis piernas, en donde estaba mi bolso. Abrí la corredera más pequeña y saqué mi billetera.
—¿Te volviste lesbiana? —Escuché la peor voz que podía escuchar. —¿Tan mal te dejé? —Giré mi rostro hacia la izquierda, en donde visualicé a Joel tomar asiento sobre el puesto de Verónica. —. Si estabas tan desesperada pudiste haberme hablado.
Sus mejillas estaban un poco ruborizadas. Y aunque no estuviera cerca de mi rostro, pude percibir el alcohol en su aliento.
—Nuca pensé que fueras más idiota de lo que ya eras. —Insulté. —. Por favor vete.
Joel sonrió mientras pretendía acariciar mi mejilla. Yo esquivé su mano.
—No me iré… iré hasta que escuches me —Rio.
El hombre ya estaba hasta el fondo.
—Quizás si hablaras bien lo consideraría —Enfoqué mi mirada en mi billetera. —. Lárgate.
—Te amo, Charlotte. —Pronunció con dificultad.
—A mi parecer amaste más las piernas de Andrea —Recordé. El sentimiento de dolor ya se había convertido en enojo. Todo el amor que llegué a sentir por él, se había convertido en deseos de no verlo nunca más. —. Ya pasó Joel, deja las cosas como están.
Él me tomó por la muñeca con fuerza. Lo observé de inmediato, dándome cuenta que su mirada inocente, se había convertido en la mirada impulsiva, arrogante, que siempre lo caracterizó.
Fueron muchas las veces que estuvo a punto de golpearme. Ese hombre tenía un carácter fuerte, casi animal. Resolvía todo a la fuerza y a su manera.
—Te dije que quiero hablar. —Su voz cambió, haciéndome recordar todas las discusiones que hubo entre nosotros.
—Suéltame, Joel. —Permanecí firme.
Ya no había aquel amor que me hacía perdonarlo, que me hacía desear no querer denunciarlo.
¡Que idiota fui!
—Te dije que quiero hablar. No puedes dejarme así —Sentí más presión en su agarre. —. Después de hablar volveremos, y todo volverá a ser lo mismo que antes.
Su mirada punzaba mi corazón, me hacía sentir temor de lo que podría hacer.
—Suéltame, Joel. —Dejé de sostener mi billetera con mi otra mano.
—Fue solo una noche Charlotte. No puedes terminar lo nuestro por una simple noche. —Dialogó, todo el alcohol pareció haberse esfumado de su organismo.
—Eres un cínico. —Resoplé.
—¡Ocurrió por tu culpa! —Señaló. —. Si me hubieras dado más atención a mí que a tus estudios nada de esto habría pasado.
Reí sin ganas ante su absurda excusa. En verdad la idiotez no tenía límites.