Intruso.
Luego de esa pequeña gran crisis emocional me puse de pie y busqué dentro del refrigerador, saqué un tarro de helado y me dirigí a la pequeña mesa en medio de la sala.
Un recipiente de vidrio transparente con flores secas adornaba el centro de esta. Algunas piedras de colores resaltaba en el fondo.
Tomé una libreta junto a este. Estaba cubierta por cuero marrón y tenía detalles tribales marcados.
Abrí la siguiente página vacía, libre de tinta. Coloqué la cuchara llena de helado sobre mi lengua y comencé a escribir lo que vi hoy.
Todo lo que me ha sucedido que está fuera de los parámetros normales en la vida de una persona estaba aquí anotado, en algún momento iba a necesitar juntar todos los cabos rotos, y todo lo que necitaba estaba aquí mismo.
Sin darme cuenta llevaba más de una página anotada.
Cuando hube terminado me acerqué a uno de los cuadros colgados en la pared ubicados justo arriba de la pequeña chimenea.
Con cuidado lo deslicé hacia un lado. El pequeño cajón gris apareció a la vista, ingresé la contraseña y guardé la libreta. Coloqué todo en su lugar y caminé hacia el baño.
Usualmente siempre llevaba la pijama para cambiarme de inmediato, pero hoy estaba tan agotada mentalmente que simplemente me deshice de la ropa y me di una ducha rápida. Las duchas son como un pasaje a un nuevo comienzo durante el día.
Frente al espejo contemplé mi rostro, las ojeras se estaban empezando a marcar de nuevo, sabía que debía descansar, más no lograba hacerlo.
Con el paño enrollado al rededor de mi cuerpo salí cerrando la puerta. Mi cabello goteaba sobre mis hombros.
Cuando fui a tomar el pomo de la puerta esta estaba levemente cerrada, no recordaba haber dejado la puerta de mi habitación así, esta siempre se encontraba con el seguro puesto. Con cuidado la empujé haciendo rechinar un poco la madera vieja del marco.
Sin observar mucho el entorno ya que las luces estaban apagadas dejé caer la toalla al suelo mientras buscaba en los cajones por ropa interior. Un bralette y un short de deporte de color a juego sustituyeron la desnudez de mi cuerpo.
Todo iba bien, lo normal cuando estaba en mi casa sola. Pero por alguna razón algo desconocido me sacó de mi zona de confort. Vamos, aquí solo estábamos Tiffy y yo. Y al menos que la pequeña gatita aprendiera a soltar leves quejidos en lugar de suaves maullidos...
Desde que llegué claramente Tiffy no estaba en casa, había momentos en los que se subía al techo y allí se quedaba durante todo el día. Así que yo no estaba completamente sola dado lo que acababa de escuchar.
¿Qué se supone que haga, cuando estoy semi en ropa interior en mi habitación y unos leves quejidos hacen presencia justo detrás de mi?
Por demás estaría decir que por unos segundos el alma desalojó mi cuerpo. Y quizá mi débil corazón se detuvo unas milésimas de segundo.
Con cuidado y muy, demasiado asustada me giré frente a la cama.
Había muchas cosas que esperaba ver, por ejemplo un fantasma, algún espíritu enojado e incluso alguno de esos monstruos que de niños nos asustaban. Pero jamás me esperé que fuera lo que estaba viendo.
La bombilla de la calle que justo quedaba frente a la única ventana que había en la habitación, la cuál me dejó ver a alguien acostado en el centro de mi cama. Un cuerpo masculino, alcancé a observar, estaba levemente ovillado. Los quejidos iban acompañados de un gran charco de sangre sobre la sábana que aumentaba su tamaño con cada movimiento que hacía el hombre.
¿Qué estaba pasando aquí?
Retuve el aire en la garganta, pero antes de gritar una voz arisca evitó que lo hiciera.
-No grites. Si lo haces te... - su voz se entrecortó por otro jadeo.
Con cuidado y muchísimo pánico me acerqué a él, su ropa estaba rasgada, sobresaliendo de todo lo demás lo estaba la delgada camiseta negra que cubría su cuerpo.
No sabía qué le había pasado exactamente, pero no fue nada bueno, no por el aspecto que tenía.
-Dos palabras. Dime dos palabras que sean las adecuadas y decidiré si te ayudo o dejo que mueras ahí en esa sábana.- no encontré nada mejor para decir. ¡Ni siquiera sabía que hacer!
Una expresión de dolor cruzó su rostro cuando intentó incorporarse sobre la cama. Con más fuerza sostuve el bate entre mis manos que había tomado de una esquina de la habitación. Una vez medio recostado en el respaldar me miró.
-¿Me estás jodiendo?- su tomo pesimista me hizo saber que no estaba de buenas.
Me incliné colocando mis manos sobre la base de la cama y con mucha decisión pronuncié:
-Dime quien eres y por qué estas aquí, o llamo en este momento a la policía. Puedo activar la alarma y no saldrías de aquí ni con la ayuda de Jason Sthatman.
El extraño presionó con su mano el abdomen y un carmesí hilo de sangre brotó de él.
-Serpiente azul- dijo mientras apretaba los ojos.
Muchas veces uno espera oír la respuesta como algo tan simple, algo con una solución rápida. Pero no era así para mi. Cualquier otra persona le hubiera preguntado ¿eso qué significa?, pero yo sabía muy bien lo que significaba y no era nada bueno.
Para algunas personas, habían cosas que significaban un mal augurio, para mí lo eran esas palabras.
No le dije nada, simplemente me fui en busca del botiquín de primeros auxilios que tenía guardado en el baño por si alguna emergencia se presentaba. Si no le ayudaba no iba a optener respuestas, y en este momento eso es lo que más necesitaba.
De vuelta en la habitación coloqué las cosas a un lado de la cama y me dispuse a limpiarle las heridas. Con una tijera corté a la mitad la parte superior de la camisa dejando a la vista su abdomen. Sin detenerme mucho en esa parte continué con lo que debía hacer. No eran muchas heridas, unos tres cortes pequeños y el grande que tenía a un costado del abdomen.