Ricardo fue al baño en busca de unas gasas y se vendó la herida. La verdad que empezaba a preocuparse por su abuelo. Que le estaría pasando, será algún efecto secundario “normal” de cuando uno vuelve de la muerte, se preguntaba. También había notado el cambio de estado de su abuelo. Ese desmejoramiento general, ese afeamiento hediondo sería un poco más exacto, no le parecía nada bien. Estaría enfermando su abuelo. Aunque, si acababa de volver de entre los muertos, obviamente cualquier otra cosa que le pasase tranquilamente se lo podría tomar como “normal”. Dibujó una sonrisa en su rostro, pensando en lo ridículo del asunto. Volvió al living, su abuelo estaba parado al lado del sillón quemado e increíblemente, se estaba comiendo el bife crudo que se habían disputado en la cocina. Ricardo paso por al lado del viejo sin darle importancia y fue al teléfono a llamar a la pizzería. También tenía hambre él. El viejo se quedó a su espalda masticando afanoso el pedazo de carne cruda.
—¿Hola? Si, si, quiero encargar una pizza a domicilio…si, si, una grande de jamón y morrones por favor. Espero si…anote, Avenida Océano 112, entre Defeo y Lutz, listo, la esperamos, gracias. —colgó Ricardo el teléfono y súbitamente sintió un golpe sobre su espalda.
El viejo, mientras Ricardo hablaba por teléfono, empezó a mirarlo fijamente. Como si estuviera acechándolo se podría decir, las babas le seguían goteando sin control. La cara había sufrido otra transformación. Esta vez se volvió más cadavérica y de piel más arrugada y grisácea, los ojos se hundieron un poco más en las oscuras cuencas de su cráneo, los dientes del viejo parecían haber crecido unos cuantos centímetros, los colmillos sobresalían un poco más aún. Cualquiera juraría que había crecido unos veinte centímetros más de altura, proporcionalmente, es decir, se había agrandado “todo”. El olor se hacía más penetrante que nunca, una mezcla de azufre y carnes podridas. Al instante que Ricardo colgó el teléfono, el hediondo viejo se le tiró encima. Ese fue el golpe que sintió en su espalda. Aunque no llegó a darse cuenta de que, además del golpe, el afeado y oloroso abuelo, también le había clavado los dientes en su hombro, mordiéndole y arrancándole otro gran trozo de carne de su persona.
—¡Ahh! —Gritó Ricardo, mientras caía al piso sorprendido y mirando a lo que había sido su abuelo, no le reconocía ya— ¿¡Pero, qué mierda sos monstruo!? ¡Donde está mi abuelo!
—¡Ja, ja, ja! —la voz del monstruo se había trasformado totalmente, ahora sonaba un grave vozarrón de ultratumba— ¡Eso mismo!, un monstruo (bueno, demonio en realidad) sediento de carne humana, sería una buena definición para tu entender. La imagen de tu abuelo me sirvió para que entres en confianza. Es inevitable, te voy a comer vivo y lo sabés, no te resistas, en honor al viejo… ¿Dale?
—¿Imagen…? —repitió en voz baja Ricardo. Seguidamente, se lanzó a los pies del chamuscado sillón, justamente donde había divisado la foto caída de su abuelo, al lado de cuadrito roto y del encendedor con el que había prendido la vela, cuando inició esa nefasta noche.
La última transformación del demonio, era el súmmum de lo infernalmente obsceno. Del cráneo le habían salido tres grandes cuernos como de antílope, dos de ellos deformados hacia atrás de la cabeza y el tercero en punta hacia adelante. Las cuencas de sus ojos, ya no tenían ojos, solo dos puntos rojos en el fondo de una cavernaria oscuridad. La boca se le había juntado con la nariz con un estilo grotesco y chorreante, los colmillos ahora eran dos apéndices amarillentos que sobresalían de ese mazacote amorfo de carne y cara. Las manos eran definitivamente garras como de un tiranosaurio rex. Las piernas se le habían curvado hacia atrás y los pies se habían transformado en pezuñas, era una especie de minotauro con deformaciones genéticas. Entre las piernas le colgaba algo como una cola, de lagarto podría ser, aunque peluda y chorreante de un líquido viscoso, como recién salida de lo profundo de su intestino grueso. Mientras esta transformación dantesca se llevaba a cabo; Ricardo ya tenía en una mano la foto de su abuelo y en la otra el encendedor. Con supremo asco y pánico a la vez (porque no decirlo, era la cruda realidad), contempló la escena que se le presentaba frente a él. Sentía el calor de la sangre que le manaba de la mordida del hombro y se daba cuenta como le humedecía el tibio líquido la espalda y el pecho, pero ahora no podía ocuparse de eso. Tenía otra cosa en mente.
—¡Ja! Que vas a hacer ahora con eso, ¿me vas a tirar con la fotito del muertito? —se burló el demonio.
—No exactamente…—le contestó, mientras prendía fuego la foto del abuelo— ¡A ver cómo te siente esto, sorete amorfo!
—¿Pero? ¡¿Cómo?! —el demonio no entendía nada, solo sentía como comenzaba a prenderse fuego espontáneamente, desde las piernas hacia arriba, exactamente igual que como se estaba prendiendo fuego la foto, de abajo hacia arriba— ¡¡¡NOOO!!!! ¡¡¡AHGRR!!!
Editado: 24.01.2019