“—Muy simple. Solo tienes que dulcificarles el oído. Comienza a adularlos, y luego escúchalos para saber qué es lo que quieren. Y cuando lo sepas, úsalo a tu favor y los tendrás comiendo de tu mano.”
Me encontraba en las bodegas de armamentos, a unas cuadras cerca de la casa, ayudando a empacar algunas fundas de espadas. Faidon me exigió acompañarlo al pueblo para abastecerse y retirar algunas armas refinadas por el herrero.
Según él, esta experiencia iba a ser provechosa para mí en el futuro. Pero por mi parte, iba a perder un día de investigación en el orfanato.
Al menos el viaje es durante la tarde. Gracias a eso, pude avisarle a Ana que no podría acompañarla al orfanato. Sin embargo, antes de que me diera tiempo para explicarle, la chica no dejaba de hablar sobre sus descubrimientos y lo entretenida que estaba con el nuevo juego.
Ella encontró cuatro grupos principales y tres líderes. El resto eran sub grupos o pequeñas divisiones.
Aunque la niña se estaba divirtiendo, me preocupaba que su nueva actitud pudiese llamar la atención de los demás. Por esa razón, le di algunos consejos para que no se metiera en problemas, como por ejemplo, mirar de reojo, evitar el contacto visual con los niños de grupos hostiles y no mirarlos por demasiado tiempo.
Solo espero que esta niña no se meta en problemas por mi culpa.
Sentí como alguien posó su mano en mi hombro.
—¿Cómo vas con las fundas, hijo? —preguntó Faidon.
—Pesan demasiado, pero en eso estoy.
Ya llevábamos la mitad, cuando apareció Milios llevando dos fundas a la vez. Faidon también le exigió ayudarnos con la carga, pero él se iba a quedar en la casa, debido a que hoy era mi turno de ir al pueblo.
Faidon fue hacia la bodega, probablemente a contar las fundas restantes.
Milios se acercó a mí, y puso las fundas en el carruaje que ya casi estaba lleno.
Sin embargo, faltaba cargar otro, ya que el caballero de la casa, Savris, nos iba a acompañar en un segundo carruaje.
—Oye, ¿Ves como soy el mayor aquí? Puedo cargar dos fundas al mismo tiempo —dijo Milios y sonrió burlonamente.
Que hermosa es la etapa de la juventud cuando solo tienes que competir con gente de tu entorno.
—Claro, aunque quizás a tu edad yo pueda cargar tres a la vez —respondí, metiendo cizaña solo por matar el tiempo.
Milios se apoyó en el carruaje y no dijo nada. Era bastante extraña su actitud. Antes habría soltado algún comentario mordaz.
—¿Te sucede algo? —pregunté.
Guardó silencio durante algunos segundos.
—Pronto iré a la academia.
Sí, los hijos de nobles aunque sean de la casta más baja, deben ingresar a la academia. Por decirlo de algún modo, allí se forjan lazos políticos importantes. Para los nobles de clase baja solo quedaba arrimarse a alguien de un estatus superior.
La vida era bastante dura en ese sentido, pero al menos, para nosotros era mejor que la de los plebeyos.
—Dicen que la academia es entretenida —fingí ignorancia.
—Eso dijo papá y mamá, pero me tendré que alejar de casa.
—Mira, no te alejarás de casa por demasiado tiempo. Además dicen que allá dan vacaciones y podrás volver por algunos meses. Estarás bien.
Milios frunció el ceño.
—¿Y cómo sabes eso?
Tragué saliva. Me había pillado.
—Bueno. Lo escuché de nuestros padres.
—Ah. ¿Escuchaste algo más?
Me apoyé en el carruaje a un lado de Milios. ¿Estaría bien darle algunos consejos relacionados a la academia? Los tengo, aunque no sabría justificarlos.
—Algo así. No sé como será la academia, pero si tienes dudas, acércate a alguien de mayor estatus.
—¿Que me acerque? ¿Estás loco? ¿Y cómo hago eso? —dijo Milios.
—Muy simple. Solo tienes que dulcificarles el oído. Comienza a adularlos, y luego escúchalos para saber qué es lo que quieren. Y cuando lo sepas, úsalo a tu favor y los tendrás comiendo de tu mano.
Milios se encogió de hombros.
—No tengo ni idea de cómo hacer eso.
—Empieza practicando en casa. —Fruncí el ceño—. ¿Alguna vez te paraste a escuchar a tu familia?
Soltó una breve risotada.
—Claro, es que no paráis de hablar. Los escucho a cada rato, a cada hora.
Moví la cabeza de un lado a otro.
—No. Tú nos oíste, pero no nos escuchaste. Ahí hay una gran diferencia. Dime, ¿sabes lo que quiere Cizca?
Milios miró hacia arriba, pensando en la respuesta.
—¿Quiere jugar siempre?
—Bastante cerca. Más que jugar, lo que ella busca es atención. Siempre está detrás de nosotros. Es como una mosca, nunca sabes cuándo va a aparecer.